Expectativa y depresión
Usar la frustración como oportunidad de crecimiento y volvernos a la verdadera comunicación haría la diferencia.
“Vivimos en una sociedad pesimista”, ha dicho el doctor Enrique Rojas, psiquiatra y autor de varios títulos de tipo clínico y psicológico, en los que intenta inyectar un pensamiento positivo y optimista para ver de forma distinta la depresión.
El médico, quien visitó Guayaquil el mes pasado para dar una serie de conferencias a profesionales de salud, educadores y público en general, invitado por la Universidad de Especialidades Espíritu Santo, opina que la epidemia de depresión es favorecida por ese pesimismo y otros rasgos de la sociedad actual, entre los que está el pensamiento débil.
Este concepto, propuesto por el pensador italiano Gianni Vattimo, se caracteriza por cuatro rasgos: el hedonismo (entronización del placer), el consumismo (tener), la permisividad (dejar hacer) y el relativismo, que dan lugar a lo que el filósofo Zygmunt Bauman llamó el pensamiento líquido y otros han denominado posverdad: no hay certezas absolutas, todo es relativo. “Es un gran error de pensamiento”, considera Rojas, “que hoy se desvanece como azúcar en el café”.
Intolerancia a la dificultad
La depresión clínica o endógena tiene causas internas (cognitivas o biológicas). Se diferencia de ella la depresión reactiva, exógena o trastorno de adaptación, que es una respuesta a situaciones complejas: dificultades familiares, conyugales, económicas, profesionales... Y se ha multiplicado en las últimas décadas por razón de las expectativas desmedidas que pesan sobre todos. “Estamos demasiado invitados a la felicidad”, explica Rojas, “sin darnos cuenta de que la felicidad absoluta no existe”.
¿Qué queda entonces? Una vida lograda, dice Rojas. Sin exageraciones, alejada del hedonismo. “Para mí, la felicidad consiste en moderar las expectativas, en no pedirle a la vida lo que no nos debe dar. Lo mejor”, detalla, “es tener un proyecto de vida en el que los grandes argumentos tratan de salir adelante: amor, trabajo, cultura y amistad. Por fuera de eso quedarían, entonces, la riqueza, la fama, la veloz carrera tecnológica. Existen, pero no tienen la función de brindar felicidad.
La plataforma del fracaso
Y al no estar en el centro, dejan suficiente lugar para fracasar. En nuestros tiempos, esta palabra no es bienvenida. Pero Rojas se une, en su libro No te rindas (Planeta), a los que afirman que las derrotas ayudan a crecer, siempre que sepas sacar lo mejor de ellas. “Una vida sin fracaso es utópica. La frustración es necesaria para la maduración de la personalidad. Y bien asumida, es un plinto que nos hace saltar sobre nosotros mismos”.
Tendemos a ver la felicidad como una suma de todos los bienes posibles, mientras que el psiquiatra habla de una ecuación entre logros y expectativas. “Tener objetivos concretos, medibles, realistas e ir por ellos”.
Hemos llegado al punto en que tanto el éxito como el fracaso están atravesados por los criterios que nos impone la dinámica del consumo, dice Diego Jiménez, docente y máster en filosofía. “El éxito es algo así como un conjunto de fugacidades con un alto costo humano. Y en esta dinámica, el fracaso y su posibilidad se presentan como indeseables”.
Los cánones de educación de hoy, opina, alimentan a esta cultura. “Al niño hay que decirle que sí a todo, porque no conviene que se frustre (...) cuando la vida y el desarrollo equilibrado de la persona requieren ciertas dosis de frustración y una elemental capacidad para asumir el fracaso. Pero parece que hoy esta es una mala palabra. Ya nadie puede perder. Vivimos en una sociedad que premia todo, hasta lo mal hecho”.
Entonces, en la juventud y adultez hay golpes de realidad y llega una depresión. Hace falta, dice Jiménez, una pedagogía que nos ayude a asumir el fracaso como necesario. “Perder es también una forma increíble de ganar si sabemos aprender de nuestros errores”.
Rojas, director del Instituto Español de Investigaciones Psiquiátricas de Madrid, destaca aquí el valor de la voluntad por sobre la inteligencia. “El que se sabe inteligente puede abandonarse. Al saber que tiene muchos recursos mentales, no trabaja a fondo los objetivos de su vida”. En cambio, destaca, la voluntad es una fuerza motriz que empuja a la realización de la persona. “El que tiene educada la voluntad está patrocinando la alegría”.
¿Entonces cómo formar la voluntad? Se trata, dice el psiquiatra, de ser capaces de diseñar para padres e hijos una tabla de ejercicios de voluntad. Pequeñas tareas diarias del día a día en las que uno se vence, no hace lo que le apetece, sino lo mejor, lo que le hace bien. Es una tarea gradual y progresiva que tiene frutos a corto y mediano plazo.
¿La enfermedad del siglo?
También se hace preciso diferenciar entre lo que es depresión y lo que no. Como aporta Jiménez, director académico de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador, sede Ambato, es normal que las personas se declaren deprimidas, aunque no sea eso lo que les pasa. “La depresión es un trastorno de la afectividad que presenta unas características graves, como cierta ideación suicida recurrente. No digo que muchas personas de nuestra época no lo sientan; digo que no siempre es eso lo que queremos señalar”.
Decir que se está deprimido porque no se puede hacer lo que se quiere es más bien “cierta incapacidad para aceptar los límites, cierta incapacidad para aceptar que no somos lo todopoderosos que deseamos ser”. Otra vez, la caída de las expectativas.
En el mundo actual, continúa el investigador, hay cuestiones urgentes, más que las pseudodepresiones que en realidad son falta de fuerza del carácter, incapacidad de vivir con “necesarias dosis de heroísmo y renuncia”.
Jiménez propone pensar en los dramas humanos poco visibilizados. “Trato, con bastante frecuencia, con gente sencilla que tiene que hacer sus vidas en condiciones realmente difíciles. Y no está deprimida. Y vive nuestra época”. Esto le sugiere que en muchos casos se da por llamar depresión a “la moda de una época de proporciones absurdas de consumo”. Así, en vez de un cuadro clínico de depresión, hay malestar por no poder ser como una figura mediática o no poder consumir como el mercado exige.
Eso no significa que todo esté mal con nuestra generación. Jiménez opina que somos capaces de cosas que las anteriores no pudieron. “Por ejemplo, hay una sensibilidad especial que nos lleva a pensar en clave ecológica”. Si a eso se añaden, dice, ciertas dosis de heroísmo, perseverancia y tesón, se lograría darle la vuelta a la realidad. Y esto hace pensar que en las depresiones de este siglo hay una necesidad de causas por las cuales estemos dispuestos a dar la vida.
Comunicación despojada
Jiménez piensa que el uso que le damos hoy a la palabra comunicación no le hace justicia a lo que esta implica y es. Necesitamos, afirma, devolver a nuestras relaciones la ternura y calidez que las fortalezcan, “situarnos frente al otro como quien se sitúa frente a lo sagrado, y eso implica tiempo, paciencia, estar... Y lo que hacen la mayoría de los medios actuales de comunicación es arrancarle toda posibilidad de sagrada y digna a la existencia”.
Entonces, muchas depresiones del siglo XXI serían “el reflejo de ese reclamo que nuestra generación hace desde el fondo de sí misma: nos urge entender que la vida está permeada de dignidad, pasar de la información y de los ‘likes’ a vínculos que nos ayuden a construir sentido”. Eso haría, señala, que las múltiples indignaciones que decimos sentir en nuestros muros virtuales nos lleven a compromisos duraderos y fértiles.
Un porvenir optimista
Para los casos reales de depresión, el futuro tiene opciones. Entre las conferencias de Rojas en Guayaquil estaba la titulada ‘Adiós a la depresión’. ¿Cuáles son las propuestas de la medicina actual? La gama de soluciones antidepresivas se ha ampliado, considera el médico, y los fármacos contemporáneos tienen gran eficacia. Cita los de acción rápida, la combinación con estimulantes, las vacunas que frenan las caídas (litio, sodio, cesio, rubidio) “y, si falla la medicación, hay tres o cuatro ideas supermodernas: el estimulador magnético transcraneal, la estimulación eléctrica del nervio vago, la fototerapia y el último grito, la estimulación nasal mediante olores especiales que se asocian a una emoción o sentimiento, propuesta por un grupo de médicos de Baviera, Alemania”.
El olfato es un marcador de depresión en los humanos, han sostenido los investigadores durante décadas. La reducción o remoción del bulbo olfatorio es un factor de vulnerabilidad para la depresión y otras condiciones mentales. Así que la terapia olfatoria empieza a tomar importancia.
Con estos avances, ¿superaremos el auge de depresiones en las décadas por venir? “Las depresiones estarán siempre presentes en la vida. Suelo decir que, tal como las drogas, han venido para quedarse”, es la conclusión de Rojas. “Lo importante es que las nuevas técnicas médicas y psicológicas sean capaces de ayudar a las personas, y en eso soy optimista, los cambios han sido muy positivos en los avances médicos”.
Un ciclo de éxitos y crisis
El éxito profesional y personal no resguardan de la depresión. Con 23 oros olímpicos y 28 medallas en total, el exnadador estadounidense Michael Phelps reveló a CNN que ha sufrido episodios depresivos desde los Juegos de 2004. El más reciente fue hace dos o tres semanas. Y el punto más bajo fue en 2014, cuando fue arrestado por conducir bajo los efectos del alcohol y de manera temeraria.
Phelps ha descrito la enfermedad como ‘escalofriante’, y sabe que no ha terminado. “Es algo que seguirá sucediendo a lo largo de mi vida. Pero mientras más pueda aprender sobre mí mismo, más podré comprender por qué”.
Actualmente recibe ayuda profesional, aunque durante algún tiempo se resistió a hacerlo. Desde que accedió a la psicoterapia se dio cuenta de que estaba mejor y más saludable. “Aprendí muchas cosas sobre mí mismo que no sabía”. Recién tras su retiro del deporte, Phelps pudo admitir la depresión que se acentuaba después de cada olimpiada. “Diría que en 2004 fue la primera vez que pasé por esto. Tras los Juegos de Londres no quería seguir compitiendo, no quería seguir vivo”.
Ahora, y pese a varias retiradas fallidas, Phelps descarta definitivamente su regreso a la piscina en los olímpicos de Tokio 2020: "He terminado mi carrera en un punto alto. Es lo que siempre quise hacer. Ese capítulo está cerrado", concluyó.