Papás y amigos: ¿Es posible?
No hay atajos, pero sí necesidad de crear vínculos fuertes, dar seguridad, formar personas responsables y aprender a comunicarse.
Indudablemente ha conocido a quienes afirman ser amigos para sus hijos. Más difícil es oír a alguien decir que considera amigos a sus padres. El psicólogo clínico —y padre— Samuel Merlano defiende la posibilidad. Su concepto de la amistad es “una vinculación afectiva y de confianza, ajena a la familia o dentro de ella. Por muchos años, los padres han cumplido un rol de distanciamiento emocional en los hijos, siendo solo autoridad, demandando cumplimiento y obediencia, mostrando el mínimo de sentimientos, para crear en los niños una especie de temor”.
Esto, en opinión de Merlano, ha creado una brecha muy grande en la relación. “Los hijos viven en un mundo al que los padres no pueden entrar porque no lo conocen, porque usaron un solo camino de comunicación, que fue el de la autoridad. Obediencia sin diálogo y sin vínculos afectivos”.
Su propuesta es romper esa barrera por iniciativa de los padres. “Son los adultos, los maduros, los que pueden generar el diálogo y espacios de reflexión”. El hijo, dice el psicólogo, no va a plantearles esto a los padres, porque para ello necesitaría poseer gran proactividad e inteligencia emocional. Lo más probable es que se distancien de la familia para buscar a sus compañeros de colegio o del barrio. “Van a abrir su alma al amigo, pero a los padres no. Entonces se produce el interrogatorio: ‘¿Cómo te va en el colegio? Bien. ¿Qué estás haciendo? Las tareas. ¿Te sigues viendo con esa chica? No, papá. ¿Cuándo vas a sacar la basura? Ya mismo’. No hay conversación”.
Entrar en el mundo emocional del hijo no significa perder la autoridad, sostiene Merlano, sino tener empatía. “Me pongo en tus zapatos, quiero entender lo que estás viviendo. Cuando el papá se acerca al alma del hijo, el hijo abre su corazón, y comparten experiencias. ¿Cuándo los hijos van a escuchar a los padres? Cuando estos hayan creado un ambiente de confianza. Entonces van a decir: Vale la pena escuchar a papá”.
Comunicar desde las emociones
Si el chico o la chica no se sienten en familia con los padres, buscarán a esa otra familia, los amigos. “El hijo necesita ser bienvenido, respetado, escuchado, y sus habilidades admiradas, aunque no hayan sido justamente aquellas que los padres esperaban”. Ese hijo va a sentir apertura, dice Merlano, para contar lo que le pasa y lo que siente.
“Algunos dirán que el papá se vuelve impávido y parece indiferente, no proyecta autoridad. Pero la verdadera transformación”, expresa Merlano de forma optimista, “se da cuando los hijos se sienten escuchados y piden la opinión del padre, que es el nivel más alto de este rol”.
El psicólogo mira como necesaria una reingeniería familiar, nuevas formas de comunicación. “Estoy muy seguro de que los padres de las generaciones van a tener otros desafíos. Pero ahora, van a tener que tomar lo bueno de aquello que recibieron de sus propios padres, y lo que no, dejarlo a un lado. La organización que no cambia con rapidez, se queda en el camino. Los padres que no están dispuestos a dar el salto, van a sufrir mucho con sus hijos, pues cuando estos se vayan de casa, vivirán desconectados”.
La estrategia no significa dejar sin corregir, sin límites ni reglas. “El papá que ama, lo hace. Pero tampoco cierra su corazón a sus hijos. Si hay comunicación del corazón al corazón, habrá solución (priman las emociones, saber lo que el otro siente). Pero si se comunican de la mente a la mente, los dos terminan dementes”, comenta con humor.
No es posible comunicarse con los hijos de la manera lógica tradicional, sino en el plano emocional, “allí es donde nos entendemos mejor; buscamos su frecuencia, nos sintonizamos con ellos: el lenguaje verbal y no verbal, las posturas corporales. El camino de la lógica es muy conocido: ‘Yo sé más que tú. Cuando tú vas, yo ya vengo. Te lo advertí’. ¿Está en lo cierto el papá? Intelectualmente. Y el intelecto no es la clave del éxito. Son las emociones. El fracaso en la comunicación de las emociones, opina Merlano, crea abismos.
¿Cómo comunicarse mejor con los hijos? Coméntenos
La escucha empática
Escuchar es uno de los trabajos ineludibles de ser padres. Se trata de entender a los hijos primero para poder pedirles que hagan el intento de comprender a los adultos después. “¿Quien es el maduro? ¿Quién debe hacer el primer esfuerzo de comprensión? No es posible”, dice Merlano, “que los adultos esperen que un niño entienda su situación de padres. Lo que sí harán es leer las emociones de los mayores, siempre y cuando estos hayan atendido la de los jóvenes primero”.
El psicólogo descarta la entrevista tipo policiaca: ‘Tengo que hablar contigo más tarde’. “El chico se acuerda de todo lo que hizo e incluso prepara mentiras para defenderse. ‘Yo sé cómo eres, dime todo lo que sabes, sé que me estás mintiendo’. El papá se convierte en un detective de sus hijos”. ¿Por qué entrar al mundo emocional de los hijos a la fuerza? “Eso es quebrantar, no transformar. Ese hijo siempre será un misterio para el padre”.
DE LA ADOLESCENCIA A LA ADULTEZ
En la adolescencia, los chicos necesitan padres comprometidos que los guíen, los eduquen y los disciplinen. “Si entendieran razones, no habría necesidad de talleres para padres ni tendríamos pacientes adolescentes”, acota Paz.
Las neurociencias plantean que el lóbulo prefrontal donde se asientan el juicio, el discernimiento y el análisis crítico, se termina de desarrollar alrededor de los 21 años —y, se piensa, hasta la mitad de la segunda década—. “Antes de eso, el principal gatillador de conducta son las emociones. Hay quienes pasan de los 30 y siguen viviendo con los padres. Esto, más allá de lo económico, tiene de fondo una marcada comodidad y poco sentido de la responsabilidad personal”.
Lo ideal es que a esa edad los hijos hayan desarrollado una relación de adultos con los padres, que estos respeten las decisiones de aquellos, permitiendo que asuman de manera responsable las consecuencias de sus decisiones. Si un hijo sigue 'casado' con los padres, difícilmente tendrá un matrimonio armonioso y satisfactorio, ya que pesará más la opinión de los padres que la del cónyuge.
Los modelos democráticos permisivos, la hiperprotección, terminan incapacitando a los hijos. “Los padres hablan de que quieren hijos con una sana autoestima. ¿Pero cómo se la desarrolla? Por la superación concreta de obstáculos y desafíos. Eso crea confianza en las propias capacidades y recursos. La estrategia de observar sin intervenir, y que el chico paulatinamente asuma la consecuencias de sus decisiones y reciba los pequeños golpes que forjan la personalidad, es fundamental para evitar que salgan a la vida adulta incapacitados por el exceso de protección paterna”.
Revalorizar las jerarquías
Paternidad sí, amistad no, dice con firmeza el psicoterapeuta y también padre Sergio Paz, y explica sus razones. “En el momento en que uno pretende establecer esa ambivalencia de ser padre y amigo, ya no puede gestionar la situación, porque no están bien establecidas las jerarquías. El problema de fondo es creer que la relación de padres e hijos puede estar fundamentada en la reciprocidad y en la igualdad, como sucede en el caso de la amistad, y que los chicos aceptarán realizar sus tareas sin que estas les sean requeridas. Eso les da una visión completamente distorsionada de cómo funciona el mundo. El mundo funciona a través de jerarquías”. Las encontrarán en el trabajo, por ejemplo.
“Actualmente, los padres están en la moda del rechazo de los modelos autoritarios, y creen que todo tienen que pasar por el consenso, la persuasión a los hijos. Un adolescente no tiene desarrollado el sentido de la responsabilidad personal, por lo que los sermones y las explicaciones de que el esfuerzo, la dedicación y la constancia lo llevarán al éxito presente y futuro, la mayoría de veces no funcionan, ya que para tener una comunicación efectiva, mi interlocutor y yo debemos tener los mismos valores, sino corremos el riesgo de que la interacción se convierta en un diálogo de sordos. En el momento en que el padre es amigo del hijo, este pierde un punto de referencia sólido y fiable cuando se encuentra en situaciones de crisis”. Y subraya que la ausencia de jerarquías (todos somos iguales, todo es negociable) no permite a los padres poner reglas claras ni cumplir con la función educativa de establecer qué se puede y qué no se puede hacer.
Este modelo, denominado por los terapeutas democrático permisivo, tiene como valor supremo la paz, entendida como ausencia de conflicto, como aceptación. “Muchos padres, cuando van a consulta, refieren: ‘Quiero que mi hijo entienda el valor del esfuerzo y la dedicación’. Estamos hablando de un adolescente de 15 años que no tiene como valor la responsabilidad personal, sino el mínimo esfuerzo. Se produce un desastre comunicativo. Le están pidiendo algo que no puede realizar”. Se le puede exigir que estudie, pero no que quiera estudiar. “El amor, el deseo, no se obtienen a través de imposiciones. Un antídoto para curar ese desajuste en la comunicación es pedirles a los chicos comportamientos concretos, no actitudes ni estados de ánimo”.
Paz considera que los padres pueden pedir demasiado, como el que sueña que el hijo menor de edad haga las tareas (escolares, domésticas) no porque se lo pidan, sino por responsabilidad y por ser sensible y recíproco a los sacrificios de los padres.
Padres en control de sí mismos
Para tener relaciones armoniosas y satisfactorias, no son suficientes las buenas intenciones. Hay que desarrollar una relación cálida y cercana con los hijos para influir positivamente en ellos. “Nuestros hijos no van a acudir a nosotros si perciben que somos sus enemigos”, dice Paz, y agrega: “En contra de lo que uno cree, las desatenciones funcionan mejor que el exceso de atención. La idea es que sea el hijo el que se acerque a ti, pero para que eso ocurra tiene que ver a una persona alegre, fuerte, sana, feliz, satisfecha consigo misma”. ¿Qué muchacho, pregunta Paz, querrá acercarse a un padre amargado, censurador, que cree ser el único que sabe cómo funciona el mundo, qué se debe hacer y qué se debe pensar?
“Los seres humanos, en esencia, somos las emociones que comunicamos. Los padres hoy enfrentan una disyuntiva. O aprenden a comunicar de manera eficiente o van a terminar sufriendo los efectos. La tarea resulta más exigente y requiere habilidades más sofisticadas que las de una generación anterior”, pues no se criaron con internet ni con dispositivos inteligentes. “Es un contexto diferente e implica desarrollar nuevas competencias”.
Los hijos necesitan, recalca Paz, una guía clara de qué hacer y qué no, cuándo negociar y cuándo no, y los padres son los proveedores de esa seguridad, particularmente el padre.
“¿Se pregunta qué puede hacer para ayudar a su hijo? Dele razones por las cuales él quiera parecerse a usted”. Una de las mayores satisfacciones es escuchar a los hijos decir que papá es divertido, es cool. ¿Y qué es lo cool? “Que ellos perciban a un padre que ha dejado claro hasta dónde se puede llegar. En la infancia, los chicos se sienten más cómodos con padres que dan las reglas del juego”. Dejar las jerarquías de lado por buscar la amistad y el consenso, dice Paz, deriva en los trastornos de conducta.
La idea es que ellos crezcan sintiendo que papá es esa persona admirable, para que en el momento del problema, sepan a quién acudir. “No tiene nada que ver con la amistad”, reafirma el psicoterapeuta. El padre que quiere convertirse en amigo de sus hijos, deja su rol y envía un mensaje ambivalente. Una cosa es ser cercano, afectuoso, tener apertura al diálogo, y otra es la amistad. “Hablar de amistad implica ser iguales: Yo soy igual a ti, pero eso es imposible, hay una jerarquía, padre e hijo”. El adulto no puede confundir cercanía y afectividad con amistad, ese lugar que corresponde a los pares del niño, adolescente o joven.
La habilidad de poner límites
Paz manifiesta que “un padre cálido y afectuoso baja a la altura del hijo, pero no le permite que se le trepe. Para eso, tiene que estar en completo control de sí mismo”. Porque si está fastidiado, cualquier cosa que diga, por más significativa que sea, va a llegar en forma de emotividad negativa.
“Un padre en control de sí mismo es un ejemplo para emular. Pero hay chicos que lo último que quieren en esta vida es ser como papá. Así que la cuestión no es qué tengo que hacer para ser amigo de mi hijo, sino qué tengo que hacer para cumplir con mi función educativa y hacer de él una persona responsable, equilibrada y segura”. La meta no es negociar la simpatía y el cariño de los hijos, asevera Paz, sino hacer de ellos personas de bien.
Tres estrategias cruciales
1. Identifique las soluciones que ha intentado hasta ahora con los conflictos de sus hijos, para ver lo que funciona y lo que no.
2. Identifique cuál es su estilo de comunicación y corrija lo que sea necesario.
3. Construya una relación afectiva, cercana y cálida con sus hijos, sin eso no lo
escucharán. (F)