Recuerdos involuntarios
La magdalena de Proust: la razón por la que hay olores y sabores que nos traen recuerdos que teníamos olvidados.
¿Escuchó alguna vez lo que es experimentar una “magdalena de Proust”? Si la expresión le suena rara, lo que significa para la cultura popular y la neurociencia le resultará más que familiar.
El hecho de que pueda recordar momentos de su pasado, incluso de su niñez más temprana, después de oler o saborear algo, tiene una explicación científica.
Y el conocido novelista francés Marcel Proust (1871-1922) tiene una relación muy especial con esta explicación.
Además de la calidad literaria de sus obras y su exquisita sensibilidad, Proust es conocido por haber motivado un interés particular de la ciencia en el estudio de los “recuerdos involuntarios”, aquellos que sin proponérnoslo son evocados después de experimentar estímulos al azar.
La famosa Magdalena de Proust explica la experiencia de uno de los personajes literarios del escritor que, cierto día, abrumado por la tristeza, prueba una magdalena (como se conoce en algunos lugares a un tipo de un pastelito dulce) mojada en té y es repentinamente transportado a los veranos de su infancia en Combray, un pueblito en el noroeste de Francia.
El célebre fragmento pertenece específicamente a la obra Por el camino de Swann, la primera parte de la serie En busca del tiempo perdido, que contiene siete novelas publicadas entre 1913 y 1927.
Recuerdo proustiano
Resulta curioso que un sencillo recurso literario arroje luz sobre complicados procesos que todavía la ciencia moderna, particularmente al campo de la neurología, no ha logrado descifrar por completo.
“La forma en que precisamente ocurre esa reactivación (estímulo-memoria) sigue siendo solo parcialmente comprendida”, comentó el doctor Loren M. Frank, del Instituto Kavli de Neurociencia Fundamental de la Universidad de California, en San Francisco.
Cuando se forman los recuerdos, una región del cerebro llamada hipocampo ayuda a unir las partes de la memoria (la vista, los sonidos, los sabores y los olores...) que se han procesado en regiones cerebrales especializadas dedicadas a cada sentido.
“Más tarde, cuando se experimenta el mismo olor o sabor, ya está vinculado a las otras partes de la memoria y así es posible ‘reactivar’ las imágenes, los sonidos, etcétera”, señala el experto.
Estímulos voluntarios e involuntarios
El doctor Frank asegura que los recuerdos del ser humano se pueden remontar en el pasado hasta la edad de los 3 o 4 años.
Y que aquellas cosas que rememoramos voluntariamente funcionan a partir del mismo proceso que aquellas que rescatamos de manera involuntaria, como lo es el llamado “recuerdo proustiano”.
“La única diferencia es que creamos la señal nosotros mismos al pensar en ello o al imaginarlo. Una vez que el patrón de actividad cerebral correspondiente a esa señal esté presente, ocurriría el mismo tipo de proceso, sin importar si la señal proviene de afuera o de adentro”, explica.
El funcionamiento de la mente y el cerebro humanos todavía encierran grandes misterios para la ciencia. Y la memoria olfativa, por ejemplo, es un campo en el que los neurólogos tienen especial interés.
Una de las principales razones es porque, según estudios científicos, la capacidad de recordar olores podría definir si una persona es más o menos propensa a padecer de enfermedades como la demencia.
Por eso las pruebas de memoria olfativa podrían ser usadas en el diagnóstico y prevención de este padecimiento.
Flujos de conciencia
En busca del tiempo perdido tuvo una gran influencia en escritores de todo el mundo, puesto que introdujo la idea de escribir sobre “corrientes o flujos de conciencia”.
A través del narrador omnipresente, Proust logra transmitir en gran detalle no solo lo que se percibe, sino también lo que se recuerda y los vínculos repetidos y constantes entre la percepción y la memoria.
Para muchos, sus aportes ayudaron a transformar la novela contemporánea.
Y se dice que escribir En busca del tiempo perdido le tomó casi toda la vida, prácticamente sin salir de su habitación con las paredes forradas de corchos (Proust consideraba a sus vecinos horriblemente ruidosos y llegó a enviarles cartas por esta razón).
La magdalena que provoca el famoso “recuerdo proustiano” –este es un dato para los más curiosos– no es probablemente la que tienes en mente, sino un postre tradicional del noreste de Francia, llamado “magdalena de Commercy”, y que luce más bien como una galletita ovalada con líneas paralelas en la superficie.
Fuente: BBC Mundo