Síndrome de Estocolmo
Existen personas privadas de su libertad o víctimas de algún abuso que ven a su atacante como aliado o salvador.
Hace cuarenta años, el 23 de agosto de 1973, en la ciudad sueca de Estocolmo, ocurrió un atraco con rehenes en el banco Kreditbanken. Las víctimas eran tres mujeres y un hombre que se resistieron a ser rescatados e incluso defendieron a sus captores al terminar su secuestro y rechazaron testificar en su contra.
Según noticias internacionales, al momento de la liberación, un periodista fotografió a una rehén besándose con un plagiador. Incluso existe un reporte de que una de las secuestradas llegó a comprometerse con uno de ellos.
Al principio esta conducta fue considerada muy rara, pero al repetirse en otros países se le dio el nombre con el que actualmente se lo conoce: síndrome de Estocolmo. Término que fue acuñado por el criminólogo y psicólogo Nils Bejerot, colaborador de la Policía durante el robo.
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Otro caso muy conocido fue la desaparición de Patty Hearst, nieta del magnate estadounidense de los diarios, William Randolph Hearst. Ella fue secuestrada en febrero de 1974 por el Ejército Simbionés de Liberación (ESL), que exigió a su padre que donara millones de dólares para dar comida a los pobres.
Pero el 15 de abril de 1974, el ESL asaltó un banco y al examinar las cintas de la cámara de seguridad, la sorpresa se dio al ver que una mujer identificada como Tania se parecía demasiado a Patty Hearst. Según BBCMundo en el texto ‘Captor vs. cautivo, 40 años del síndrome de Estocolmo’, “ella pareció haber desarrollado simpatía hacia sus captores y se unió a sus actos de robo. Eventualmente fue detenida y cumplió sentencia en la cárcel”.
En Austria también hubo un caso, el de Natscha Kampush, quien fue secuestrada a sus 10 años el 2 de marzo de 1998 por Wolfgang Priklopil y retenida en un sótano durante ocho años. Se dice que ella lloró cuando escuchó que su plagiador había muerto y encendió una vela por él.
Víctima vs. aliado
El efecto del síndrome de Estocolmo se da cuando el atacante es visto por la víctima como aliado o salvador, haciéndose cómplice a pesar del abuso y los maltratos que conlleva.
Sin embargo, tal problema no solo sucede con atacantes o secuestradores. También con personas que han sido víctimas de algún tipo de abuso, incesto o una enfermedad mental, según Nils Bejerot.
Un ejemplo, dice el neuropsiquiatra Pedro Posligua Balseca, se dio en un paciente esquizofrénico, de 50 años, cuya esposa joven y atractiva, de 32, se convirtió en su víctima.
Él acudía a las terapias, pero toda su sintomatología la trasladaba a su esposa. Decía: “¡Mi señora habla sola, ¡tiene alucinaciones!, ¡ella delira!”... Pero el único enfermo era él, pues la tenía sometida y no la dejaba sola. “Ella siempre expresaba que su marido decía la verdad debido al exceso de lealtad hacia su esposo. Sin embargo, un día se le pudo hablar a solas y se le hizo ver que no era la enferma. Finalmente se separó de él”, comenta.
Encontró un protector
Según Posligua, el síndrome de Estocolmo se da porque se establece una relación de dependencia entre el secuestrado y el secuestrador. Este último ejerce una actitud de gentileza, por lo que el afectado siente de alguna manera que está protegido, aunque en condición nefasta y desagradable para su supervivencia.
“La víctima pierde su independencia y autonomía, su buen juicio y criterio, y no tiene capacidad de decisión. Incluso puede tener relaciones íntimas con la persona que la secuestra, ya que adopta una postura de extrema dependencia”.
Sucede por el hecho de sentirse incapacitada para poder en algún momento dado resolver su problema de pérdida de libertad. Entonces, la víctima asume una conducta de sumisión. “Se debe a una predisposición de tipo psicológica cuando, por ejemplo, desde muy temprana edad tuvo una influencia represiva, fuerte y autoritaria de los padres u otros miembros de la familia”.
Pero, agrega, en muchos casos no ocurre solo esa conducta de dependencia pasiva, sino que se va debilitando a la persona primero con el aislamiento y luego con los castigos que está recibiendo a través del tiempo, que hacen que la víctima vaya disminuyendo su capacidad de confrontación de la situación real y adopte una posición más bien casi mágica o ilusoria de que ese es el mundo que en ese momento está funcionando y que se ha adaptado, aunque precariamente para sobrevivir.
Homosexualidad
El síndrome de Estocolmo, dice el neuropsiquiatra, no solo se da en las mujeres, sino también en los hombres. Ellos tienen una situación de dependencia seria y grave. Algunos hasta adoptan una postura de homosexualidad temporal, circunstancial mientras están prisioneros o secuestrados, únicamente por supervivencia. Y en el caso de la mujer, no solo contenta a un agresor en particular, sino que se vuelve complaciente con varias personas que comparten su sexualidad en un momento determinado como sucede en las guerrillas. Incluso, estos grupos reclutan a niños no solo con la finalidad de entrenarlos militarmente, sino para que presten servicios sexuales para las personas adultas como la sodomía (acto del sexo anal).
Liberarse del trauma
El tratamiento contra el síndrome de Estocolmo, menciona Posligua, es una tarea muy dura en la cual se aplica medicación antidepresiva con psicoterapia. También se podría usar la terapia EMDR (Movimientos Oculares, Desensibilización y Reprocesamiento, por sus siglas en inglés) desarrollada por la doctora Francine Shapiro, psicóloga del MRI –Mental Research Institute– de Palo Alto, California, en 1987.
Consiste en la estimulación bilateral sensorial alternada en uno y otro lado del cuerpo, mientras el sujeto fija su atención en la situación problema. Es una terapia a largo plazo, dice Posligua, pero es de las más efectivas para poder superar problemas de tipo crónico, especialmente en las personas que han sufrido situaciones graves de humillaciones, maltratos, castigos o perversidades de los adultos u otros individuos en un determinado momento de la existencia como es el síndrome de Estocolmo.
Por último, agrega, es importante que la familia de las víctimas reciba la terapia, porque también ha sufrido durante mucho tiempo la situación de desconocimiento del familiar secuestrado o prisionero.