Después de los antibióticos
Las bacterias han evolucionado para burlar a los más poderosos de estos fármacos, y buscar nuevos es apenas una solución a corto plazo.
Los antibióticos se han usado sobremanera en la agricultura y la medicina. La solución inmediata ha sido emprender la búsqueda de nuevos agentes antimicrobianos. Pero es diferente cuando se trata de encontrar soluciones a largo plazo.
Para esto, dice el biólogo Peter Søgaard Jørgensen, investigador de la Real Academia de las Ciencias de Suecia, debemos usar esta oportunidad para implementar un plan internacional para proteger intereses en común.
Desde el descubrimiento de la penicilina en 1928, por Alexander Fleming, los antibióticos y otros tipos de antimicrobianos han venido a ser un elemento más de la vida diaria. Sin embargo, hay trillones de bacterias beneficiosas y esenciales para el cuerpo humano y los recursos vivos de la tierra. El uso excesivo está haciendo dos cosas: está disminuyendo este acervo de bacterias benignas y reemplazándolo con microbios altamente resistentes.
Un estudio publicado en 2016 en la revista The Lancet estima que 200 mil recién nacidos mueren cada año como resultado de este mal uso. Jørgensen dice que la solución típica es invertir en innovación para buscar nuevos antibióticos. Pero él insiste en que esto hace que se reste importancia a soluciones como higiene, saneamiento ambiental, vacunaciones e incluso cambios culturales.
“La vacunación contra el neumococo podría prevenir el equivalente a 11,4 millones de días de tratamiento antibiótico por neumonía en el mundo, reduciendo significativamente la carga para la salud”. Es tiempo, dice el biólogo, de replantear el debate y entender que la comunidad de microorganismos beneficiosos globales está en declive, tal como la capa de ozono y la estabilidad climática, en vez de desesperarse por conseguir más antibióticos.
Cambiar la percepción
Los humanos necesitan entender que los microorganismos son un bien público global, que hicieron la tierra habitable antes de que llegáramos a ella, y que lo siguen haciendo, especialmente desde nuestro interior, ayudando al desarrollo de nuestros sistemas digestivo e inmune. “Sin microbios no hay humanos”, sentencia Jørgensen.
En su opinión, esto no se refleja en las acciones que tomamos. Ni siquiera tenemos el entendimiento básico. Un sondeo de la Organización Mundial de la Salud del 2015 abarcó 12 países, y descubrió que el 64% de la población cree que los antibióticos curan infecciones virales como la influenza y el resfriado. Este vacío lleva a que los pacientes e incluso tratantes usen antibióticos sin apreciar el costo de desarrollar resistencia antimicrobiana.
¿Dónde están las principales áreas de riesgo? Sugiere empezar por la ganadería y la medicina. Debe reducirse el uso de antimicrobianos no esenciales en el ganado y en los humanos.
Luego, dice, está la agricultura. Descontinuar en las granjas de todo el mundo el uso de antibióticos como promotores del crecimiento, y asegurarse de que no sean reetiquetados como tratamiento preventivo. Para hacer la transición a formas de producción libres de antibióticos, será necesario un plan económico global de subsidio. Finalmente, terminar con la venta libre irrestricta y el mercado negro.
A la industria hace ver la necesidad de un código internacional para la promoción de antibióticos, parecido a las medidas que adoptó la OMS en 1981 para la publicidad de sustitutos de la leche materna.
Los recursos de las hormigas
Además de los humanos, algunas especies han encontrado maneras de defenderse. La Real Sociedad de Londres para el Avance de la Ciencia Natural informó este año que aunque la mayoría de las hormigas produce químicos antimicrobianos, las que no lo hacen podrían haber encontrado otras formas de protección.
Como nosotros, son altamente sociables, con decenas de millones de individuos habitando un solo hormiguero húmedo y caluroso. Este comportamiento aumenta la posibilidad de intercambiar gérmenes. Las colonias dependen de que las obreras salgan a trabajar. Ellas vuelven cargadas de comida y de microbios y comparten todo al alimentar a las demás boca a boca. Y dado que son una sola familia, si una es susceptible a algo, muchas otras también lo serán.
Sin embargo, las hormigas dominan distintos ambientes y tienen miles de especies. ¿Cómo aprender de ellas?
Son excepcionales en la limpieza. Tienen sistemas eficientes de remoción de los desperdicios, y regularmente quitan o aíslan el material en descomposición. Se limpian unas a otras y se agrupan para desinfectar a hormigas contaminadas.
Tienen su propia forma de medicina. Algunas especies, al enfermar, consumen toxinas, como el peróxido de hidrógeno, para medicarse. Otras recolectan resinas de árboles para proteger sus hormigueros. Algunas especies producen ácido fórmico, que combinado con resina forma un agente antimicrobiano potente.
La Real Sociedad de Londres publicó un reporte de investigadores de la Universidad de Arizona sobre 20 especies de hormigas en Estados Unidos. Confirmaron que el 60% de ellas secretan antibióticos. El 40% restante, sugieren los autores, usa otros métodos para controlar la propagación de bacterias.
Esto ha despertado la idea de que las hormigas podrían ser una buena fuente de nuevos antibióticos, porque los producen y porque podrían favorecer la multiplicación de microbios beneficiosos. Por ejemplo, un equipo de la Sociedad Real de Química de Reino Unido reportó en 2017 que una especie de hormigas nativas de África posee una bacteria que produce formicamycina, capaz de acabar con dos de las superbacterias más resistentes a los antibióticos de la actualidad, Staphylococcus aureus (SARM) y los enterococos (V. R. E.).
LAS MÁS TEMIDAS
En 2017, la OMS publicó una lista de 12 bacterias para las cuales se necesita antibióticos con urgencia, clasificadas como de importancia crítica, alta y media. Entre ellas están la Helicobacter pylori, las salmonelas y la causante de la gonorrea.
EN EL FUTURO
Los países que utilizan más antibióticos son Turquía, Grecia, Francia, Bélgica, Italia y Luxemburgo. Sin acciones oportunas, el número ascendería a 10 millones en 2050, reporta la organización Review on Antimicrobial Resistance, de Reino Unido.