Clic en Galápagos: Naturaleza y paisaje
“No es fácil aprender a compensar la exposición, sobre todo con negro sobre negro, que la cámara intenta homogenizar los tonos y neutralizarlos en grises”.
Un 6 de febrero, a las seis de la mañana, desembarcamos en la isla más prístina de Galápagos. Desde el barco no se podía divisar la orilla, pero los pangueros conocen sus caminos entre los bajos, y a pesar de la espesa neblina encontraron la entrada hasta el viejo muelle de Fernandina.
Fue como cruzar a otra dimensión. La bruma era la frontera divisoria entre dos realidades. De un lado la naturaleza apenas desperezándose, mientras que, hacia el este, el barco y los volcanes de Isabela ya se habían iluminado.
Disparé mi cámara contra el sol naciente, logrando siluetas en tonalidad naranja.
Traveseé con el balance de blancos; utilicé un filtro de tungsteno, y los cielos se tornaron azules, la neblina se oscureció, las pocas nubes se acentuaron. Lobos marinos jugaban en la piscina de entre mareas, y entonces di prioridad a la velocidad, para plasmar sus piruetas e inocentes persecuciones. Compuse mi foto en capas, proporcionándole profundidad. Bastó posicionarme para captar, uno tras otro, el flujo de lava, las pozas de mar, las olas arremetiendo con violencia contra la isla. Construía un camino que condujera la mirada hasta el barco, perdido entre la niebla. Así mi imagen cobraba vida, dimensionalidad, con cada pliegue.
No es fácil aprender a compensar la exposición, sobre todo con negro sobre negro, que la cámara intenta homogenizar los tonos y neutralizarlos en grises. Iguana marina sobre lava es un reto. Así que practiqué disparando el obturador sobre las mismas criaturas, que impávidas servían de modelo perfecto. Tenía tiempo para revisar el histograma luego de cada exposición e ir, poco a poco, disminuyendo el grado de exposición en mi cámara (nunca tan perfecta como el ojo humano), para trampear sus designios.
Finalmente logré una foto en la que cada tonalidad de oscuro fuera única y notoria. Los manglares se convirtieron en fondo perfecto al fundirse en un verde homogéneo. Di prioridad a la abertura para obtener poca profundidad de campo.
Jonathan Kingston, fotógrafo de National Geographic, se refiere a este proceso como el momento dedicado a la composición, cuando se analizan los parámetros óptimos para capturar cierta situación. Es el “enfocar”.
Luego está el tiempo de “disparar”, que es saber reaccionar, presionar el disparador en el instante preciso.
Una vez que la temperatura ambiente llegara a 28 grados centígrados, las iguanas hembra emergieron de los rincones. Fotografié arena volando por los aires, mientras cavaban incansables sus nidos. Mi cámara fue testigo de breves peleas, y me concentré en anticiparlas, que algunas hembras prefieren simplemente robarse los agujeros de otras para poner sus propios huevos. Con el sol de las nueve los animales estaban cada uno dedicado a lo suyo. Fotografié lagartijas copulando, y por primera vez pude captar los hemipenes del macho. No hubo tiempo de jugar con la composición.
Una pareja de cormoranes decidió cortejar frente a nosotros. Entonces pude hacer ambas cosas, “enfocar” y “disparar”; logré armar mi cuadro con los parámetros adecuados y anticipar cada ritual en esta ceremonia de amor, siempre lista a apretar el disparador.
Rikki Cooke, otro consagrado fotógrafo, de National Geographic, propone: “Persigue lo que te emocione”. Es la mejor forma de contar una historia, fotográficamente o de forma escrita. Debemos escarbar en los propios sentimientos, ensalzar lo que nos conmueva. Y Fernandina me estremece en todo su conjunto, especialmente al amanecer. (O)