La gran despedida: Adiós, patas rojas
“Cada año, entre los meses de septiembre y noviembre, mi compañero guía ha notado cómo los juveniles de piquero patas rojas se congregan en la playa de Genovesa, por varias semanas”.
Los guías están siempre llenos de historias que contar, y basta con compartir un café con alguno de ellos para abastecerme de temas para mis lectores.
Walter Pérez, autor de la fotografía que comparto, me sorprende con un comentario: “La primera semana de noviembre fue la gran despedida del 2017 para los patas rojas”.
¿Qué es eso de la gran despedida?, pregunto curiosa. Pues sencillo, cada año, entre los meses de septiembre y noviembre, mi compañero guía ha notado cómo los juveniles de piquero patas rojas se congregan en la playa de Genovesa, por varias semanas, antes de dispersarse por los mares.
No he encontrado referencia en ninguna publicación que pueda citar, pero las observaciones y fotografías que con paciencia y religiosamente toma Walter prueban que, en efecto, una vez que los patas rojas son volantones, deciden agruparse y pasar juntos varios días. Juguetean, practican despegues y aterrizajes, hasta que finalmente se disgregan por la isla o tal vez iniciando sus primeros vuelos mar afuera.
Porque de las tres especies de piquero que anida en Galápagos, los patas rojas son pelágicos, es decir, los que se alimentan muy lejos de la costa.
Se ha reportado que pueden distanciarse hasta noventa y tres millas de tierra, para pescar, y por eso anidan en las islas periféricas del archipiélago.
El patas rojas es el más pequeño miembro de su familia, de casi una docena de piqueros en el mundo. Mide 70 cm en longitud, con envergadura de alas de 1 metro. Pesa promedio 490 gramos.
No es único a Galápagos. Habita regiones tropicales y subtropicales del Atlántico, Pacífico y del océano Índico, alimentándose de peces voladores y calamares.
Otra particularidad de los piqueros patas rojas es que, gracias a sus patas prensiles, anidan en los árboles, no en el suelo. Así, en la época caliente, entre los meses de enero a abril, muchos de los manglares de Genovesa están llenos de nidos, aunque se los puede encontrar todo el año, ya que se reproducen cada quince meses.
La mayoría de los polluelos eclosiona entre abril y mayo, y en tres meses los árboles y arbustos se ven decorados de maravillosas bolas de algodón, los pequeños vestidos en plumón. Para septiembre ya han crecido sus plumas de vuelo, y los piqueros lucen enteramente cafés, desde el pico hasta las patas.
Allí es cuando empiezan a realizar sus prácticas y se posan en todo lo posible, incluyendo a veces las cabezas de los visitantes. Llegan hasta los barandales de los barcos, ensucian todo, o se parquean en la playa en grandes grupos como a observar el horizonte, animándose a emprender por fin su largo viaje.
Al año y medio alcanzan la edad reproductiva. Sus patas se tornan por fin rojas y las plumas pueden ser o blancas o cafés, según el morfotipo de piquero. En Galápagos, la mayoría son del tipo café y apenas un diez por ciento del morfotipo blanco; ambos se tratan de variaciones distintas, pero la misma especie.
Los juveniles cuentan, por tanto, con más de un año para descubrir el mundo y volar a aguas profundas en busca de peces voladores. Antes de comenzar su aventura, se juntan como para darse apoyo o disfrutar de los últimos juegos de juventud.
Así, la playa de Genovesa se convierte en el lugar de reunión para la gran despedida. (O)