Desde el aire: Nueva perspectiva
Baltra es una isla bastante plana, desde el aire se notan sus acantilados hacia el norte y el sur, que parecieran estar todavía brotando del océano.
Comparto en estas líneas lo que mis amigos me han contado sobre sus experiencias en las pequeñas avionetas que transportan pasajeros entre Baltra y San Cristóbal o Baltra e Isabela. Son descripciones de un Galápagos que no he visto, y que tampoco está en mis planes futuros observar, por pánico a volar, sobre todo en tan livianos avioncitos.
Juan Carlos Ávila comenta que en Baltra, aparentemente carente de vida y color en la época seca, intrigan los caminitos que irradian de sus cactus Opuntia, señales de la existencia de uno de sus habitantes más conspicuos e importantes, las iguanas terrestres.
Esta isla sirvió de base norteamericana durante la Segunda Guerra Mundial. Con la gente, y consecuentemente los animales introducidos, se alteraron flora y fauna. Gracias a los programas de restauración del Parque Nacional, se han logrado erradicar varios problemas; sin embargo, los cactus tardan mucho tiempo en recuperarse y aún escasean. Por eso la miríada de caminos que convergen hasta un mismo Opuntia, rutas directas a un propósito en común: alimento.
Juan Carlos también me describe las instalaciones que se observan desde la avioneta, tal vez contenedores, viejos búnkeres, casas habitacionales, clubes de reunión; construcciones fantasma desmanteladas y abandonadas hace casi setenta años.
Baltra es una isla bastante plana, y desde el aire se notan sus acantilados hacia el norte y el sur, que parecieran estar todavía brotando del océano. Porque la isla es parte de la plataforma marina de Galápagos que emergió por movimientos verticales a lo largo de grandes fallas geológicas.
Ximena Córdova me describe el arribo a Puerto Villamil, en el sur de Isabela. La pequeña población luce como un grupo de coloridos techitos incrustados en un horizonte de basalto que, desde el aire, se ve vasto, joven, agreste; sobre las formas irregulares, que técnicamente se conocen como lava aa, el pueblito es lo único que agrega matices entre la monocromática roca negra y el blanco de una arena tan brillante y albina que duelen los ojos de tanta luz.
El flujo calienta el aire, lo que causa frecuentes baches en la atmósfera antes del aterrizaje, que debe ser muy bien calculado, porque un poco más allá o un poco más acá de la pista, lo demás es lava oscura y angulosa que pareciera animarse amenazando con tragarse incluso al mar.
Ximena me comenta que le impresiona el confirmar lo pequeños que somos, humanos y poblaciones, ante la grandiosidad de esta, la isla de seis descomunales volcanes escudo. Volando de Baltra a Isabela se recorre la costa oeste de Santa Cruz y se descubren tesoros salobres, ocultos tras la orilla. Desde los barcos solo se divisa vegetación y playas, pero escondidas entre barreras de arena y mangle, existen lagunas que acogen aves costeras e incluso flamingos, y desde el aire lucen como pocitas turquesa, mágicos paisajes reservados a los pocos valientes que se atreven a levantar vuelo.
¡Y tal vez un día me anime! Aunque las descripciones de Juan Carlos y Ximena ya me han transportado a Galápagos desde una nueva perspectiva.
Al sur de Isabela se sobrevuela islote Tortuga, con su gran caldera colapsada, o, si se le pide al piloto, hay como acercarse a Daphne Mayor y confirmar que posee no uno, sino dos cráteres. Y si se tiene suerte tal vez incluso se alcance a divisar una ballena, en la inmensidad del mar.