El amor en Galápagos: Cuentos y realidades
“Los amores endémicos son diversos. Hay los que duran horas, ciertos tienen matices de tragedia, otros son graciosos, están los que dejan amargura en los labios...”.
Los amores endémicos son diversos. Hay los que duran horas, ciertos tienen matices de tragedia, otros son graciosos, están los que dejan amargura en los labios, y los que se recuerdan con una sonrisa.
Es famosa la historia del guía que se lanzaba en la noche para nadar hasta la embarcación de su novia, anclada en la misma bahía y bajo las mismas estrellas.
Existe la leyenda de un capitán que entraba al pueblo con las guirnaldas de luces de su barco formando un corazón en plena proa, cuando sabía que su amada lo esperaba en el muelle.
Se conoce el cuento de uno de esos amores ilícitos, donde el amante escapara por la escotilla de la cabina para saltar al océano cuando el esposo descubriera la traición.
Muchas historias que no sería apropiado compartir, al menos en esta columna. Pero lo que voy a narrar es un amor endémico dulce, que cautiva.
Él estuvo enamorado de ella desde que era niño. Con sus once años vivía deslumbrado de la hermana mayor de su amiguita de escuela. Ella tenía dieciocho, de cabello largo, azabache, llena de vida, y a esa corta edad, ya envestida con licencia de guía naturalista de Galápagos.
Esta joven en pleno goce de su belleza, con el mundo a sus pies, jamás se fijaría en el compañero de su hermanita.
Así pasaron los años. Él se dedicó al deporte, dejando en alto el nombre de las islas en competencias nacionales de ciclismo. Ella se fue por el mundo, a seguir aprendiendo con el andar y formalmente, con los estudios. Él se casó, tuvo hijos, también se hizo guía naturalista; ella se casó y tuvo un hijo.
Los caminos se bifurcan, jamás entendemos si ese otro sendero que no tomamos no habría sido el mejor. Siempre quedan dudas. ¿Y qué tal si aquel a quien no seguimos cuando jóvenes era el amor de nuestra vida? ¿Y si nos quedábamos allá, donde sea que fuere el “allá”, habríamos sido más felices? ¿Existe una sola felicidad, o son múltiples las posibilidades de alcanzarla? ¿Persiste un único a quien amar, o más bien el amor es una sustancia única que se distribuye sin importar el sujeto destinatario?
Y así como los caminos divergen, vuelven a coincidir.
Él y ella se reencontraron años después, trabajando como guías de diferentes barcos. Una vez por semana, cuando sus naves coincidían en Bartolomé, se sentaban en la playa a compartir sueños, dudas, tristezas. Gracias a los celulares lograron mantenerse en contacto cuando no era fácil coincidir.
De vez en cuando ella recibía una postal de él, en el barril de Floreana, donde se continúa
con la tradición de enviar correspondencia sin estampillas. Eran amigos.
Esto cambiaría en el cumpleaños treinta y ocho de él. Al apagar las velas del pastel, pidió un deseo: que el universo le pusiera enfrente a la mujer de su vida.
Al día siguiente él visitaba el sitio conocido como El Chato. Buscaba tortugas gigantes para sus pasajeros, alzó los ojos, y allí estaba ella, el mismo cabello azabache de décadas atrás. Él decidió que luego de tantos años de espera, el universo le corroboraba una verdad, presentándole a la mujer de su vida.
Se acercó a ella, la abrazó con la fuerza de décadas de espera, la besó larga e intensamente.
Él sostiene que actuó como gavilán de Galápagos, directo a su presa. Era o todo o nada. ¡Y todo fue! (O)