En Guayana francesa: Que la historia no se repita
“Me aflige pensar que seres humanos fueran capaces de torturar física y psicológicamente a tantos miles de personas. Se estima que llegaron 70.000 presos, pero 55.000 murieron por maltrato, enfermedades y hambre”.
Hemos arribado oficialmente a territorio de Francia en ultramar. Tres pequeñas islas se presentan verdes y alegres frente a la proa del National Geographic Explorer. Son las Islas de Salvación, un nombre bastante antagónico a lo que ha sido su historia. Se trata de La Royale, Saint Joseph y del Diablo. Las tres eran parte de una colonia penal que mantuvo Francia entre los años 1852 y 1953. Aquí se vivió el horror del hombre contra el hombre y se presentan hoy como recordatorio de lo que no debería ocurrir nunca más, y sin embargo ocurre.
Cuando Napoleón III enviara las primeras cargas de convictos encadenados, se le preguntó: “¿Quién se va a hacer cargo de estos casos difíciles?”; él respondió: “Casos aún más difíciles”. Y en efecto, caminando entre los edificios abandonados y lúgubres de estas cárceles-museo, me aflige pensar que seres humanos fueran capaces de torturar física y psicológicamente a tantos miles de personas. Se estima que llegaron 70.000 presos, pero 55.000 murieron por maltrato, enfermedades y hambre.
Los oficiales habitaban en La Royale, algunos incluso con sus mujeres y niños. No puedo entender cómo lograban vivir sosegados, cuando en el edificio contiguo al parque de juegos estaban la guillotina y las celdas de confinamiento solitario, donde un preso era castigado por 60 días sin luz ni contacto humano por el simple pecado de robar un coco. Visitamos el cementerio con 40 tumbas de los hijos de los carceleros, muchos habían nacido aquí mismo. Nichos de los presos no existen, ellos eran simplemente arrojados al mar.
Desde 1975 La Royale aloja una estación de rastreo como soporte de la base de lanzamiento de satélites de la Agencia Espacial Europea en el Centre Spatial Guyanais en Kourou.
La isla St. Joseph es incluso más sombría y funesta: celdas diminutas con rejas como único techo, expuestas a la lluvia, al sol inclemente ecuatorial, a los insectos, y lo peor de todo, al completo aislamiento. Los guías del sitio cuentan que el libro Papillon es bastante ficticio. Que la historia que narra Henri Charriere no es la suya, sino una recolección de experiencias de muchos otros presos.
En 1973, Hollywood produjo una película con el guion adaptado por Dalton Trumbo y la dirección de Franklin Schaffner; el mismo Henri sirvió como consultor durante el rodaje. El filme termina con Steve McQueen saltando de acantilados inmensos, supuestamente escapando de la isla del diablo (la más pequeña de todas y adonde iban los presos políticos). Los guías insisten en que Charriere nunca estuvo aquí, sino que huyó en 1945 de las cárceles de Cayena, a 14 kilómetros, en el continente. De ahí logró llegar hasta Venezuela, donde pasaría el resto de sus días como dueño de un restaurante.
A mí no me importa constatar que no hay barrancos como los descritos en el libro, o si Charriere huyera una o doce veces, lo valioso de Papillon es que denuncia una tragedia y una realidad, porque 60 años después del cierre de las colonias penales de Guayana francesa, aún existen islas del diablo en el mundo entero y carceleros capaces de la misma inhumanidad.