Fernandina vive: Admirar, no temer
“Parece que la erupción empezó a las 12:30, como luego reportarían varios huéspedes que la habían tomado por una oscura nube. Dulcemente Fernandina emitía sus gases...”.
Es domingo 3 de septiembre, siete de la noche y explico a los huéspedes a bordo del barco donde trabajo, National Geographic Endeavour II, el programa del día siguiente.
Les cuento que tendremos el privilegio de visitar la isla más joven del archipiélago, Fernandina. Un pasajero me pregunta sobre la última erupción, y respondo que fue en 2009. Aprovecho para bromear diciendo que es tiempo de que vuelva a entrar en actividad.
Aunque parezca cuento, así mismo ocurrió. A la una y veinte de la tarde del 4 de septiembre almorzaba en compañía de varios tripulantes y guías. El doctor del barco, Jason Faulkner, vino a preguntarnos sobre una extraña nube sobre la isla. Observamos por la ventana, y allí estaba, un hongo de vapor de agua que emanaba de la cumbre del volcán, en el momento en que ya nos alejábamos de sus costas.
Corrí al puente de mando y pedí al capitán Pablo Garcés que cambiáramos rumbo y retornáramos a Fernandina. Así hicimos y segundos después yo comunicaba a los huéspedes del barco que el volcán erupcionaba, tal como lo habíamos “prometido”.
Hasta las tres de la tarde navegamos hacia la costa este. Habíamos pasado la mañana entera en Punta Espinoza, en ese mismo flanco del volcán.
Desde el barco no podíamos saber exactamente la localización de la o las chimeneas. El vapor de agua se elevaba hasta casi tres veces la altura de la isla, y Fernandina tiene 1.476 metros de altura.
Se divisaba una nube de cenizas muy finas, con desplazamiento norte, por el viento. El volcán erupcionaba en silencio. Nunca escuchamos ningún crujir de la tierra, ni sentimos, durante la visita, movimiento sísmico alguno.
Parece que la erupción empezó a las 12:30, como luego reportarían varios huéspedes que la habían tomado por una oscura nube.
Dulcemente Fernandina emitía sus gases, básicamente vapor de agua, dióxido de carbono y dióxido de azufre, entre otros.
Decidimos continuar con el programa de la tarde en Punta Vicente Roca, en la costa noroeste de Isabela, de cara al evento natural. Para el atardecer navegamos de regreso a la isla en erupción, directamente hacia su costado oeste, al que llamo “el lado oscuro de Fernandina”, ya que no es visitado por barcos de turismo.
Fuimos los primeros en informar al Parque Nacional Galápagos y a la Estación Charles Darwin, y en tomar fotos.
Durante el atardecer, la ceniza volcánica que cubría el horizonte, refractaba la luz de tal manera que el cielo se pintó de rosado y naranja intensos. Mientras tanto la luna llena brillaba al este. A aproximadamente las diez y media de la noche estábamos dos millas al sur este de Cabo Hammond, a 0º29,73’ sur y 91º35,02’ oeste, frente a cuatro flujos de lava, uno de ellos más incandescente que los demás; ninguno llegaría al océano. Se detenían a, calculo yo, cuatrocientos metros sobre el nivel del mar.
El día 5 de septiembre, en la noche, volvimos al mismo punto, y aunque se observaban salpicaduras de lava sobre la cumbre, la erupción había perdido fuerza, y quedaba un solo flujo activo, derramándose del flanco sur, suroeste del anillo de la caldera.
Recibí mensajes de que tuviera cuidado, que fuéramos cautos. Las fotos que iba mostrando podían infundir temor.
Pero Fernandina, como la mayoría de volcanes de Galápagos, es tipo escudo, con magma (o roca fundida) de composición poco viscosa. Normalmente se trata de flujos de lava, o conos de salpicadura, y nuestro barco se hallaba a distancia prudencial.
Nada que temer, mucho que admirar. (O)