La nolana de Galápagos: Única en el mundo
“Es un hermoso arbusto de 1,5 metros de alto con numerosas ramas laterales. Las hojas tienen la forma de un bate de béisbol y se encuentran en agregados ceñidos, sencillos”.
Muchas plantas de la zona litoral de Galápagos son reconocibles en el continente. Son especies que se han adaptado a sobrevivir en un ambiente salino, que en marea alta, o durante los aguajes, pueden incluso llegar a cubrirse de mar, y que pasan también largos periodos no expuestos, ni al agua del océano, ni de ningún tipo, durante la estación seca.
Estas especies, en su mayoría, son dispersadas por corrientes marinas lo que explica que se encuentren en playas a lo largo del mundo y que por tanto, casi en su totalidad, no sean endémicas. Recordemos que endémico significa único a un lugar específico, y el requisito fundamental para que una especie evolucione a algo único es el aislamiento. Si se dispersa con facilidad, no hay tal.
Caminando por el litoral de Manabí, Guayas o Santa Elena nos topamos con los mismos mangles de Galápagos, el de botón, el rojo, el blanco y el negro. Cada uno tiene una adaptación especial que le permite sobrevivir en condiciones adversas y extremas. El mangle negro (Avicennia germinans), por ejemplo, posee extensiones de sus raíces, conocidas como pneumatophores, que llegan hasta la superficie y lo ayudan a respirar oxígeno del aire. El mangle requiere de estas estructuras porque pasa sumergido en suelos lodosos, saturados de agua. Además las hojas cuentan con glándulas especializadas que le permiten eliminar el exceso de sal.
Otra especie que crece tanto en Galápagos como en la costa ecuatoriana es la Ipomoea pes-caprae, que lastimosamente ya casi no existe en Punta Carnero porque se asume que una playa libre de rastreras luce mejor, cuando son ellas justamente las que retienen la arena y han sido responsables de la edificación de la misma playa. Otro ejemplo es el Sesuvium, con hojas suculentas entre verde y rojo, más rojizas en la época seca en que la planta guarda la clorofila en su interior. Está la Maytenus octogona (rompe ollas), de hojas gruesas, con la aspereza del cuero, que crecen paralelas a los rayos del sol, para evitar el exceso de pérdida de agua por evapotranspiración.
Sin embargo hay una planta de la zona litoral de las islas que no existe en ningún otro lugar del mundo, la Nolana galapagoensis. Es un hermoso arbusto de 1,5 metros de alto con numerosas ramas laterales. Las hojas tienen la forma de un bate de béisbol y se encuentran en agregados ceñidos, sencillos. Sus flores son solitarias, de blanca corola, en forma de embudo y con cinco lóbulos.
El nombre del género proviene del latín nola que significa pequeña campana. Se considera rara. La he visto en Punta Cormorán, en la isla Floreana; en Puerto Villamil, Isabela, donde incluso la utilizan como planta ornamental, y en Punta Pitt, isla San Cristóbal. En este último sitio sirve como arbusto ideal para la anidación de piqueros patas rojas.
A lo largo de los acantilados de la zona es una delicia observar el contraste de colores entre la verde nolana con el rojo intenso de las patas de los piqueros. Imagino que los polluelos crecerán contentos en tan acolchonada mata y que habrá intensa competencia por construir nidos en la mencionada planta, en lugar de hacerlo en las desnudas ramas de los palos santos, o en un debilucho crotón. Fantaseo en lo maravilloso y delicado que sería un ramillete de flores de nolana, pequeñitas, blancas, como campanitas del mejor cristal de Bohemia.