Chordeleg: Con manos mágicas
Delicadas piezas de joyería, alfarería, cuero, muebles, pintura y ¡hasta un aerolito gigante! Aquí, lo más sorprendente de Chordeleg.
Desde hace tiempo quería visitar Chordeleg. Para cualquier guayaco que gusta de los malls, aunque sea solo para vitrinear con espíritu chiro (sin comprar nada), este cantón azuayo es un gigantesco centro comercial de casi 15 mil habitantes que invita a sorprenderse con las piezas de sus 163 joyerías.
Traiga la tarjeta de crédito, porque todos esos locales tienen adhesivos que anuncian que son buenos amigos de Visa, MasterCard y American Express.
Gracias al consejo de un colega periodista, me conseguí un gran guía para este recorrido: Juan Carlos Orellana, propietario de la joyería Zhirogallo, localizada junto al Municipio, frente a la plaza central. Su local es uno de los más antiguos, con 24 años de operación. Desde guagüito (tenía unos 9 años de edad), Juan Carlos trabaja en la orfebrería, y al igual que todos los joyeros en Chordeleg, tiene a la candonga como su pieza clave.
Las candongas son aquellos aretes que se hicieron famosos cuando el pueblo le obsequió un par a cada una de las participantes del Miss Universo cumplido en Ecuador en 2004. Son hechos de filigrana, tal como se denomina a los finísimos hilos de metal que se tejen para elaborar estas joyas. Tome nota: puede encontrar candongas de plata desde 15 dólares hasta aquellas de 75 dólares el par ($ 3 cada gramo). Y las de oro valen hasta 825 dolaritos ($ 55 cada gramo). Así que pase la tarjeta de crédito nomás.
Juan Carlos me lleva a otro joyero “pepa”. Se llama Flavio Jara, propietario de la joyería Puerta del Sol, que opera en la calle tradicional de las joyerías, la Juan Bautista Cobos (intersección con la calle Eloy Alfaro). En esta vía nacieron los primeros negocios de este tipo, hace más de 40 años. Él aprendió este arte de su padre, Gilberto Jara, excelso orfebre fallecido hace dos años.
El taller de Flavio muestra que la filigrana es el inicio de infinidad de piezas. “Todo lo que la creatividad pueda imaginar”, dice. Y yo le creo. Su vitrina exhibe maravillas: un pequeño dragón, un pavo real, un colibrí en pleno vuelo, carrozas coloniales, jarrones verticales, cofres tipo baúl y lo pescamos elaborando una elegante canasta para llevar anillos de boda. Para esta última pieza ha dedicado quince días, y recién va por la mitad. Las otras mencionadas representan hasta seis meses de elaboración y pueden costar hasta 2.500 dólares (el magnífico dragón). Siga sumando. El banco estará feliz.
El maestro alfarero
Caminamos una cuadra en esta misma calle, hasta la intersección con la calle Manuel Serrano, para llegar a otro local destacado. No es joyería. Es un taller y tienda de piezas de alfarería, propiedad de Luis Coello, de 85 años de edad. Él es considerado el gran maestro alfarero de Chordeleg. “Comencé a trabajar a los 11 años. Pero desde hace ocho años que no trabajo. Ahora mis compañeros jóvenes hacen las piezas y me entregan”, comenta. Él gusta particularmente de las ollas de barro, las cuales han sido parte de la tradición culinaria del Azuay, comenta con su voz pausada, que se escucha cada jornada en el local, ya que asiste todos los días.
Familia de artistas
El tour por Chordeleg continúa para seguir mostrando talento artesanal. Juan Carlos Orellana me lleva ahora a conocer la galería Huellas en la Tierra (calles Guayaquil y Miguel Marín). Llegamos caminando (todo aquí es cerca). Nos recibe Sara Orellana (apellido muy común aquí), artista en diversos campos: diseño de muebles, pintura, decoración, artesanías… ¡Y todo aquello se exhibe en su casa-galería!
Esta impactante vivienda de dos pisos es su sueño cumplido. Está construida de adobe, con acabados de piedra y detalles decorativos llenos de creatividad: pedazos de teja incrustados en el cemento cubren las gradas. Su esposo, José Supligüicha, ha sido su gran aliado en la construcción de esta casa que resulta todo un atractivo turístico.
Ese talento ha sido heredado a sus hijos. Dos de ellos también se dedican al trabajo artesanal y tienen sus propias tiendas. Romeo Supligüicha Orellana, dueño de Art Center, tiene 20 años dedicándose al trabajo con cuero, teniendo como sus principales obras carteras con diseños exclusivos (desde $ 80 hasta $ 150). También elabora zapatos, cinturones y muebles. “Empleo un cuero que considero un lienzo en blanco, y allí plasmo las ideas que me llegan de diversas maneras”.
Su hermana es María José, y junto a su esposo (Andrés Rodas) tienen el local contiguo, Zuro Arte, en Juan Bautista Cobos y Miguel Ángel Marín. Se especializan en cerámica. Trabajan con José Orellana, maestro en el torneado de la arcilla. Ella se encarga de los llamativos diseños y del pintado. “Todo sale de la imaginación, desde los colores; vivir en Chordeleg alimenta la creatividad”. Hay piezas desde $ 35.
Artesanos aliados
Todos los artesanos visitados cuentan con su propio taller y local de exhibición para la venta de sus productos. Pero hay muchos más que trabajan en casa, o en su taller, pero no tienen dónde mostrarlos al turista. Por ello, la Alcaldía organizó la Plaza Artesanal, en el noreste del poblado, en la cual se concentran esos artesanos independientes.
Diego Marín, orfebre y presidente de la Plaza Artesanal, cuenta que cada fin de semana y feriados llegan 26 miembros a mostrar sus piezas, que van desde joyas, sombreros de paja toquilla y tejidos, hasta muñecos en miniatura, zapatos y alfarería. “En total somos unos 200 artesanos de distintas asociaciones”. El comercio justo es la clave de esta plaza, para evitar que los comerciantes mayoristas reduzcan la ganancia de los productores.
En esta plaza, las compras se acompañan con helados artesanales y tortillas de maíz cocinadas en barro, elaboradas por señoras agremiadas.
Para terminar el paseo, Juan Carlos me insiste en que vayamos a conocer el aerolito. ¡Es una gran roca caída del espacio!, me explica. ¡Vamos!, le digo. A escasos cinco minutos del centro del poblado, subiendo por una colina, llegamos a una zona rural donde observo unos cinco vehículos parqueados en plena vía lastrada. Y los visitantes lucen agrupados observando lo que, ¡sí!, parece una gran piedra venida del espacio. O de una erupción volcánica. Yo no sé. No soy geólogo. Juan Carlos me dice que aún no hay un estudio profundo de esa roca, pero eso no ha evitado que lleguen los curiosos a realizar pícnis frente a ella, a escalarla o a revolotear a su alrededor.
Si tanto talento artesanal cayó en Chordeleg, ¿por qué no una roca del espacio? Esta es otra particularidad de este singular destino azuayo. (I)