En Israel y Palestina: Parajes milenarios con mochileros
Israel y Palestina son sinónimos de Tierra Santa. Sin embargo, hay mucho más por ver y hacer en esos destinos. Por eso proponemos tres recorridos con excelentes anfitriones para quienes buscan más diversión y menos mortificación.
Israel y Palestina son los favoritos para quienes quieren conocer Tierra Santa y conectarse con su espiritualidad. Pero ambos lugares ofrecen mucho más: playas en Tel Aviv, ‘kanaffehs’ preparados en Nablus, las ruinas de Jericó o Bet Shean. Más diversión y menos mortificación en estos recorridos con excelentes anfitriones, ideales para recién graduados o treintañeros. Ahlan Wasahlan! (¡Bienvenidos!).
Sateh Al Baher: dormir bajo las estrellas
En las afueras de Jerusalén del Este, en el camino a Jericó, se encuentra un pequeño poblado beduino, Sateh Al Baher, que en español significa ‘nivel del mar’. Se llama así porque su altura es precisamente 0 metros sobre el nivel del mar. A pesar de eso, se considera una tierra árida, sin vida. Para los beduinos (‘moradores del desierto’) no lo es.
Sateh Al Baher es ideal para hacer caminatas a través de los ‘wadis’ (quebradas o valles), donde se pueden encontrar ruinas de monasterios cristianos de más de 1.500 años de antigüedad o ver tanques jordanos destruidos en la guerra del 67, también conocida como ‘la guerra de los seis días’ entre Israel, Egipto, Jordania, Irak y Siria. Pero sobre todo, hay paisajes espectaculares.
Vamos desde el principio. Jameel Jahaleen, uno de los líderes de la comunidad, nos recibe en una carpa para explicarnos el recorrido y lo que vamos a comer. Obviamente, acompañado por docenas de tazas de té y café. Cuando partimos con el grupo, tomamos un camino que sube alrededor de una colina bastante alta, mientras cargamos tres litros de agua cada uno, además de las mochilas (en mi caso, con equipo fotográfico).
La llegada a la cima coincide con la caída del sol. Una de las mejores que he visto en mi vida. El sol cae y este siluetea a Jerusalén, Belén, Ramallah, y todas las comunidades entre ellas. Hacia el otro extremo se puede ver Jordania, el mar Muerto y Jericó.
El grupo, conformado por norteamericanos, españoles, alemanes, suizos e italianos pedimos que no armen la carpa, para poder experimentar el sueño a la intemperie. Eso sí, nos dan unas colchas de lana de oveja, lo máximo para el viento nocturno del desierto.
La cena es maklubah, una especie de paella con arroz, pollo, cordero, berenjena, servido con té.
Uno de los amigos de Jameel prende la música y nos enseñan a bailar dabka, una coreografía que incluye zapateo, palmas y gritos, a pesar de que es difícil entender lo que nos dicen en árabe, solo el “¡yallah, yallah!” (¡vamos, vamos!).
Por la mañana, el sol ilumina desde Jordania. Desayunamos como palestinos: lebaneh (yogur con leche de oveja), hummus (puré de garbanzos), ensalada, pan pita, café y té. Levantamos el campamento y ahora comienza el descenso. Vamos por uno de los wadis y el camino termina en Nabi Musa, un centro de peregrinación musulmán.
Kilómetros más adelante, bajo el ardiente sol de verano, Jameel recuerda la historia de cada roca. De pequeño, él pastoreaba junto con sus hermanos por esta zona. Su relato se interrumpe luego de ver un antiguo monasterio y acercarnos a sus ruinas. Hacemos múltiples pausas para hacer fotos, pero sobre todo para tomar agua bajo alguna sombra.
Jameel además nos cuenta la historia de su pueblo y las dificultades que viven hoy en día. Por ejemplo, menciona, la escuela de su comunidad y seis casas acaban de ser demolidas. Por ello, teme ser desplazado muy pronto de sus tierras, a pesar de que el Consejo de Seguridad de la ONU condenó cualquier intento de apropiación de esos espacios en una resolución emitida en diciembre del año pasado. Con menos terreno para pastorear, Jameel y sus vecinos han comenzado a trabajar en turismo. Y así nos anima a continuar.
Al final, toca lo peor: cuesta arriba. Bajo el sol, y varios kilómetros de caminata escarpada, por fin llegamos a Wadi Musa, el último punto del recorrido, un pueblo también conocido como ‘el valle de Moisés’, en el sur de Jordania. Allí celebramos el final del recorrido tomándonos todo el agua que nos queda y comprando mil gaseosas también.
Masada, Ein Gedi y el Mar Muerto
Por tema de cupos con Abraham Tours, parto de Tel Aviv en vez de Jerusalén, de donde usualmente arranca este recorrido de casi todo un día dentro de Israel. Me toca madrugar (03:00) y en el trayecto todo el grupo aprovecha para dormir. Esta vez voy acompañado de varios franceses, algunos israelíes, una brasileña, un holandés y una pareja de la India.
Somos los primeros en llegar a Masada, la fortaleza judía que resistió a los romanos en el siglo I d. C. y actual patrimonio de la humanidad de la Unesco. Eso sí, subir a la cumbre es una pesadilla: es como subir al faro de Guayaquil, pero tres veces. Sin embargo, todo tiene su recompensa: el sol sale encima de las montañas de Jordania y el mar Muerto se ilumina de un color espectacular, mientras yo trato de recuperar el aliento junto con los otros turistas.
Recorrer la antigua fortaleza asombra por su tamaño: 450 metros de altura (el edificio La Previsora en Guayaquil mide 135 metros) y su longitud es de 645 metros. Era una miniciudad, y si uno conoce de su historia, es aún más cautivante. Si bien quedan pocas estructuras en pie, por completo, el tamaño del terreno es suficiente para entender porqué los romanos no pudieron con los defensores por varios años.
El siguiente punto es la reserva natural Ein Gedi. Me recordó a las Galápagos, porque sus animales merodean libremente entre los visitantes. Eso sí, como es verano, hay que aprovechar y disfrutar de las cascadas y arroyos para refrescarse. Vale la pena llevar traje de baño.
Luego nuestro guía Sissi nos lleva al mar Muerto. Si bien es mi segunda visita, igual es una oportunidad más para flotar sobre sus aguas (donde es imposible hundirse por completo). Hay que ser sinceros: el suelo hierve, el agua quema los ojos (¡créanme!) y el barro no es totalmente agradable. Pero la sensación de flotar en paz es incomparable. Es recomendable evitar días y horarios en los que haya demasiada gente.
Fin del tour, de vuelta a Tel Aviv. Después de un día ajetreado, todos quedamos profundamente dormidos. Shabbat Shalom! (¡Feliz descanso!).
La ciudad amurallada de Belén
Hoy la ciudad de Belén, centro de peregrinación para millones de cristianos, es una ciudad amurallada. Cerrada por un muro de más de cinco metros de altura, de hormigón y hierro, Belén no es la ciudad que todos nos imaginamos con su pesebre. Pero a quienes no les interesa el turismo religioso pueden visitar los muros de la ciudad, cuyos grafitis son muy famosos alrededor del mundo.
Palestinos, así como visitantes internacionales, han dejado su marca en la pared. Solo basta con comprar una lata de espray y puedes dejar un mensaje o solo una firma. Pero lo verdaderamente interesante son aquellos personajes que han ido más allá y han plasmado verdaderas obras de arte. Desde un feliz Navidad, hasta mensajes más políticos, hay de todo. También se pueden ver historias que han sido montadas sobre el muro o avisos con un tono bastante irónico como “¡Por favor escóndase! Balas de goma y de verdad están siendo disparadas por el ejército más moral del mundo”.
Si es una noche de fútbol, una sección de la pared (que queda frente a un restaurante) es utilizada como pantalla para proyectar los partidos. ¡Nunca pensé ver la final de la Eurocopa de esa manera! (I)
Contactos: Sahari Tours, en Facebook: The Desert Trail (Sahari). Abraham Tours, correo: info@abrahamtours.com.