La nueva ‘nariz’
Para recorrer los difíciles caminos del Ecuador había que ser un superhumano. O mejor aún, un superanimal que tuviera las orejas del burro, para escuchar los peligros que llegan desde lejos; los ojos de halcón, para estar alerta viendo a largas distancias; el hocico de cerdo, para comer cualquier alimento; las patas de ciervo, para trepar las montañas, y la espalda de camello, para cargar el pesado equipaje. Esto según un explorador extranjero que transitó por estas tierras, seguramente a lomo de mula.
Así lo narra el guía que nos entretiene con historias a bordo del renovado tren a la Nariz del Diablo. “Se llama así porque se decía que los constructores hicieron pacto con el diablo para poder terminar la obra”, indica sobre “el tren más difícil del mundo”, que desde finales del siglo XIX hasta 1908 se abrió paso por las montañas a punta de dinamita, y provocando la muerte de unos 2.500 esclavos jamaiquinos en medio de las explosiones, las enfermedades y los asesinatos entre ellos. “El acuerdo con los ingenieros era que mientras menos obreros, más paga para quienes quedaban vivos”.
Los relatos de los guías (en inglés y español) podrían catalogarse como el entretenimiento a bordo de esta ruta que retornó a operaciones el 7 de febrero del año anterior, después de haber estado inactiva desde marzo del 2010, debido a los trabajos de reconstrucción en este tramo de la vía férrea.
Pero el mayor entretenimiento es devorar con la mirada los paisajes que se exhiben en los amplios ventanales de los tres vagones panorámicos que llegaron de España hace cuatro meses para operar en esta ruta.
Tales supermiradores de cristal buscan compensar la desaparición de los tradicionales viajes en el techo del ferrocarril, los cuales fueron totalmente prohibidos desde que fallecieron dos turistas japoneses en febrero del 2007.
Doce kilómetros, 45 minutos
Antes de esa prohibición, creo haber hecho este mismo recorrido unas cuatro veces, siempre encaramado como chivo equilibrista en el lomo de esta serpiente de metal. Siempre admirando la habilidad de los vendedores informales que se jugaban la piel saltando de vagón en vagón ofreciendo bebidas y snacks. Siempre convirtiendo en hermanos de ruta a los viajeros que se sentaban a mi lado. Y siempre mezclando aquella sensación de susto y maravilla por atravesar las montañas como si flotara teniendo las nubes como techo.
Hoy ha desaparecido aquella vista de 360 grados. En cambio, tenemos la contemplación a través de estas ventanas que lucen como hileras de pantallas de 50 pulgadas. Por supuesto, ¡en altísima definición!
La “programación” que se asoma por el cristal incluye la verde zona de Chiripungo (Puerta al frío, en quichua), llamada así porque los antiguos viajeros de la Costa decían que allí comenzaban a sentir el helado clima andino, una explanada natural con centenares de añejos durmientes de madera que fueron removidos, un cielo recortado de vez en cuando por viejos postes del telégrafo que se levantaron con rieles, y una inmensa roca que quedó atrapada en una quebrada junto a la vía, seguro después de un dinamitazo durante la construcción de esta obra.
Los 12 kilómetros que separan a Alausí (2.347 msnm) con Sibambe (1.836 msnm) se cubren en aproximadamente 45 minutos, incluido el kilómetro final en que el ferrocarril baja unos 80 metros de altura en retroceso por la Nariz del Diablo, montaña también conocida como Cóndor Puñuna, que en quichua significa “donde el cóndor duerme”.
Allí abajo nos recibe la estación de Sibambe con una danza tradicional realizada por indígenas de la cercana comuna Nizag, que ofrece alojamiento, alimentación y tours por senderos en la zona.
Tal paquete atrapa la atención de los turistas que llegan con la intención de pernoctar. Pero para aquellos que estamos de paso, las actividades se reducen a admirar el baile, comprar alguna artesanía en la plaza contigua y comer algo en el bar del mirador, llamado así porque sus ventanales apuntan a las montañas y, abajo, a la unión de los ríos Alausí y Guasuntos, para formar el Chanchán.
El menú del bar: chugllo (choclo, en quichua), tanda quesohuan jamonhuan (sándwich de queso y jamón), yaku jambi sachahuan (aguas aromáticas) y tomana (bebidas). También cautiva el recorrido por el museo local, que narra detalles de la construcción de esta obra férrea y el estilo de vida de los indígenas de Nizag.
Son aproximadamente 50 minutos que permanece el tren en la estación, para luego retomar a sus pasajeros y encaramarse nuevamente en las montañas rumbo a Alausí, como si fuera un ciervo con renovadas patas de acero.
Informes: 1800-trenes (873637);
web: ferrocarrilesdelecuador.gob.ec. Centro de turismo comunitario de Nizag: (08) 178-6780.