Lima: Una ciudad para disfrutar
Un viaje corto, pero lleno de aventuras a la capital peruana y a sus alrededores, que incluyó gastronomía, cultura y mucha diversión.
Deslizarse por una colina de arena, acercarse a la naturaleza, aprender historia y comer en los mejores restaurantes de Latinoamérica. Todo eso se puede hacer al visitar por tres días Lima, una de las principales metrópolis de la región y lugares cercanos a esta urbe.
La capital peruana, fundada en 1535, tiene más de 9 millones de habitantes y se ha convertido en un destino turístico en los últimos años, en especial en el ámbito gastronómico. ¿Cómo se hace todo eso en tan pocos días? Solo hay que organizarse. Entre las opciones está dedicar un día entero para viajar a dos destinos que combinan naturaleza y diversión: Paracas e Ica.
Paracas es una playa ubicada a 4 horas de Lima, donde llevar protector solar es una ‘ley’. Su mayor atracción se encuentra a 15 minutos mar adentro: las islas Ballestas.
Una vez iniciado el trayecto en lancha rápida, el motor se detiene a medio camino para que el guía encargado muestre una rareza del lugar, un geoglifo en forma de candelabro en la ladera de una de las islas, el cual no tiene firma de autor, pero está ahí desde que se habitó la zona, razón por la que su origen tiene varias teorías, incluyendo una relacionada con extraterrestres.
Retomando el viaje se llega a la mejor parte de las islas Ballestas, un conjunto de formaciones rocosas, algunas con pequeñas playas que tienen como propietarios a lobos y leones marinos y miles de aves de diferentes especies. En el lugar predomina un olor peculiar de estos animales, que afecta los olfatos acostumbrados a ambientador, pero acto seguido se olvida esa mala sensación por la alegría de ver y capturar una imagen de ellos, incluso algunos llegan a ‘posan’ para sus ‘admiradores’.
Oasis peruano
Al terminar la visita a las islas Ballestas se retorna a la bahía para comer un cebiche y después viajar dos horas más hasta llegar a Ica, exactamente al oasis de Huacachina, que comprende un lago con inmensos árboles y pocas casas, rodeadas por un desierto de grandes dunas de arena que miden decenas de metros. Este lugar se hizo famoso en la primera mitad del siglo pasado, cuando se les atribuía poderes sanatorios a sus aguas.
Las dunas a su alrededor son en verdad el principal atractivo, pues al subirse en los carros tubulares (de carrocería ligera adaptada para deportes) empieza un viaje de adrenalina subiendo a las cúspides de estas formaciones para de ahí lanzarse por cada ladera, provocando los gritos de los pasajeros (usualmente de diversas nacionalidades) que lleva cada conductor.
Una vez arriba, toca vivir otra experiencia: el sandboarding. De pie o de ‘panza’, te montas sobre una tabla y te deslizas a gran velocidad por decenas de metros en una divertida bajada.
Una vez de vuelta en Lima, esa noche u otra, se puede salir a dar una vuelta por el distrito de Barranco, conocido por ser una zona bohemia con restaurantes, cafés y bares, además de su famoso “puente de los suspiros”, nombre que adquiere por ser escenario de romances. Este sector fue a inicios del siglo pasado un balneario de familias acomodadas, que con el crecimiento poblacional pasó a ser parte de la ciudad. Aquí un pisco sour levanta los ánimos acompañado por una causa limeña, un tacu tacu o un tiradito de pescado.
Otros rincones
Al día siguiente almorzar o cenar –mejor si es con buena compañía- las delicias de restaurantes como Central o Astrid & Gastón, el 1 y 3 de Latinoamérica, respectivamente, es un lujo que hay que darse alguna vez. Dos opciones para las que hay que reservar con algunos meses de anticipación y ahorrar un par de cientos de dólares. Además hay otros por los que vale la pena pagar como La Barra, La Mar, Maido, Malabar, solo por citar algunos.
De noche ir al parque de la reserva, junto al estadio Nacional, y ver su circuito mágico del agua con proyecciones de luces, debe estar en la agenda.
Otro día hay que separarlo para la historia e ir a su pequeño e interesante casco histórico. En la Plaza Mayor hay dos edificaciones que llaman la atención de cualquiera. Una es el Palacio de Gobierno, residencia oficial del presidente de Perú, que mantiene una fachada con estilo neobarroco. Si se llega al mediodía se puede ver el cambio de guardia del palacio, mientra la banda de guerra toca canciones clásicas y tradicionales como La flor de la canela.
Diagonal al palacio está la Catedral, que guarda mucho de la historia de la ciudad. Recorrerla, más allá de si se es religioso o no, es una buena experiencia. Una de las reliquias que guarda es la osamenta del conquistador Francisco Pizarro (fundador de la ciudad), que se exhibe desde finales de los 70, cuando se la descubrió mientras se efectuaban arreglos en la iglesia –antes incorrectamente se exhibía otro cuerpo con su nombre–.
Su cripta está en la nave derecha del templo, donde se cuenta cómo su muerte estuvo envuelta en un ‘culebrón’ de venganzas entre él, sus hermanos y Diego de Almagro (otro conquistador español).
Junto a la Catedral está el Palacio Arzobispal, que también es un museo. Este guarda piezas de arte religioso de las escuelas limeña, de Cuzco y la quiteña. Algo de extrema rareza es un relicario ‘lignum Crucis’ de plata y piedras preciosas que en teoría guarda una astilla de la cruz de Cristo. Este lugar y la Catedral se incluyen en un tiquete que se paga en cualquiera de los dos edificaciones por 30 soles.
A pocas cuadras hay otros dos puntos por visitar. La basílica y convento de Santo Domingo, en el que descansan los restos de santa Rosa de Lima; y la basílica y convento de san Francisco, que guarda miles de osamentas en sus catacumbas.
Todos estos lugares, e incluso otros, se pueden recorrer en una corta visita a esta gran urbe, recordando que cuando se va de viaje a un lugar así -como dicen viajeros de experiencia–, no se va a dormir. (I)