Alexander Domínguez: En el arco de sus triunfos
En su infancia, el seleccionado Alexander Domínguez tuvo que escoger entre estudiar o trabajar, entre comer o entrenar, entre quejarse de su pobreza o luchar para superar las carencias.
Mucho tiempo antes de que Alexander Domínguez Carabalí utilizara su talento deportivo para bloquear los ataques de los delanteros de Argentina, Colombia, Chile, Uruguay, Perú, Paraguay, Venezuela y Bolivia para clasificar al Ecuador a la Copa del Mundo Brasil 2014, este futbolista de 26 años trabajó en su natal parroquia Tachina y en la cercana ciudad de Esmeraldas como agricultor, mesero, mandadero de hotel, cobrador de bus y pintor de casas.
“Tachina es cuna de gente guerrera y honesta que hace lo que sea para sobresalir. La mayoría se dedica a la pesca… Yo hacía el trabajo que encontrara, lo que sea; vengo de una familia muy humilde y cualquier cosa era buena para ayudar a mi mamá”, señala con orgullo sobre esos años infantes (tenía entre 8 y 12 años) en que formó su carácter con la determinación de superarse para brindarle una mejor vida a su progenitora, Gloria Carabalí.
“Ella ha sido padre y madre para mí. Le doy su regalo para el Día de la Madre y otro para el Día del Padre. Ella nos crio a mí y a mis tres hermanos”, indica con tono mesurado y amable para explicar que el dinero que ganaba solo alcanzaba para comer, porque no pudo cubrir sus estudios. Por eso solo llegó a aprobar el tercer curso del colegio.
Luego solo le interesó probarse como arquero, posición que le gustó desde siempre. “Por mi estatura siempre me decían: ‘Domínguez va al arco’... Lo importante era conseguir un club que te diera comida y alojamiento”. Así llegó a jugar en el Santa Rita de Vinces (Los Ríos), para después probarse en Barcelona, pero el equipo amarillo lo rechazó.
Máximo Banguera (otro arquero seleccionado) es mi amigo, siempre me aconseja y me apoya. Compartimos la habitación en las concentraciones de la selección nacional”, Alexander Domínguez
Elevado, pero no agrandado
Alexander realiza tales confesiones durante la media hora nocturna que dedicó para atendernos en el lobby del hotel Sheraton de Guayaquil, en donde su equipo, la Liga de Quito, se hospedó antes de un partido justamente contra Barcelona, aquel club que tuvo la oportunidad de contratarlo de adolescente.
Desde que desenrolló su alargada figura a través de la puerta del elevador, lo que primero llama la atención es su estatura: 1,93 metros, que luce más elevada por llegar acompañada de una estructura ósea y muscular delgadísima, cual pata de garza o ramita de hierba luisa.
Pero Alexander Domínguez no es un “estirado”, al contrario, desde el inicio se comportó como un hombre humilde y bien educado que prefiere mantener un perfil bajo, cualidad que lo ayudó a conocer a su esposa, María Dolores Cabrera Miranda, con quien se casó hace año y medio, después de cuatro años de relación.
Aquel romance nació un domingo cuando los jugadores de la Liga de Quito salían “cabreros” (según dice) del camerino después de un mal partido, así que se negaban a brindar entrevistas a los periodistas que esperaban sus comentarios.
Alexander salía atrasito y calladito, así que fue presa de una estudiante de periodismo que le solicitó comentarios. “Yo le respondí ¿por qué no? Luego de la entrevista ella me dijo que no pensaba que yo fuera así, amable y humilde, y me propuso encontrarnos algún día para tomarnos un café. Ella llevaría una compañera de la universidad que estudiaba otra carrera. Salimos y me terminé enamorando de la amiga”, confiesa.
María Dolores ha incluido entre sus labores de esposa la transmisión de comentarios que ella escucha o lee en la prensa deportiva nacional, ya que Alexander prefiere alejarse de lo que informan esos medios locales por considerarlo, en ocasiones, injusto o impreciso.
El mayor ejemplo fue cuando algunos periodistas y aficionados demandaban la salida del técnico Reinaldo Rueda, porque no logró buenos resultados en algunos de los últimos partidos de las eliminatorias al Mundial. “¿Cómo era posible que la gente le diera la espalda a un entrenador que nos había clasificado al Mundial? Hay cosas que no logran entenderse, que son injustas”, indica.
La injusticia también lo ha golpeado directamente en el rostro. El recuerdo más negativo le llega desde el 2007, un año después de que ingresara a la Liga de Quito, cuando directivos del fútbol nacional y sectores de la prensa y la opinión pública dudaban de que Alexander fuera ecuatoriano. “Me molestó mucho. Nadie apareció, los amigos se fueron, pocos me apoyaron. Estaba pasando por un gran momento en el 2007. Liga fue campeón y en el 2008 fue campeón de la Copa Libertadores”, pero esa investigación lo mantuvo alejado de las canchas en partidos vitales.
En esa oportunidad, Alexander se sintió perjudicado por la herencia que le dejó su padre, un colombiano de casi dos metros de estatura a quien nunca conoció. “Solo me dio el apellido”, comenta sobre ese hombre del cual no tiene ningún recuerdo, ninguna imagen, ninguna alegría ni tristeza, porque simplemente desapareció en su vida. O mejor dicho, nunca existió.
Posiblemente, el amor que debió tener por su padre fue reemplazado por el cariño hacia este deporte, al cual casi renuncia después de su primer partido defendiendo el arco de Liga de Quito.
“Era un partido contra Deportivo Quito en el estadio del Aucas... Llovía mucho, granizaba. Perdimos 4 a 3 y dos goles fueron culpa mía. Me sentí terrible. La hinchada me odiaba. Los periodistas me criticaban. No sabía dónde enterrarme. Me dije: ‘Esto es demasiada presión, no es para mí’”, pero hubo personas que le enseñaron que de los errores se aprende.
Alexander decidió esforzarse y mantener un comportamiento ordenado porque la Liga de Quito marginaba de la concentración al jugador indisciplinado. “Había compañeros con más condiciones que yo, pero algunos preferían irse de joda el viernes o sábado. Muchos de esos ya no juegan o juegan en la serie B. Yo no quería que me botaran. Mi familia había sufrido mucho y esa era mi oportunidad de ayudarlos”, recuerda sobre esos primeros años.
Ahora Alexander vive con su esposa y su mamá en la exclusiva urbanización El Bosque, en la cual descansa después de cada jornada de trabajo para defender a su equipo y con miras a prepararse para la Copa del Mundo, que se jugará en junio y julio próximos.
Muy posiblemente sobre sus manos caiga la responsabilidad del arco ecuatoriano, esas mismas manos que de niño sirvieron para sembrar plátano, cargar racimos de verde, limpiar mesas, cobrar el pasaje de los buses, pintar casas (…), todo con orgullo y dedicación por el trabajo.
Por eso bien puede decirse que representan las manos de todos los ecuatorianos, manos que se han ganado el privilegio de sostener la esperanza de todo un país.