El mundo sin nosotros: Charla en Guayaquil
El periodista Alan Weisman eliminó a la raza humana en su libro ‘El mundo sin nosotros’, pero lo hizo para ayudarnos a sobrevivir. Dictó una charla en Guayaquil.
Si el día de mañana, lunes 21 de septiembre, el planeta Tierra amaneciera sin sus 7,324 mil millones de pobladores, quizás por una pandemia fulminante, un meteorito aniquilador o el rapto masivo causado por alienígenas, en solo 500 años una ciudad como Nueva York luciría con edificios colapsados, cubierta de vegetación y con ríos atravesando los restos de la urbe.
Ese panorama ocurriría más rápidamente en Guayaquil, debido a nuestro clima tropical y húmedo. “El agua es el arma más fuerte de la naturaleza para acabar con nuestras infraestructuras”, indica el estadounidense Alan Weisman, autor del best seller El mundo sin nosotros, quien el jueves 10 de septiembre dictó una charla en el Centro Ecuatoriano Norteamericano (CEN).
Agua invasiva
Sin la presencia de personas, la destrucción de un inmueble comenzaría en el techo, con una gotera que avanzaría llenando de humedad el ambiente. “Si la casa es de madera, los clavos se oxidan, luego se expanden y se deshacen. Algo similar ocurriría con los edificios de cemento reforzado, porque tienen barras de acero. He visto edificios abandonados que se han fracturado por completo por esa misma razón”. Eso ocurre cuando el acero oxidado se expande, provocando la ruptura del cemento que lo cubre.
Eso permite imaginar el final de una ciudad como Guayaquil que, en sus restos, cedería espacios a la naturaleza que originalmente se asentaba en esta zona: bosques, manglar, esteros y ríos en un hábitat poblado de iguanas, monos, papagayos y otros tipos de aves, reptiles y mamíferos. “La naturaleza se regeneraría con rapidez”.
Los remanentes humanos más resistentes al paso del tiempo, aclara Weisman, serían las cajas fuertes de los bancos, y los edificios construidos con piedra natural, como algunos de los coloniales que se levantan en los centros históricos de Quito y Cuenca.
Con esperanza
Alan Weisman se imagina ese mundo para reflexionar sobre la crisis ecológica que vive el planeta. “Miremos a nuestro alrededor, al mundo actual. Nuestra casa, nuestra ciudad. La tierra que nos rodea, el pavimento que pisamos y el suelo que se oculta debajo. Dejemos todo ello en su lugar, pero extraigamos a los seres humanos. ¿Cómo respondería el resto de la naturaleza si de repente se viera liberada de la constante presión que ejercemos sobre ella y los demás organismos?”, comenta Weisman en el prólogo de su libro, que no busca ser apocalíptico, sino promotor de vida.
“Yo no quiero un mundo sin humanos. Lo quiero con humanos”, enfatiza este periodista, quien para este texto recopiló los artículos que escribió para varias publicaciones importantes del mundo, y expandió la investigación para armar un texto que fue designado el mejor libro de no ficción de 2007 por las revistas estadounidenses Time y Entertainment Weekly, además de que ya ha sido traducido a 34 idiomas.
Buscando el Edén
Para tal investigación, Weisman viajó a diversos países, entre ellos Ecuador, en cuya Amazonía conoció a una anciana zápara que se negaba a comer un plato de comida hecha con carne de mono, animal que antes no consumían debido a que lo consideran su ascendiente, pero que los cazadores de su comunidad comenzaron a capturar debido a la escasez de alimento. “Si nos rebajamos a comernos a nuestros antepasados, ¿qué nos queda?”, le indicó la mujer a Weisman, quien allí confirmó la magnitud de la destrucción de un ambiente tan delicado como la Amazonía.
El periodista también llegó a sitios que por diversas razones se han convertido en laboratorios naturales para observar qué ocurriría en un mundo sin humanos, como el bosque de Bialowieza (frontera entre entre Polonia y Bielorrusia), que se ha mantenido protegido desde finales del siglo XIV. También la zona de Chernóbil, en la actual Ucrania, que permanece deshabitado desde el accidente nuclear del 26 de abril de 1986, y el área desmilitarizada de 4 km en la frontera Corea del Norte y Corea del Sur.
Tales sitios hacen imaginar cómo sería el planeta sin personas, ya que en esos lugares la naturaleza prueba su capacidad de regenerarse para ocupar el espacio que le permiten. “La naturaleza puede vivir sin nosotros, pero nosotros no podemos sin ella”, indica el comunicador.
La crisis ecológica se debe en gran medida, según Weisman, a la sobrepoblación del mundo, que cada año suma 80 millones de nuevos habitantes. Ellos necesitarán consumir recursos de este planeta que seguiría de igual tamaño, pero con menos bosques, menos ríos, menos glaciales, y menos animales y vegetales.
Dos hijos
“El control de la población es una gran alternativa”, concluye Weisman, pero sin llegar a la estricta medida que adoptan en China, de que las parejas solo pueden tener un hijo. “Si todo el mundo adoptara esa medida, a finales de este siglo la población mundial se reduciría a 1,6 mil millones de personas, igual que a inicios del siglo anterior”.
Pero esa medida sería demasiado extrema e ilusoria. “A nadie le gusta la medida de China. Ni siquiera a los chinos”, indica Weisman, quien propone que las parejas deberían tener solo dos vástagos. “Así los hijos reemplazan la presencia de los padres en el mundo”.
Para ese propósito, este investigador considera indispensable asegurar una mejor educación a las mujeres, ya que ellas deciden mayormente la cantidad de hijos que tendrán. “Una mujer educada tiene un promedio de 2 hijos”, dice Weisman, conclusión a la que ha llegado después de sus múltiples viajes en el mundo, aquel que se imagina sin la presencia de humanos.
Pero lo hace pensando en la conservación de nuestra especie en real armonía con todo el planeta. (M.P.) (I)