Suzanne Lacy en Quito
La artista estadounidense Suzanne Lacy estuvo en Quito exponiendo sus obras que tocan aspectos sociales en contra de la violencia.
La diferencia entre el fracaso y la pérdida es la misma que separa a la resignación de la esperanza. El fracasado se conforma, calla, olvida. El perdedor se rearma, discute, recuerda. En el fondo, la pérdida es una extraña forma del triunfo. Esta idea de la investigadora y crítica literaria Ana María Amar Sánchez es pertinente para acercarse a la obra de Suzanne Lacy, la septuagenaria artista californiana, especializada en arte gráfico y performance.
Sus trabajos –que han sido presentados en museos de Estados Unidos, Reino Unido, España e Italia– se caracterizan por su compromiso social. Lacy ha abordado la violencia de género, la exclusión étnica y la explotación laboral. Se reconoce como parte de una comunidad internacional de artistas y curadores que están convencidos de que el arte y el activismo político no pueden estar separados.
Lacy no cree en el arte puro. “Nada, ni la medicina es pura. Cuando estás enfermo, eso involucra tu mente, tu ambiente, las políticas públicas. Asimismo en el arte, no hay separación entre la expresión creativa y la vida política”. No obstante, reconoce el malestar que puede provocar el uso político del arte. “Sí entiendo el conflicto porque otra cosa que pasa aquí es que un sector político usa el arte y muchas veces ese arte no es tan bueno porque ellos dicen ‘queremos ilustrar nuestra idea con tus murales o tus pinturas o tus ilustraciones’. Y eso no está mal, pero hay una relación muy funcional entre la estructura cívica y el arte”.
Compartió estas ideas durante su visita a Quito, donde exhibió la performance: De puño y letra, diálogos en el ruedo, por el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer. Este fue el segundo contacto que la artista tuvo con la realidad latinoamericana. El primero fue con la violencia colombiana. Invitada por la antropóloga Pilar Riaño Alcalá, Lacy se sumó al proyecto que se denominó La piel de la memoria. Ambas trabajaron con las víctimas de la violencia del barrio Antioquia, de Medellín.
A su llegada, en 1999, Lacy encontró que muchos tipos de violencia se entrecruzaban en ese vecindario: la de la guerra civil, la de los narcotraficantes y la violencia familiar. La guerrilla, el ejército, los paramilitares, la policía y las organizaciones criminales intercambiaban balas. Había mucho fraccionamiento entre los vecinos, que ni siquiera podían caminar por el barrio debido a ataques o venganzas. A eso se sumaba el hecho de que el Gobierno no reconocía ciertos crímenes y eso impedía el desarrollo de políticas públicas para recompensar a los afectados.
‘Museos temporales’
“El proyecto de Pilar, en particular, era acerca del valor que tiene la memoria para reconstruir el tejido de la comunidad -me contó Lacy-. La teoría de Pilar era que recordar es ayudar a construir una nueva forma de avanzar”.
La obra consistió en recolectar objetos que encerraban los dolorosos recuerdos de las familias y montar con ellos un museo temporal en un bus de transporte público. Los habitantes donaron 500 objetos: la camiseta de un hijo asesinado, la pequeña pertenencia de un familiar procesado, la fotografía de una madre desaparecida. Una vez listo, el bus rodó por todo el barrio seguido por comparsas conformadas por los mismos pobladores. Además, la antropóloga les pidió que escribieran cartas plasmando sus deseos para un vecino anónimo y el barrio en general. Al final de la exposición, las misivas fueron repartidas, indiferentemente, entre las familias de la zona.
Doce años después, en 2011, Lacy y Riaño reunieron nuevamente a las personas que habían donado sus objetos y sus cartas para retomar la memoria y el diálogo, evaluar qué había pasado en Antioquia durante esos años y renovar el compromiso con la paz de la comunidad.
Aquel año, mientras tanto, la ecuatoriana María Fernanda Cartagena, que en ese entonces estaba a cargo de la Fundación Museos de la Ciudad, en Quito, iniciaba el proyecto educativo Cartas de mujeres, que cuatro años después la pondría en contacto con Suzanne Lacy para desarrollar la performance De puño y letra. Ambos trabajos están conectados de tal manera que se puede decir que el último es la renovación artística del primero.
Entre 2011 y 2012 se recogieron los testimonios escritos de doce mil mujeres víctimas de la violencia de cualquier tipo, en cartas que estaban dirigidas a familiares y autoridades. Muchas prefirieron el anonimato. Los relatos sirvieron de insumo para el diseño de políticas públicas, comentó Cartagena. No obstante, había que hacer algo más. Fue entonces que ella invitó a Lacy para encargarse de la dirección artística de un nuevo proyecto.
Para desarrollar De puño y letra se tomaron fragmentos de mil cartas y, sobre ellos, se armó una línea narrativa en forma de guion. Aparte, las cartas fueron entregadas a 500 hombres, que recibieron un taller de tres días acerca de la construcción de la masculinidad. Entre ellos se eligió a 53 –en edades de 12 a 80 años– para participar en la performance, leyendo los fragmentos de esas misivas. Esta obra, me dijo Lacy, busca apalear un vacío en los movimientos feministas: “La mayoría de movimientos han sido desarrollados por mujeres y la mayoría de hombres no saben cuál es su lugar en ese debate público. Entonces, dicen ‘yo no soy violento, yo no tengo nada que decir’ y solo muy pocos dicen ‘yo voy a trabajar y a discutir’”.
En el ruedo
El escenario elegido para la performance no fue casualidad: la Plaza Belmonte, lugar insigne de la tauromaquia capitalina. El ruedo, comentó Lacy, es parte de una de las metáforas más fuertes de la obra: “En ese lugar hay un sentido de la masculinidad. Los toreros son hombres. Es una performance de la masculinidad, tú sabes, es muy estilizado. Por eso es un lugar importante para desafiar, no a la tauromaquia por sí misma, sino a la cultura entera que aporta a las relaciones entre la masculinidad y la violencia. Esa cultura que quiere preservar la idea de que eres masculino cuando eres violento”.
Lacy ha tratado el tema de la violencia de género en varias ocasiones. En 2014 presentó Three Weeks in May Recreation, una performance sobre las violaciones en Los Ángeles. Sobre un mapa gigante de esa ciudad, los visitantes localizaban los lugares donde la policía había reportado violaciones y a leer esos reportes en voz alta.
Para Lacy el arte no es suficiente para cambiar el mundo. “Puede contribuir al mejoramiento de la vida humana, tanto individual como colectiva. Puede ayudarnos a pensar nuevas cosas, a entenderlas de diferente manera, a crear un nuevo modelo de comportamiento. El arte puede ser un antídoto para la violencia. También para la soledad, el silencio, el olvido... y el fracaso”. (I)