Así se cambia el mundo: Se reescribe la historia
“El mundo se cambia con ideas, pero no sirven para nada sin trabajo, sin paciencia y a los gritos. Como el cambio de ahora en Cuba, así de inesperado, así de sencillo y así de genial”.
A los periodistas nos asalta la ansiedad cuando empieza a terminarse el año. Y como toda ansiedad, cada año llega antes que el anterior. Así, la Navidad empieza en cuanto termina el Día de los Muertos y el Carnaval se lanza el 7 de enero y no para hasta Semana Santa. Quizá por eso nos apuramos para publicar los resúmenes del año, las mejores fotos, la noticia que conmovió al mundo, la pelea del siglo… cuando todavía falta el diez por ciento del año o unos cuantos años para que termine el siglo. Y no aprendemos, porque cuando no es el tsunami con 250.000 muertos del 2004 es el terremoto de Managua de 1972 o la caída del gobierno De la Rúa del 2001. Catástrofes, calamidades, revoluciones, motines, saqueos… ocurren entre el 15 y el 31 de diciembre, cuando ya habíamos cerrado el año.
El fin del aislamiento de Cuba –que igual seguirá siendo una isla– no era una noticia tan loca como para que no se nos ocurra: baja el petróleo, Venezuela casi en la quiebra, Cuba se queda sola, se están perdiendo grandes negocios, pero sobre todo había una oportunidad que ningún político deja escapar. Para colmo, ninguno de los periodistas superinformados de todo el mundo tenía ni una puntita de las febriles negociaciones que apuraban estos cambios, así que ni por la lógica ni por las filtraciones se coló una sola versión parecida de una de las noticias más trascendentes desde que terminó la Segunda Guerra Mundial. El fin del embargo de Estados Unidos a Cuba va a cambiar otra vez el mapa geopolítico del mundo y sobre todo de nuestra América. Nos va a afectar más que la caída del telón de acero, cuando se desmoronaron los regímenes comunistas del este de Europa.
Todavía es temprano para saber si subirá el precio de los habanos, si los cubanos navegarán por internet, si podrán comprarse blue jeans o viajar a donde se les dé la gana sin pedir permiso al comisario político de su barrio. Ni siquiera sabemos si Obama conseguirá que el Congreso norteamericano le apruebe el fin del bloqueo. Algunos integristas quedan en esa casa, pero suponemos que la gran mayoría de los congresistas no van a ser tan estúpidos como para impedirlo. Ahora se tiene que democratizar el régimen cubano para que en la isla se pueda pensar distinto y convivir en paz. Para incorporarse al mundo, Cuba tiene que lograrlo, con o sin los hermanos Castro en el poder.
En los discursos en que los dos presidentes –Castro y Obama– anunciaron al mismo tiempo la reanudación de sus relaciones diplomáticas interrumpidas hace más de medio siglo, agradecieron a Francisco su mediación. Supongo, sin saber nada, que el papa bendice y pide oraciones, pero también va al grano, directo a lo que busca, sin vueltas. Y no se calla nada: para eso está ahí. Y tiene más sentido de la oportunidad política que Obama y Castro sumados y multiplicados por tres.
La Iglesia trabaja con una paciencia infinita y Bergoglio sabe que el tiempo es superior al espacio. Juan Pablo II y Benedicto XVI allanaron el camino en La Habana y pusieron al servicio del arreglo la formidable diplomacia vaticana, interesada más en el pueblo que en el poder. Canadá aportó también su cercanía y neutralidad.
El mundo se cambia con ideas, pero no sirven para nada sin trabajo, sin paciencia y a los gritos. Como el cambio de estos días en Cuba, así de inesperado, así de sencillo y así de genial. Y como la Navidad, que ocurrió en una cueva, pasó inadvertida y cambió para siempre nuestra historia. (O)