El infaltable chupamedias: Mal que va en aumento

Por Gonzalo Peltzer
08 de Septiembre de 2013

“La obsecuencia infecta todas las organizaciones públicas y privadas, pero sobre todo enferma a la administración pública y a la política, que se alimenta de chupamedias desde la época de Hammurabi”.

Hay un virus difícil de curar que afecta a todas las organizaciones. Se llama chupamedias y se dice así, en plural, aunque el jefe tenga una sola pierna y use una sola media. Es tan popular este virus que tiene miles de nombres, casi siempre emparentados con el verbo succionar: lamebotas, lambón... En castellano hay un sustantivo de salón para referirse a todos ellos: obsecuente. Los obsecuentes están por todos lados, hay muchos más de lo que parece y advierto que puede ser el sida del siglo XXI.

Los principales culpables de la obsecuencia son los que la permiten, porque los chupamedias aparecen y se desarrollan en organizaciones permeables a su accionar. En todos lados y cada vez más hay jefes que prefieren un empleado obsecuente a uno inteligente. Los obsecuentes no fallan nunca y parecen leales, por eso es tan cómodo rodearse de ellos aunque no hagan nada útil. Pero hay todavía una fortaleza más amada por los jefes permeables a los lambones: avisan cuando alguien está por hacer algo innovador y creativo en la organización. Entonces se lo puede sancionar y hasta echar por traidor. A quién se le ocurre andar criticando las decisiones estúpidas de los jefes...

La obsecuencia infecta todas las organizaciones públicas y privadas, pero sobre todo enferma a la administración pública y a la política, que se alimenta de chupamedias desde la época de Hammurabi. Es que el poder siempre prefiere al obsecuente antes que al que pueda descubrir la ineptitud del que manda. Y cuanto más tiranos son los jefes, más chupamedias los subordinados, tanto que el cerco de los obsecuentes que rodea a todos los autoritarios es una señal indiscutible de su despotismo. Prefiero no hablar de nadie en particular: solo mire a su alrededor.

Lo más grave de esta enfermedad de las instituciones es que la obsecuencia aleja a los que la pueden cambiar. Instala una espiral perversa que va de mejor a peor, porque los obsecuentes un día llegan arriba de todo y, como son esencialmente permeables a su propio género, multiplican la obsecuencia anterior. Este es el mecanismo que permite asombrosas situaciones que hemos visto y padecido mil veces en la junta vecinal y en las Naciones Unidas: mandan unos inútiles rodeados de obsecuentes.

El efecto principal de la obsecuencia es el retroceso. En lugar de ir para adelante, vamos para atrás. Y así nos va. Pero mientras nos va como la mona, le recomiendo un remedio que nunca falla porque es el único modo de ir para adelante: elija siempre en su entorno a los que lo pueden superar y premie a los que se equivocan; esos son los que trabajan, asumen riesgos y no se quejan nunca.

gonzalopeltzer@gmail.com

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