Entre vivos: Las víctimas nunca son culpables
“Vivos hay por todas partes y psicópatas también y hay que cuidarse de ellos como del virus del dengue”.
The Ballad of the Flim-Flam Man es una novela costumbrista norteamericana ambientada en el estado de Kentucky. Es de Guy Owen y cuenta la historia de Mordecai Jones, un estafador rural y de poca monta que toma bajo su protección a Curley, un desertor del ejército a quien enseña el arte y los trucos para timar a sus víctimas y sacarles unos dólares. Al reparto de caracteres se suman Bonnie, la bella y rica chica de quien se enamora Curley, y el sheriff del condado, que los persigue pero también es engañado una y otra vez por Jones y Curley, luego ayudados por Bonnie.
Irvin Kershner la llevó al cine en 1967. La película se llama The Flim-Flam Man, pero como suele ocurrir, tiene varios nombres en castellano y todos estúpidos, como Mi bribón favorito o cosas por el estilo. Salvado este inconveniente la recuerdo como una gran película y buena actuación del finado George Scott que trabaja de Mordecai Jones.
Flim-Flam debería traducirse como bla-bla, las palabras huecas de parlanchín, vacías de contenido y de verdad que algunas personas dicen con notable maestría. Engañabobos de los que hay que protegerse como del mosquito del dengue. Psicópatas capaces de estafar con sus palabras al más pintado.
Un psicópata es un manipulador que miente sin que se le mueva un pelo y dicen los psicólogos que no tienen cura y que lo único que podemos hacer ante estas situaciones es ser precavidos: marcarlos y no dejarnos engañar. Y aprender a convivir con ellos si nos toca en la propia familia. Y si son políticos, no queda otra que abrir el paraguas hasta que se vayan... y mientras seguir bregando para que sea una condición elemental de todo candidato pasar el test psicofísico de un piloto de aviones.
En la película de Kershner, cuando Jones enseña a su compinche a estafar a sus semejantes le explica que el verdadero culpable de la estafa no es el estafador sino el estafado, porque la estafa solo es posible por la codicia de la víctima. Por supuesto que esa enseñanza es otra estafa en boca de un estafador, porque una cosa no quita la otra: la codicia del estafado nunca exculpa al estafador, como la condición de ladrón no perdona al que le roba su botín; el que roba a un ladrón es... otro ladrón, en el Ecuador, en la Argentina y en la China. Además, Jones llama codicia a la necesidad, que –ya se sabe– tiene cara de hereje y nos lleva a hacer cosas de las que luego nos arrepentimos.
Vivos hay por todas partes y psicópatas también y hay que cuidarse de ellos como del virus del dengue. Pero por las dudas viene bien el consejo de Mordecai Jones en The Flim-Flam Man. Si le proponen un negocio fácil y rápido, es bastante probable que detrás haya una estafa encubierta o un psicópata con ganas de manipularlo para sacarle dinero o quizá solo para divertirse.
Nos queda como consuelo que estas cosas ocurren en lugares mágicos como Kentucky, y por suerte hay buenos escritores y excelente cineastas que nos advierten las macanas que algunos hacen con nuestra confianza. (O)