Icaza, Palacio y la literatura

Por Clara Medina
02 de Noviembre de 2014

Desde la actualidad, posiblemente se perciba al ecuatoriano Jorge Icaza como el autor de una literatura indigenista ya superada. Al lojano Pablo Palacio, contemporáneo de Icaza, en cambio, se lo veía como un sinónimo de vanguardia, como un adelantado en una época en que el realismo social se imponía y casi lo llenaba todo. Son esas ideas, con un sesgo más o un sesgo menos, las que a lo mejor perviven en el imaginario de los lectores que se han acercado a la obra de estos dos narradores nacionales.

Leyendo el ensayo Escribir en el aire, del crítico peruano Antonio Cornejo Polar, me encuentro con un capítulo en el que aborda las literaturas de estos dos cimeros escritores ecuatorianos. Hace una relación entre Un hombre muerto a puntapiés, de Palacio, y Huasipungo, de Icaza. Cornejo no contrapone sus obras, aunque ciertamente son productos distintos, sino que halla en estas algunos nexos, pues tanto Icaza como Palacio, desde el lugar y el momento en que escribían –el indigenismo, uno; la vanguardia urbana, el otro– subvertían lo establecido, lo que era la convención en la época.

“Vanguardia literaria y vanguardia social se mezclaron con frecuencia y en algunos momentos y circunstancias se ensimismaron. Se entienden así las relaciones entre vanguardismo e indigenismo”, sostiene Cornejo Polar.

Un buen ejercicio sería volver a las obras de estos autores, en especial ahora que se están conmemorando los 80 años de la publicación de Huasipungo, y que el vanguardismo de Palacio no deja de elogiarse y de estudiarse. Un libro permanentemente nos está hablando, y nos dice siempre algo distinto, porque quien lee, cambia. Leemos a partir de lo que somos, de lo que vivimos, o de lo que consumimos. El escritor argentino Héctor Libertella plantea, por ejemplo, que somos lo que leemos. Los referentes siempre emergen. De manera que un libro, sostiene, es como la proyección holográfica de otros libros.

Pero ¿por qué nos acercamos a las ficciones? o ¿por qué los seres humanos necesitamos de las ficciones? Según el escritor peruano Mario Vargas Llosa, porque son una forma de libertad. “Salir de sí mismo, ser otro, aunque sea ilusoriamente, es una manera de ser menos esclavo y de experimentar los riesgos de la libertad”, anota el nobel peruano en su ensayo La verdad de las mentiras. Refiere, asimismo, que en los engaños de la literatura no hay engaño. “Cuando abrimos un libro de ficción, acomodamos nuestro ánimo para asistir a una representación en la que sabemos muy bien que nuestras lágrimas y nuestros bostezos dependerán exclusivamente de la buena o mala brujería del narrador para hacernos vivir como verdades sus mentiras y no de su capacidad para reproducir fidedignamente lo vivido”.

Y luego de estas palabras de Vargas Llosa, cómo no poner los ojos en esas páginas que nos transportan a otros mundos. Cómo no releer a Palacio y a Icaza. Cómo no intentar nuevas inmersiones en estos dos autores imprescindibles del Ecuador.

claramedina5@gmail.com

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