La azarosa vida de Claraboya

Por Clara Medina
20 de Mayo de 2012

José Saramago era treintañero cuando terminó de escribir una novela. Vivía en Portugal y era un desconocido. No tenía estudios universitarios, ni prestigio, ni dinero.

Llevó su obra a una editorial con la esperanza de que se la publicaran. Abrigaba el sueño de que en cualquier momento lo llamaran para darle la buena noticia. Esperó días, semanas, meses. El tiempo se acumuló.

Un día sonó el teléfono. Le contaban que en la mudanza de una empresa editorial habían encontrado un manuscrito de su autoría. Era la novela que él había entregado hacía casi 40 años. Corría 1989. Le dijeron que sería un honor publicarla. Respondió que no. Que ya no. Para entonces, Saramago era un escritor reconocido. Había logrado, a pulso, hacerse de una trayectoria, un nombre, una voz. Después, ganó el Premio Nobel de Literatura. El escritor decidió que mientras viviera no publicaría esa novela. Quizá le recordaba la humillación de la que fue víctima, dice su esposa, Pilar del Río. Era como la prueba de su derrota inicial. Pero en meses recientes, la obra fue publicada. El manuscrito, que permaneció inédito por décadas, finalmente vio la luz. La obra se titula Claraboya.

Saramago murió en el 2010, luego de una prolífica carrera literaria. Pilar del Río, su viuda y quien traducía las obras del autor del portugués al español, y sus herederos, creyeron necesario publicarla. Pensaban que ese libro, que fue el inicio de la carrera del escritor, es como un regalo para los lectores, una forma de visitar sus orígenes, de encontrarlo en su juventud, en sus preocupaciones, en la configuración de lo que sería su universo literario.

Claraboya es un texto de 415 páginas que se lee con deleite. Frente a esta obra, no puede sino sentirse emoción, por la azarosa existencia, y porque al leerla nos encontramos con ese Saramago primigenio, con esa sensibilidad que sería luego su señal de identidad.

En el libro el autor no cuenta una historia, sino múltiples historias. No tiene un protagonista, sino una diversidad de personajes, a quienes muestra en sus angustias, en sus estrecheces. Viven en un edificio. Comparten la escalera, la existencia que bordea la pobreza. Cada quien tiene sus preocupaciones, que el narrador va develando.

Está la familia de mujeres que alguna vez tuvo bienestar económico y a la que como símbolo de ese bienestar le queda la afición por la música clásica. El zapatero que para solventar su precaria situación decide tomar un huésped en su departamento. El niño que crece en un hogar de padre portugués y madre española, que no se aman ya. Todos son personajes deslucidos, sin brillo, pero dignos. Tienen la dignidad de muchos de los personajes que a lo largo de los años construyó Saramago. Y está esa forma tan personal de narrar. Es una novela que Saramago escribió hace más de 50 años, pronto 60, y que recién publicada, luce fresca. Quizá porque no habla de cuestiones coyunturales, sino de los seres humanos y ese aspecto la hace poderosa.

claramedina5@gmail.com

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