Documental ‘Ícaro’: Para no perdérselo
“Una buena historia bien contada es la base de todo. Lo demás, en algunos casos no pasa de ser simples adornos, que sin una buena base que lo sostenga se viene abajo”.
Cuando nos referimos a Netflix, inmediatamente vienen a nuestra mente sus famosas series como Stranger Things, House of Cards, Orange is the New Black, entre otras. Asimismo, su catálogo de películas originales va creciendo con el tiempo, a veces con propuestas afortunadas como Beasts of no Nation con Idris Elba, y otras, con desastres de la crítica como Bright con Will Smith. Pero tal vez una de las secciones más interesantes del gigante del streaming sea su producción de documentales. Ya bastante revuelo causó con su serie de diez capítulos Making a Murderer, pero el relato que hoy nos ocupa no es ese, sino el ganador del Óscar de este año justamente en la categoría de mejor documental, Ícaro (Icarus, 2017). Entre otros premios, también recibió el Bafta en la misma categoría.
Obviamente, disponible en Netflix, Ícaro empieza siendo un documental sobre los efectos del dopaje en el mundo del deporte, para lo cual su realizador, el estadounidense Bryan Fogel, decide probar en él mismo –también es ciclista amateur– cómo cambia su rendimiento en una competición ciclística muy exigente, mientras consume drogas ilícitas sin que estas sean detectadas en los controles. Para lograr su objetivo recluta a Grigory Rodchenkov, director del Centro Anti-Dopaje en Moscú, Rusia, quien lo ayudará con su cometido. Sin embargo, la trama da un giro inesperado cuando Rodchenkov se convierte en objeto de investigación por las acusaciones de dopaje en cientos, quizás miles, de atletas rusos con el visto bueno de su gobierno.
Es en este momento en el que nuestra historia se convierte en una especie de cinta de espionaje de la Guerra Fría del más alto nivel. Investigaciones, revelaciones, elaborados planes de engaño... en fin, ya quisiera Tom Cruise que su próxima Misión Imposible sea tan excitante como Ícaro.
Independientemente de su afición por el deporte –al autor de esta columna, por ejemplo, le da exactamente lo mismo qué equipo gane el Clásico del Astillero– Ícaro se revela como una magistral clase de narración. Su historia nos atrapa y nos enreda y con cada nueva revelación sobre el infame proceso de dopaje de los rusos, no podemos dejar de sorprendernos. Y cuando tomamos conciencia que lo que estamos viendo es real, nuestro asombro no puede más que aumentar ante la audacia del plan.
A diferencia de las grandes producciones o los filmes artísticos, en este caso, la historia va por encima de la estética. Y es que al final, así debería ser con cualquier relato que se nos presente. Una buena historia bien contada, es la base de todo. Lo demás, en algunos casos, no pasa de ser simples adornos, que sin una buena base que lo sostenga se viene abajo. Esa es la fortaleza de Ícaro. No es que nos atrape porque es un caso de la vida real, o porque Rodchenkov resulta ser un personaje querible, a pesar de sus errores. No. Si Ícaro nos atrapa es porque su narrativa es envolvente, sorprendente y usted, amigo lector, está a solo un click de comprobarlo con sus propios ojos. (O)