Dr. Ricardo Ortiz y 'La lengua salvada'
Independiente de su profesión, el Dr. Ricardo Ortiz escribe La lengua salvada, una celebración del lenguaje coloquial en varias épocas.
Estoy frente a un hombre que ha acumulado muchos años de juventud. De sonrisa amplia y cordial, accedió a realizar la entrevista en su domicilio; es que si la hacíamos en su consultorio llegaban “fulanito, sutanita y menganitos” y no tendríamos la tranquilidad que ahora se respira bajo la frondosidad de un árbol de mango que él mismo sembró a la rivera y placidez del río Babahoyo.
Ricardo Ortiz San Martín, guayaquileño, graduado de médico nefrólogo en 1965, se ha paseado por los más altos escenarios científicos de su especialidad, en América y Europa; fue decano de la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad de Guayaquil y sus ojos transmiten alegría cuando recuerda con emoción la “feliz época de estudiante de medicina”.
“Eran otros tiempos”, rememora. Menciona a los doctores Carlos Recalde Ceballos, que además fue su compañero en el San José La Salle, y a Eduardo Guzmán Burgos, como sus “panas” como dirían sus hijos. Recuerda que el doctor Francisco Huerta Montalvo fue su compañero en esas interminables noches de guardia donde no se podía sino estudiar, estudiar y estudiar. Destaca la labor de otro “yunta”, Carlos Ferreti Robles, frente a esa titánica tarea en Solca.
–¿Y qué recuerda de sus maestros? “Ninguna figura es superior a la del doctor Juan Tanca Marengo, de imagen irreprochable, sus alumnos nos poníamos de pie cuando él ingresaba a la clase; pero no puedo dejar de mencionar el alto nivel intelectual del doctor Eduardo Ortega Moreira”.
Sus recuerdos se mecen en el tiempo y no puede olvidar la noche que llegó una esbelta jovencita en compañía de su hermana y su madre, para ser atendida en la desaparecida Clínica Julián Coronel, donde cumplía sus horas de guardia médica, antes de la obtención de su título profesional.
Ha “corrido mucha agua bajo el puente” y luego de cincuenta años de matrimonio con Carmen Herbenert, tuvieron media docena de hijos que sumaron 17 nietos para alegría de la casa.
Pero la familia no termina ahí. Tienen un gato de raza… de raza “crica” (criollo y callejero) que está inscrito como Paulnewman Ortiz Herbenert. ¿Es amigo de Rafañón?, le pregunto. “Lo conoce solamente por referencias”, dice, austeramente.
“La casa es chica, pero el corazón es grande”, porque aquí todo se hace “en gajo”. Los hijos, con sus respectivas parejas e hijos, llegan cada domingo al almuerzo familiar. Pero ninguno “le hace la vuelta del músico” ni aplican aquello de “como san Nicolás, ya comiste…”.
Curiosidades lexicográficas
Con notable agrado comenta que desde hacía muchos años tenía la idea de escribir un libro sobre Guayaquil. “Cuando me decidí quise empezar por el idioma y así nació La lengua salvada, que compendia por escrito el lenguaje que se escuchaba en distintas localidades de mi ciudad en diferentes épocas”.
Su próximo paso literario está impulsado por sus nietos: “Son los relatos del entorno en que compartimos con la gente querida del Barrio Garay, del Cerro Santa Ana, del centro de la ciudad o del Centenario, son recuerdos interesantes que comencé contándoles a mis nietos”.
Bajo el sello editorial de Báez Editores nace este singular trabajo, donde se encuentran dichos populares, modismos, frases, algunos latinismos y lo que él llama “curiosidades lexicográficas”. Son 358 páginas que rescatan expresiones parcialmente olvidadas y recogen la intensidad del acervo lingüístico sin la presencia de emoticones. “Este libro responde a la motivación de dejar a través del tiempo una realidad vivida, es una lucha contra el olvido”, dice el autor.
–¿Qué guerra está ganando? ¿La del buen uso o mal uso idiomático? El doctor Ortiz es enfático: “Ninguna guerra, es solo el recuerdo de un tiempo feliz. Es el rescate de la lengua, despierta curiosidad”.
Intrigada por los avances tecnológicos comunicacionales le pregunto si considera que se puede competir con YouTube. Consciente de la realidad, dice: “Allí acceden millones de personas de todas las nacionalidades, edades y de diversos idiomas, este libro está dirigido a un gran grupo de personas pero que de alguna manera se sienten identificadas por haber compartido las mismas vivencias. Recordar es vivir”.
Dice que las “curiosidades lexicográficas” tienen aspiraciones de un diccionario localista, porque fue la forma más idónea de organizarlo. Así enlista “A dedo, a destajo, a full, a la carrera, a la fija, a la tuya, a mansalva, a medio talle, a pata, a pico, a raja tabla, a todo trapo” y ochocientas expresiones más debidamente organizadas en orden alfabético.
Tranquilo y sin aspiraciones de “figureti” el doctor Ortiz no se cree “La mamá de Tarzán”. Tampoco se “refocila” por “Las puras alverjas”, ni “quiebra palito”, ni se “ha quedado foco”. No se siente “pelucón”, pero tiene “ñeque”.
Lamento que se termine la entrevista. A todas luces esto no ha sido “un valle de lágrimas”, pero admito que a momentos era como “sacarle sangre al cangrejo”. (I)