En un búnker paraguayo: Periodista ‘armado’

22 de Julio de 2012
PEDRO JUAN CABALLERO THE NEW YORK TIMES

Amenazado por la mafia, el periodista paraguayo Cándido Figueredo se refugia en una fortaleza. ¿Hasta cuándo?

Aferrado  a su pistola Browning semiautomática, miró a través de las cortinas. Luego ponderó las imágenes de los transeúntes en las pantallas del circuito cerrado de televisión que registran los movimientos frente a su casa aquí. “Siempre me consuelan los hombres armados en el pórtico”, dijo Cándido Figueredo, de 56 años de edad, mencionando a sus guardaespaldas policiacos. “Son mi primera línea de defensa”. Dibujando una débil sonrisa, añadió: “Pero si son abatidos, tengo la pistola a la mano”.

Figueredo, una autoridad sobre el comercio de drogas de Paraguay, ha optado por un método poco convencional –entre los periodistas, en cualquier caso– para sobrevivir a las amenazas de muerte. Se ha armado hasta los dientes.

El arsenal incluye ametralladoras de nueve milímetros chilenas, usadas por sus guardaespaldas, pistolas automáticas israelíes adquiridas aquí en las calles y su leal pistola Browning, fabricada en Bélgica, que regularmente reposa en su escritorio o su mesita de noche.

Durante los últimos 17 años, Figueredo ha sido el corresponsal de ABC Color, el principal periódico de Paraguay, en Pedro Juan Caballero, un puesto fronterizo con Brasil conocido como el centro neurálgico del tráfico de drogas y armas. Durante 16 años y ocho meses de ese tiempo  ha vivido como un prisionero en su propia casa.

Casi todos aquí saben dónde vive Figueredo, en una casa estilo rancho ubicada en una calle tranquila no lejos de las mansiones chillonas que ejemplifican las más recientes contribuciones de Paraguay a la arquitectura “estilo narco”.

Es imposible pasar por alto el detalle de seguridad las 24 horas –cuatro hombres fuertemente armados de la Policía Nacional de Paraguay– que hacen guardia en su puerta del frente. En ocasiones disuaden ataques. A veces no. Hoyos de balas de una ráfaga de disparos en el 2003 aún se notan en una pintura en la cocina.

“Rara vez salimos”, dijo la esposa de Figueredo, Luz Patricia Bellenzier, una psicóloga de 28 años de edad. “Sabemos que nuestros teléfonos están intervenidos. La falta de luz solar a veces me afecta, como lo haría en alguien que viviera en un búnker. Es una vida extraña”, comentó.

Víctimas

Además, Pedro Juan Caballero es una ciudad extraña. El paraíso de los contrabandistas se ubica en la frontera con su gemela brasileña, Ponta Pora. Mercaderes chinos, árabes y paraguayos venden una variedad de productos de origen dudoso, incluidos cigarrillos de contrabando, subametralladoras Uzi, incluso un licor tipo whisky llamado Etiqueta Negra.

Pistoleros vigilan los centros comerciales mirando a los visitantes con los ojos entrecerrados. Brillantes vehículos deportivos nuevos recorren las calles, emitiendo de sus bocinas baladas de Sertanejo. Los residentes de esta ciudad fronteriza hablan una amalgama de español, portugués y guaraní, la resistente lengua indígena de Paraguay.

El tráfico de drogas ofrece la línea vital de Pedro Juan Caballero. Paraguay cultiva una de las cosechas de marihuana más grandes de Latinoamérica, proveyendo a los mercados de Brasil y Argentina, y los ranchos a lo largo de la frontera oriental de Paraguay han surgido como un importante punto de trasiego de la cocaína andina.

Sin embargo, la violencia relacionada con las drogas en la aislada Paraguay, que no tiene salida al mar, apenas se nota en otras partes, aun cuando el número de muertos aquí sube constantemente. Los periodistas que cubren el oscuro comercio de drogas y la corrupción relacionada a lo largo de la frontera enfrentan peligros como los de otros países latinoamericanos, como México y Honduras.

En febrero, por ejemplo, un editor de periódico, Paulo Rodrigues, de 51 años de edad, fue acribillado por pistoleros en Ponta Porta. En el 2007, dos asaltantes mataron a Tito Alberto Palma, un reportero de radio en la localidad de Mayor Otaño.

Figueredo ha catalogado cada uno de estos asesinatos, consciente de que le podría llegar su hora. Dijo que había recibido docenas de amenazas a lo largo de los años por teléfono, correo electrónico, mensajes de texto y en persona.

En enero  recibió una llamada de un escuadrón policiaco de élite en el estado brasileño de Mato Grosso do Sul. Le dijeron de una llamada telefónica interceptada en la cual un fugitivo paraguayo, Barón Escurra, hablaba con un preso en una cárcel de alta seguridad brasileña sobre los planes para matar a Figueredo en represalia por artículos que describían el involucramiento de Escurra con pistas de aterrizaje clandestinas cerca de la frontera.

Refiriéndose a la intercepción, Figueredo se encogió de hombros y llamó a Escurra “un aficionado”. Ni siquiera lo calificó de “pez gordo”, como se llama a los traficantes de las grandes ligas en la jerga del comercio de drogas paraguayo, según dijo.

En Noruega

Sin embargo, una década y media es demasiado tiempo para vivir con tales amenazas. Al preguntarle por qué seguía realizando esa labor, Figueredo sonrió y señaló las fotografías en su pared. Mostraban idílicos fiordos de paredes empinadas. Se acercó a los tomos en su librero, escritos en noruego.

“Tenía urgencia de volver a casa”, dijo, al explicar que dejó Paraguay en los años setenta después de casarse con una noruega y mudarse a la patria de ella. Se asentaron en Finnmark, una remota y nevada extensión con las temperaturas invernales más frías de Noruega.

Una vez ahí, cerca de otra frontera, con Rusia, encontró trabajo en una acerera. “Era muy feliz”, dijo.

Por un tiempo. El matrimonio fracasó y él se encontró perdido, anhelando a Paraguay después del fin de la dictadura de 35 años de Alfredo Stroessner, en 1989. Regresó, pero le consternó la anarquía, después de experimentar el orden y la transparencia de Escandinavia. Vio el trabajo de reportero como una forma de proyectar luz sobre ciertos males.

Dice en broma que no eligió el periodismo por el dinero. Incluso hoy, como uno de los reporteros más respetados de Paraguay, su salario es apenas superior a los 1.500 dólares al mes. “¿Por qué algunos de nosotros hacemos lo que hacemos?”, preguntó. “Simplemente lo hacemos”.

Está, por supuesto, su amor por las primicias. Ha sido el primero en informar sobre el involucramiento de nigerianos en el comercio de cocaína de Paraguay y el atrincheramiento aquí de los traficantes brasileños, como la pandilla criminal de Sao Paulo Primer Comando de la Capital, y el encarcelado zar de la droga de Río de Janeiro, Fernandinho Beira-Mar.

En gran medida confinado a su guarida, Figueredo monitorea las frecuencias radiales de la Policía, memoriza códigos para crímenes como homicidios y fugas de la cárcel. Reconociendo la influencia de su labor periodística, una gama de fuentes, incluidos generales del Ejército, políticos, rancheros y narcotraficantes, regularmente hablan con él (aunque en gran medida por teléfono).

“Me gusta decirle a Cándido que me da miedo sentarme a su lado en un bar”, dijo Felipe Cogorno, un empresario que posee un centro comercial. “Es una broma, por supuesto, porque uno necesita inyectar un poco de humor a su situación”.

Fotógrafo

Figueredo dijo que le consolaba el hecho de que su hija y nietos vivan lejos, en Noruega. Él y su esposa vuelan de vez en cuando a la capital de Paraguay, Asunción, donde van a restaurantes y caminan por las calles. “Me permite respirar”, dijo. En ocasiones puede parecer que Figueredo pasa demasiado tiempo en las sombras de su oficio.

Cuando abandona su casa para visitar la escena de un crimen, toma fotografías. El resultado es un archivo tan horriblemente perturbador como una pintura de Hieronymus Bosch: cuerpos desmembrados, quemados y mutilados más allá del reconocimiento. “Alguien tiene que documentar estas cosas, aun cuando las imágenes sean demasiado fuertes para ser publicadas en un periódico”, dijo Figueredo.

Se disculpó de que otra parte de su archivo periodístico, cráneos desenterrados de tumbas superficiales, no estuviera disponible para ser revisado. “Le presté los huesos a mi sobrina, que está estudiando Medicina”, explicó.

Figueredo dijo que esperaba retirarse un día, en la nevada Noruega cerca de sus nietos, donde pudiera encontrar la objetividad para escribir una biografía de su vida de reportero.

“No hay santos en Pedro Juan Caballero, incluyéndome. No me quedaré quieto si un asesino aparece en mi puerta. Si dejo que eso suceda, sería solo otro cadáver que sumar a la pila”, expresó.

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