Fuga con casamiento
El deseo de estar juntos, de empezar una vida propia, es el combustible que ha impulsado a los enamorados en toda época. Ese anhelo intenso ha motivado a muchos a escaparse, casarse en secreto y, con papel en mano, confirmar su amor a todos.
Encontrar al Sr. Correcto no es tarea fácil. Sobre todo si son los padres y otros familiares quienes deben decidir si lo es.
Quizás tal afirmación sorprenda a muchas mujeres de esta generación, pero años atrás esa era la costumbre. Mientras más joven se casaban, más afortunadas lucían ante la sociedad. Y si se casaban con el hombre que los padres habían elegido, la ceremonia se celebraba sin críticas y entre miradas rebosantes de aprobación.
Crónicas del Guayaquil antiguo, de Modesto Chávez Franco, lo explica: “El noviazgo era cosa muy seria (...), eran siempre los padres los que se entendían en la petición de mano. Se autorizaba la visita del pretendiente en determinados días y horas y bajo la indudablemente engorrosa presencia de alguno de los padres (...), al menos en los primeros tiempos, pues generalmente el noviazgo era de dos o tres años o más, ‘hasta conocerse bien’”. (Tomo II, página 191).
¿Y si una mujer apuntaba en otra dirección? ¿Qué ocurría si dos jóvenes se empeñaban en amar a alguien que no estaba aprobado por sus padres? Para algunos, la solución era huir y, una vez casados, ya nadie podría separarlos.
De acuerdo con la historiadora Jenny Estrada, fijar un compromiso era la clave: “Nuestro pueblo siempre ha tenido en mayor valor el acuerdo de palabra que el papel firmado. Entonces, era muy común establecer este compromiso. En el campo, ‘se la llevó a vivir con él’ y en la ciudad, ‘le sacó cuarto aparte’. Eran términos diferentes del folclore urbano y el rural”, dice.
Se pensaría que son casos muy aislados y que permanecen ocultos. Pero en 1930, un matrimonio con estas características atrajo la atención de todos.
En la sección Guayaquil nostálgico, publicada el 1 de diciembre del 2005 en Diario EL UNIVERSO, el periodista Germán Arteta recordó este hecho.
“El domingo 7 de diciembre de 1930, Sarita Chacón Zúñiga, Señorita Ecuador, protagonizó un episodio romántico semejante a una telenovela, pues en momentos que junto a su familia participaba de un oficio religioso en la iglesia de San José, abandonó el lugar y marchó junto a su novio, Carlos Freile Espinel, y varios allegados hasta la población de Samborondón, donde se casó civil y eclesiástico sin el consentimiento formal de sus padres que se oponían al enlace”.
La nota detalla que el escape se realizó en lancha, provocando la confusión de los familiares de ella que ignoraban su decisión.
Al regresar a Guayaquil, continúa el relato, “los nuevos esposos primero se alojaron en el Grand Hotel, pero pasaron casi de inmediato al domicilio de los padres de él, situado en Seis de Marzo entre Colón y Alcedo. Sarita habitaba en la avenida Olmedo y Huayna Cápac. La noticia causó convulsión porque Chacón gozaba de la simpatía popular desde que ganó el Miss Ecuador”.
¿Se escaparía por amor? Coméntenos
Cuestión de épocas
El noviazgo ideal era aquel que respetaba los procesos del amor (cortejo, visitas, cambio y bendición de aros), pero Jenny Estrada reconoce que también existían aquellos a quienes califica como “los apurados”.
“En aquella época el sexo era un tabú y nadie tenía una relación íntima antes del matrimonio, era imposible”, comenta. “Quienes sentían que el fuego pasional no los dejaba esperar, se escapaban a la entonces lejana población de Pascuales. Siempre con un par de amigos que serían testigos y allá había un teniente político que era muy complaciente para esos casos. Atendía de noche y de día, solo le tocaban la puerta, él salía, oficiaba la ceremonia y la pareja marchaba: se iban a un hotel, a Salinas... Al día siguiente volvían y todo estaba consumado. Ya tenían el papel del matrimonio”.
El siguiente paso para las familias era preparar la ceremonia religiosa. “El matrimonio eclesiástico santificaba toda metedura de pata”, afirma Estrada.
De acuerdo con Melvin Hoyos, miembro de la Academia de Historia, esa restricción en las libertades orillaba a los jóvenes a escapar. “Ahora casi no se da porque las libertades en el ámbito sexual son tan amplias que los muchachos no necesitan casarse para poder estar juntos”, expresa el director de Cultura del Municipio de Guayaquil.
“Ese espíritu romántico que se vivía entonces sí tenía sus encantos, pero también tenía sus excesivas limitaciones. Sería interesante mezclarlo con las excesivas libertades de la actualidad para encontrar el punto ideal en el que deberían vivir nuestros jóvenes”.
Al contrastar ambas épocas, Jenny cree que el tiempo trajo ciertas ventajas para las mujeres, como el poder elegir su profesión y fijar sus propias metas. Sin embargo, la sociedad de consumo también transformó su imagen y este hecho influyó directamente en la forma como se desarrollan actualmente las relaciones amorosas.
“No jugábamos con el amor; nosotros sentíamos el amor, no hacíamos el amor”, enfatiza Estrada. “Ahora se atropellan los procesos del amor y, en ese atropellamiento, también cae la dignidad de la mujer”.
Por eso, concluye: “¿Cuál época fue mejor?, juzgue usted, señor, si algún tiempo pasado fue mejor”. (I)
“Ese espíritu romántico que se vivía entonces sí tenía sus encantos, pero también tenía sus excesivas limitaciones. Sería interesante mezclarlo con las excesivas libertades de la actualidad para encontrar el punto ideal en el que deberían vivir nuestros jóvenes”. Arq. Melvin Hoyos, historiador.
“Nuestro pueblo siempre ha tenido en mayor valor el acuerdo de palabra que el papel firmado. Entonces, era muy común establecer este compromiso. En el campo, ‘se la llevó a vivir con él’ y en la ciudad, ‘le sacó cuarto aparte’. Eran términos diferentes del folclore urbano y el rural”. Jenny Estrada, historiadora.