Refugio de aves y turistas
En el sector El Tigrillo –de Montañita, provincia Santa Elena– José Guevara lleva adelante su propuesta ecoturística.
La Ruta del Spondylus, como una cicatriz, parte en dos a Montañita: por un costado, se ubica el famoso poblado a orillas de su mar de olas altas y bohemias. Al otro lado, la zona verde que se adentra a la montaña rodeada de pueblitos, ríos y cascadas. Ahí, en el sector El Tigrillo, se levanta El refugio de las aves, un ecolodge (alojamiento ecológico) ubicado a 500 metros de la carretera. Hospedaje de cabañas de caña guadua y madera, a la sombra de árboles donde cada atardecer llega una diversidad de pájaros que alzan vuelo muy por la mañana para retornar a la caída del sol.
Ahora El Tigrillo da cabida a viviendas y hostales, cuyos propietarios y viajeros prefieren la tranquilidad del campo. Pero no siempre fue así de turístico.
Ese viernes le doy las espaldas al mar y me adentro a El Tigrillo. Es un mediodía soleado y los pájaros ya volaron hace rato. Pero no José Guevara García, quiteño de 60 años quien en 1998 trabajaba en Petrocomercial como técnico especialista en corrosión y aceptó ser transferido a la Península de Santa Elena porque prefiere el calor al frío y huía de Quito contaminada donde no quería que crecieran sus hijos. Un año vivió en Manglaralto, al siguiente compró un extenso terreno en El Tigrillo que era una zona agreste y devastada por el fenómeno de El Niño. “Para entrar acá, había que abrirse ruta a machete –cuenta sin acento serrano después de 16 años en la costa–. Pero me gustó para vivir, no tenía ni la más remota idea de que esta zona se convertiría en lugar de alojamiento turístico”.
Recuerda que las calles de Montañita eran de arena y los turistas solo llegaban para Carnaval y Semana Santa. Con su esposa Pamela Calderón y sus hijos Pamelita y Jean Felipe, alquilaron una casa destruida ubicada frente a su propiedad. Vivían en una carpa instalada en un dormitorio. No había escuela, junto a cuatro familias de la comunidad, decidieron una en su terreno. Una amplia cabaña de bambú donde estudiaron sus hijos y niños de otras familias. La escuela se llamó Harian Uri Bungalow, su esposa fue la profesora utilizando la metodología Pestalozzi.
Cuando sus hijos decidieron estudiar la secundaria en Quito, volvieron a la capital con su esposa. La cabaña, que era su casa, quedó vacía. En el 2008 decidió convertirla en hospedaje informal para los jóvenes que llegaban a Montañita del sur del continente. “Yo ocupaba una habitación; el resto, los jóvenes”, cuenta mientras se mece en una hamaca del hostal.
Para entonces Montañita era ya un destino turístico de la juventud. El 90% de los viajeros que llegan en grupo son de 20 a 35 años y el restante 10% es familiar.
En el 2009 José decidió especializarse en manejo ecoturístico y llevar adelante su proyecto El refugio de las aves, llamado así porque no solo su propiedad sino también las vecinas están pobladas de árboles donde llegan aves migrantes y las nativas de la cordillera Colón Colonche: el colibrí, que le encanta el néctar de la flor peregrina; el pájaro carpintero, que construye su nido en la caña guadua; petirrojos, ruiseñores, pechos amarillos y otras de cuyos cantos y vuelos disfrutan los turistas. Las cabañas del hostal llevan el nombre de estas aves. Cabañas de caña guadua –bambú–, madera y piedra construidas según la sabiduría de dos viejos maestros en carpintería y albañilería de la zona. Ellos cortan la caña y la madera en cuarto menguante o en cuarto creciente y con marea baja. Las trataron con un producto a base de cera de abeja y propolio para alejarla de la polilla.
“Nosotros tenemos una misión –afirma– en la que el negocio no está por delante sino transmitir la cultura de la no violencia, por eso este lugar es enormemente tranquilo; logramos que el huésped se sienta como en su casa”.
Programan excursiones en bicicleta o cabalgata hacia las cascadas o ríos del interior de Olón; viajes a Ayangue o El Pelado para bucear; tour a la playa Los Frailes y otras propuestas, según el interés o tiempo de sus turistas. Eso sí, todos disfrutan de los conciertos que ofrecen las aves todos los días. “Aquí siempre hay aves pero también llegan por cientos en temporadas –entre enero y febrero– cuando florecen y maduran ciertos frutos de los árboles que tenemos y ellas llegan a comer”.
Hace casi 15 años que José Guevara llegó del frío a El Tigrillo de Montañita y desea continuar viviendo en esa naturaleza cercana al mar y tan alejada del bullicio y contaminación de su Quito natal y tantas otras urbes. Por eso desea, como un pájaro que sabio y libre canta: “Aquí estoy disfrutando la fase final de mi vida, yo a la ciudad no regreso, ¿para qué?”.
Contacto: refugiodelasaves@gmail.com