La experiencia: Embarcadero peruano
“¿Por qué Perú logró ubicar su gastronomía a tal sitial?, ¿por qué no podemos impulsar nuestras tradiciones hasta alcanzar el mismo nivel internacional?”.
Llegué al restaurante Embarcadero 41 a las 13:00, estaba el sitio casi copado; cuando nos fuimos a las 15:30 seguía lleno con nuevos clientes. De por sí lo que acabo de mencionar desafía cualquier crítica: tanta gente a diario no puede equivocarse. Empecemos por la acogida: me senté a la mesa, de inmediato fui atendido por un mesero al que acostumbraron a presentarse con su nombre y una fórmula de bienvenida.
Se me indicó luego las características de las tres salsas que hablaban con sus colores: rojo, amarillo, verde para adular el paladar: identificar o reconocer cada una con el borde de un chip liviano es una primera sensación muy grata que me puso de muy buen humor.
La carta que me presentaron resulta llamativa por la calidad de impresión, el tamaño justo. Las fotografías –muy apetitosas– corresponden fielmente a los platos que se sirven. Si escogen los tiraditos de lenguado con pulpo al limón (recomiendo este plato), recibirán lo que promete la ilustración.
Ciertas especialidades ahora muy familiares se impusieron en los últimos años: los tiraditos, primos hermanos del sashimi y del carpaccio por su textura, del cebiche por su sabor alimonado, se han vuelto indispensables.
Recomiendo el carpaccio a la chalaca, fresco, elegante. El limón puede ser adversario de la mejor botella, pero si ustedes saben tomar algo de agua entre bocados para no asustar al vino les aseguro que un Sauvignon blanco cantará de lo lindo, aunque la cerveza muy fría pueda ser una hermosa opción.
Nosotros atropellamos el maridaje al beber un extraordinario aunque contraindicado tinto de Ribera del Duero: Durius Magister MMVII de fruta muy madura, casi confitura. El vino españolísimo lucía un dulzor inefable, pero no convenía en este caso. Epicuro paga sus cuentas religiosamente, se incomoda si no se las quiere presentar, pero de repente pide permiso para traer una botella de su bodega personal.
Las causas, otra especialidad a la que gustosamente nos acostumbramos, permiten muchas variaciones. La llamada causa embarcadero ha sido premiada en el Perú. La foto hace pensar en un flan cubierto de caramelo coronado con huevos de codorniz y arvejitas, pero no es nada dulce a pesar del engaño visual, aconsejable como plato fuerte por la complejidad de los sabores que irán descubriendo.
Las láminas de atún acebichadas son particularmente refrescantes. Insisto en este particular porque me sentí satisfecho con los tentempiés y sus tres salsas, los tiraditos de lenguado con pulpo, la causa embarcadero.
El postre sería una irreprochable espuma (mousse) de chocolate. Probé del plato de mi compañero el clásico suspiro limeño. La cocina luce impecable, así como los baños. El servicio es rápido, dato que es importante mencionar. Los precios sin ser tan moderados son perfectamente aceptables tomando en cuenta la calidad de los platos servidos. Valor de la planilla para dos personas (sin el vino): $ 96.
Sugiero servir pan para poder saborear las salsas hasta el final.
Frente al éxito que tiene la comida peruana nos hacemos la pregunta: ¿Por qué Perú logró ubicar su gastronomía a tal sitial?, ¿por qué no podemos impulsar nuestras tradiciones hasta alcanzar el mismo nivel internacional? Se nota el despunte de unos cuantos chefs con cocina de autor, nos toca respaldarlos.