Un rinconcito con alma: De sencillo a sofisticado
“Visiten Sailor Coffee si desean cuidar su salud, comer gourmet, rendir pleitesía al café en la más simpática informalidad”.
El sitio es pequeño, si no fuera porque tiene alma podría parecer algo austero: paredes con unas pocas fotografías de paisaje, mostrador estrictamente ordenado, bombillas de filamento incandescente visible que llaman la atención, personal reducido a lo imprescindible, pero atento, una carta sin listas desproporcionadas sino menciones de platos bastante sencillos... pero fue cuando cundió mi sorpresa pues lo sencillo se tornaba sofisticado.
Andrea Salgado, la propietaria, vivió varios años en Nueva York, donde estudió historia del arte, lo que nos llevó a hablar de pintura, del land art que es un regreso maravilloso y extravagante a la naturaleza, pensé en Robert Smithson, en Jeanne-Claude y Christo, artistas que utilizaron tela para envolver gigantescos edificios o cubrir extensas áreas públicas, hasta que volví a aterrizar frente a un rito al café.
Pensé que no había nada tan trascendente como un expreso, pero Andrea me demostró que el maridaje entre una tortilla de verde y un café de granos escogidos, preparado y pasado con diminutos artefactos de metal cobrizo reluciente podía convertirse en alquimia. Fue solamente cuando mi paladar conjugó el sabor del verde espolvoreado con sal prieta, queso, huevo de codorniz de cremosa yema, con la sutileza de un café discretamente aromático que pude palpar la armonía, un expreso intenso dominaría demasiado.
Andrea actuó con la seriedad que lleva en el rostro quien destila un coñac de marca, utilizó un implemento japonés Hario V6O que también hay de cristal y cerámica, pero el de cobre, más espectacular, recuerda aquí las ollas en las que la abuelita hacía sus mermeladas.
En mi casa uso utensilios de hierro forjado, por eso aprecié que me sirvieran huevos fritos con tomate campesino (rústico, de sabor esencial) en una sartén diminuta de hierro. El postre fue un pan de banano con ricota, miel e hilachas de coco.
Andrea, ecuatoriana de pura cepa, ultradetallista, tiene alma de japonesa, sabe que los mejores croissants de la ciudad se encuentran en Mono Goloso, que los postres deben tener sabor a abuelas, a campo, a recuerdos, que la presencia de ella es la que otorga a este sitio su encanto. La magia culinaria no es necesariamente complicada, puede surgir de la más rústica sencillez.
Sailor Coffee tiene una cocina minúscula; no necesita nada más para elaborar sus diversos manjares. Tocino con maple (arce) ¿por qué no, si tanto me gusta el cupcake de primavera con bacon, arce, mantequilla y cerveza?
El pan nuestro de cada día se convierte aquí en otra experiencia: Andrea propone el sourdough, cuya base es una masa madre de harina integral, lo cubre con puré de aguacate, jugo de limón y chili, sobre un huevo frito: simple, pero sabroso. Hablo de productos sanos, frescos.
Cuando visité este local la clientela era totalmente femenina porque las mujeres saben, comprenden, intuyen, traerán al esposo, al enamorado, el sitio se presta para tertulias, encuentros sentimentales, el café siempre fue el mejor cómplice a lo largo de cualquier día, mientras los vinos y espumantes se acomodan mejor en la noche. Tienen que probar los doughnuts (dónuts). Existen muchas variedades, unos son glaseados, otros rellenos con nata, crema pastelera, chocolate, mermeladas. Un dónut tiene como promedio unas 300 calorías, pero vale la pena.
Visiten Sailor Coffee si desean cuidar su salud, comer gourmet, rendir pleitesía al café en la más simpática informalidad. Los precios son muy confortables, es otro atractivo. (O)