El servicio de la autoridad
Existen diversas formas de aproximarse a la autoridad en una organización. Si bien el uso de poder para ejercer la autoridad no es en sí mismo negativo, puede generar distorsiones cuando es usado en beneficio propio o para afirmarse por encima de los demás. Existen diversos rostros en los que se expresa el abuso de la autoridad, tales como el uso exagerado de la fuerza y maneras en las que se maltrata al personal sea por indiferencia o extorsión de algún tipo.
El líder que ejerce la autoridad está llamado a promover la dignidad de la persona, saliendo al encuentro de las necesidades de los demás, no desde un trono inaccesible, sino con un espíritu oblativo que esté dispuesto a los mayores sacrificios en vistas al bien común. Todo puesto de autoridad debe tener como referente último el deseo de servir y no servirse de los demás. Esta visión del auténtico liderazgo es expresada en el siguiente criterio evangélico: “El que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro servidor…” (Mt. 20,26).
Existen situaciones que ameritan actuar con firmeza, pero nunca faltando al respeto a la persona, guiado siempre por la prudencia y el sentido de justicia. No hay situación, por muy problemática que parezca, que amerite un insulto o una ofensa al trabajador, pues ello daña la relación y es perjudicial en el mediano plazo, aunque momentáneamente parezca eficaz.
Resulta provechoso definir en la organización códigos de conducta y principios orientadores que promuevan una cultura del respeto a la persona, teniendo a su vez mecanismos en los que los trabajadores puedan expresar sus puntos de vista e incluso evidenciar conductas inapropiadas sin temor a represalias de ningún tipo.
La autoridad no se gana con un nombramiento de un cargo, sino que se logra a través del testimonio de la propia vida que respalda las orientaciones que da a los demás. Aquel que tiene la enorme responsabilidad de ejercer la autoridad tendrá que dar cuentas de la forma como ha usado sus dones y talentos para ayudar al desarrollo integral de las personas que han sido puestas a su cuidado.