Hay que disfrutar la vida familiar
Llega un momento en la vida en que dejamos de prestarle atención a los problemas que no podemos resolver o a los dramas que no tienen solución, así como a aquellos individuos que los crean. En ese momento podemos comenzar a valorar a las personas que nos agradan, que nos acogen, que nos llenan la vida de alegría, nuestros seres más queridos. Ellos son quienes nos permiten superar las dificultades y los contratiempos para concentrarnos en valorar todo el amor con que hemos sido bendecidos.
Cuando somos padres tenemos mucho más que agradecer que lo que tenemos que lamentar. Criar a los hijos puede ser la experiencia más desafiante, pero a la vez la más enriquecedora, porque ellos son un motivo para gozar la dicha de sentirnos amados por quienes queremos más que a nuestra propia vida. A pesar de las exigencias, contrariedad es y esfuerzos que demanda la crianza y la vida matrimonial, cuando tenemos un hogar amable tenemos poderosos motivos para vivir plenos.
Lamentablemente, desde que la vida se convirtió en una carrera maratónica para tener más cosas, oportunidades y diversiones, lo que vende la cultura consumista, nuestra existencia ha dejado de estar orientada a servir y a amar a quienes nos rodean. Aunque vivir llenos de ocupaciones, compromisos y actividades puede parecer deseable, la sabiduría que nos permite degustar la vida en familia se encuentra en los momentos en que nos ‘reunimos’ con los que más amamos, hijos y cónyuge.
La vida es demasiado corta como para no dedicar buena parte de nuestro tiempo a amar y disfrutar lo más posible a nuestros seres queridos. A pesar de que no faltan las contrariedades, angustias o problemas cotidianos, cuando nos consagramos a mantener un hogar armónico y unido, tenemos más razones para gozar, más experiencias positivas que celebrar y más bendiciones que agradecer. (O)