La Cristiandad: Historias imprevistas
“El verdadero apóstol no se preocupa por predicar una doctrina, liderar un movimiento, o reclutar gente para una organización; se limita a hablar de Dios, y el resto viene en consecuencia”.
El pastor Olivier era considerado el predicador más inspirado de los alrededores. Hablaba como si tuviera contacto con Dios. “No hay nada peor que intentar repetir la conducta de los grandes, si tú no tienes la misma disposición para actuar que ellos tuvieron”, decía Olivier.
Cuando murió, su hijo Andrew ocupó el lugar. Los feligreses se preocuparon, pues era difícil suceder a un hombre tan conectado con Dios. Y, queriendo dar un poco de apoyo moral al joven, una mujer intentó consolarlo. “Acuérdate que tú debes seguir tu propio camino” dijo ella. “Jamás intentes ser igual a tu padre”.
“Al contrario, yo soy exactamente como mi padre” respondió Andrew: “él nunca intentó imitarme y por eso yo jamás intentaré imitarlo”. Y los feligreses quedaron convencidos de que estaban ante un gran predicador.
También estoy afuera
En la parábola del Hijo Pródigo, el hermano que siempre obedeció al padre se indigna al ver que el hijo rebelde es recibido con fiestas y alegría. De la misma forma, personas obedientes a la palabra del Señor, terminan transformándose en verdugos sin piedad de aquellos que algún día se alejaron de la Ley.
En una pequeña ciudad del interior, un conocido pecador fue impedido de entrar en la iglesia.
Indignado, comenzó a rezar: “Jesús, escúchame. No quieren dejarme entrar en tu casa porque creen que no soy digno”.
“No te preocupes, hijo mío” respondió Jesús. ”Yo también estoy del lado de afuera, junto con aquellos con los que siempre estuve: los pecadores como tú”.
Siguiendo el impulso
El padre Zeca, de la Iglesia de la Resurrección en Copacabana, cuenta que cierta vez estaba en un autobús cuando de repente escuchó una voz diciendo que él debía levantarse y predicar la palabra de Cristo allí mismo.
El padre Zeca comenzó a dialogar con la voz: “¡haré el ridículo, esto no es lugar para dar sermones!”, dijo. Pero algo dentro de él insistía en que era necesario hablar. “Soy tímido, por favor, no me pidas esto”, imploró.
Pero el impulso interior persistía.
Entonces él recordó su promesa de abandonarse a todos los designios de Cristo. Se incorporó, muerto de vergüenza, y comenzó a hablar del Evangelio. Todos escuchaban en silencio. Él miraba a cada pasajero, y eran raros los que desviaban los ojos.
Dijo todo lo que sentía, terminó su sermón y volvió a sentarse. Hasta hoy no sabe qué tarea cumplió en aquel momento: pero tiene la absoluta seguridad de que cumplió una tarea.
Del apostolado
Del monje Thomas Merton, en el libro Obra Abierta: “El verdadero apóstol no se preocupa por predicar una doctrina, liderar un movimiento, o reclutar gente para una organización; se limita a hablar de Dios, y el resto viene en consecuencia”.
“El apóstol no tiene ambiciones de convertir a nadie, no quiere usar fórmulas ya gastadas, no intenta vender lo que no tiene precio; no se glorifica, no se disculpa. Él predica simplemente por amor. Esta es su forma de difundir el éxtasis que siente ante la presencia de Cristo”.
“Un apóstol posee una fe tan profunda que aunque nadie lo creyera, continuaría predicando”.