Terapia asistida con perros

09 de Agosto de 2015
Texto: Dayse Villegas | Fotos: Moisés Pinchevsky

¿Puede ser el vínculo con un perro una forma de afrontar la adversidad? La conexión de la canoterapia con la resiliencia es la meta de este grupo creado en México y extendido a Ecuador.

Alessandro tiene 5 años y hasta hace unas semanas solo había dos perros a los que toleraba, los de sus abuelos. Cuando llegó a la primera sesión de canoterapia, no podía resistir la cercanía de los animales que estaban allí para prestarle ayuda. En la tercera, había progresado hasta caminar junto con Marley, de 7 años, en presencia de un grupo de terapeutas.

Con esta ayuda, el niño está perdiendo el miedo y aprendiendo a comunicar órdenes básicas, a alimentar y vestir al animal. Su próximo reto es hacer amistad con África, la más grande y mejor entrenada de Canoterapia Querétaro, organización mexicana que trabaja en Ecuador. Ella es, además, la embajadora del proyecto de Ley Orgánica de Bienestar Animal (LOBA), presentado en la Asamblea Nacional en 2014.

En el mismo lugar donde Marley acompaña a Alessandro (el mirador de la ciudadela El Paraíso, en Guayaquil), pasean voluntarios de la Unidad de Rescate Animal (URA), que están en la primera etapa de aprendizaje de canoterapia. Van acompañados de canes en entrenamiento. Ellos trabajan en el fomento del respeto al animal, cultura y educación. La meta es que los perros lleguen a tener habilidades similares a las de Marley y África.

Dorian Vega, fundador y coordinador de Canoterapia Querétaro, es psicólogo clínico especializado en terapia del lenguaje y lleva en Guayaquil un año y ocho meses. En 2014 realizó en esta ciudad el primer congreso internacional de canoterapia en discapacidad. “Aquí empezamos a combinar la canoterapia con la resiliencia. Trabajamos con el Colegio Alemán, la Universidad Santa María y Rescate Animal. El 15 de septiembre abriremos el primer centro de terapia asistida con perros, gracias a la ayuda de Punto Kreativo Ecuador. La asistencia tendrá un costo mínimo para la gente de escasos recursos. Pensamos quedarnos cinco años más”. Para saber si un niño requiere terapia, se realiza una entrevista con Vega, quien hace el diagnóstico.

Buscando el perfil

Otros perros llegan al mirador. Los traen de la URA, que es un programa de la Prefectura del Guayas. Han sido rescatados o incautados y han pasado por tiempos difíciles, pero han demostrado que pueden socializar. “Han salido de la calle y esperamos convertirlos en perros de terapia”, dice Vega.

Los animales empiezan una serie de ejercicios específicos que tienen una función: encontrar sus cualidades. Fabiola Jiménez, etóloga clínica y veterinaria del grupo, explica que hay requerimientos básicos, indistintos a la edad. “Que sean sociables, no agresivos, que toleren a niños y personas en general y que aprendan a soportar movimientos bruscos, como que les halen la oreja o la cola. Después se hacen otro tipo de pruebas más específicas”.

A medida que avanzan en el entrenamiento, se hace un filtro, pues no todos los que pasen las primeras pruebas llegarán a ser perros de terapia, sino que pueden convertirse en animales de compañía.

El vínculo y la resiliencia

En la segunda etapa se trabaja con jóvenes con problemas de adicciones y de conducta. “Todo está planeado y tiene un porqué”, dice Vega. “No se trata simplemente de pasear a los perros”. Para estas personas, el perro es un apoyo para afrontar las adversidades.

A través del contacto del humano con el perro se detectan rasgos de violencia y se fomentan valores. Vega explica que “así se sabe que el perro siente, que se cansa, que hay que recoger sus deposiciones, que hay que sacarlo a pasear. Es un proceso largo. Hay que estudiar y tener el perfil. Estamos por trabajar con Aldeas Infantiles SOS, para fortalecer el vínculo con el perro en personas que han tenido problemas de abuso y adicciones”.

El propósito es crear un efecto espejo: la persona que entrena al perro adquiere una funcionalidad. Eventualmente podrá trabajar con niños con discapacidad, autismo, síndrome de Down y parálisis cerebral infantil. “Dirán: Ese perro cree en mí, y ahora ese niño depende de mí. Esa es una actividad que fomenta la resiliencia”.

Dificultades

Encontrar un sitio confinado y al aire libre, por la seguridad que los perros y los niños necesitan es una de las mayores necesidades. “Es casi imposible”, indica Jiménez. “No tenemos disponibilidad de parques, porque la educación de la población en cuanto a recoger las heces de sus animales ha sido baja. Eso ha traído consecuencias a la larga, porque las personas piensan que cualquiera que anda con un perro actuará de la misma manera. Nosotros siempre estamos pendientes de recoger lo que hacen los perros”.

Dorian VegaTampoco hay simpatía hacia los dueños de perros en espacios más amplios. “Tuvimos inconvenientes en lugares como el Malecón del Salado y el Parque Lineal, porque la gente estaba temerosa de que los perros causaran daños o eliminaran sus heces allí. De a poco nos empezaron a conocer y se dieron cuenta de que somos responsables”, comenta. “En general, no hay un lugar destinado para el entrenamiento. Es complicado conseguir un espacio seguro para que ellos puedan correr y estar sueltos”.

Vega destaca que el primer centro comercial en darles acceso con los perros a todas las áreas, incluido el patio de comidas, y con cuidado especial para los niños, ha sido Riocentro Norte, lo que fue una gran ventaja para tener una sesión especial con Alessandro.

La reunión en el mirador dura alrededor de dos horas. Cuando termina, los voluntarios conversan mientras los perros juegan, ladran y descansan (necesitarán una siesta después de haber participado en la terapia). Alessandro camina entre ellos sin inquietarse demasiado por el ruido, buscando la correa de Marley, para pasearlo de nuevo. Le pone una camiseta, un lazo y un pañuelo, lo acaricia y lo felicita: Buen chico. (F)

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