Aprender viendo: Niños en Galápagos

Por Paula Tagle
15 de Octubre de 2017

Desde Las Encantadas

Cinco niños viajan sentados en la proa de la Zodiac. Los vientos llegan del sureste con olor a sal, el mar está calmo mientras recorren la costa de Punta Vicente Roca. Son ecuatorianos, cuatro de Guayaquil y uno del archipiélago. Sus padres los han traído consigo a una expedición de ocho días por las Encantadas.

“Yo sabía de las islas porque fueron el tema de las olimpiadas de mi colegio. Yo quería ver un volcán, porque me enseñaron un video de unas erupciones que formaron las Galápagos”, dice Vittorio Forestieri, de cinco años.

“A mí me toca estudiar la región Insular el siguiente mes. Les voy a contar a mis compañeros que las islas tienen senderos puestos por el Parque Nacional para caminar y ver a los animales sin hacerles daño. Hay que respetar las reglas, porque si no los animales estarían muertos, porque la gente los tocaría,  o se los llevaría”, anota su hermana, Isabella Forestieri, de ocho años.

Los niños quieren entrar a la cueva. Se acuestan en la proa para ver el techo de capas de toba volcánica, y luego giran para descubrir peces de colores en el agua cristalina; se emocionan al divisar una tortuga marina.

“Yo vi una tortuga comiendo algas bajo el mar”, dice Vittorio.
A Luciana Salvatierra, ocho años, le han encantado los manglares que crecen sobre la lava de Fernandina. “Me gustó mucho hacer kayak con mis papás. Unos lobitos se acercaron y jugaron con nosotros”.

Kenneth Medina, de diez años, ha nacido en la isla Santa Cruz, sin embargo, explorar el oeste del archipiélago y las zonas de Parque Nacional son una experiencia completamente distinta. Él ha crecido junto al mar y no le teme. Salta desde la popa del barco haciendo piruetas, ha aprendido a manejar la Zodiac porque su padre es marinero, y sabe sostener los binoculares para buscar ballenas en el horizonte. Sin embargo, estar en un barco que se adentra en el verdadero Galápagos lo hace entender lo especial de su lugar natal. Sobre todo, cuando descubre cómo las islas llegan al corazón de otros niños que no habían visto nunca ni piqueros ni iguanas marinas.

“A veces creemos que porque lo tenemos aquí y vemos siempre es algo normal. Pero Galápagos es un sitio único. Aquí uno vive con la naturaleza”, dice Kenneth.
A Fiorella Salvatierra, de cinco años, le encantó la playa de Rábida: “Nunca había visto arena roja, y estaba llena de lobitos”.

Vittorio tiene alma de geólogo, porque se emociona con el túnel de lava de Santa Cruz, y las grutas de Puerto Egas. Isabella escala Punta Pitt como ascendiendo a un castillo, y Luciana y Fiorella aprenden a reconocer los lobos de Galápagos de los de dos pelos. Los niños de Guayaquil dejan los miedos de ciudad y exploran el mar haciendo snorkeling, en kayaks, en paddle board. Kenneth, originario de la isla Santa Cruz, conoce por fin Fernandina, la más joven y de reciente erupción, y descubre, en el rojizo paisaje de un atardecer, los seis volcanes de la isla Isabela.

En la noche los pequeños se reúnen en el barco a jugar “caras y gestos”. No imitan películas, ni actores. Eligen personajes como piqueros patas rojas o cormoranes no voladores. Han aprendido lo que significa endémico, y lo terrible de las especies introducidas.

No puede haber mejor sala de estudios que estar en contacto directo con la naturaleza. (O)

nalutagle@yahoo.com

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