En el verano: Jóvenes huéspedes

Por Paula Tagle
24 de Junio de 2012

“Es gratificante saber que estos niños se van con Galápagos en el corazón y que se convertirán, en su gran mayoría, en buenos embajadores de la naturaleza”.

Llegó el verano en el hemisferio norte, las escuelas entran en sus periodos vacacionales, así que padres y abuelos empacan maletas y embarcan con su descendencia a rumbos divertidos y exóticos. Galápagos se convierte cada vez más en el destino favorito de familias que buscan, no solo entretenimiento, sino también aprendizaje.

A bordo nos vamos preparando para los meses de junio, julio y agosto. Primero las compras de lápices de colores, papelitos, títeres, acuarelas (aunque cada vez sean menos los pequeños interesados en este tipo de asuntos, porque en sus iPads y computadoras también pueden colorear y jugar). Luego nos recargamos con toneladas de paciencia, porque atender tan joven clientela, que llega en masa, requiere de dosis altas de tolerancia.

Pero también es una delicia ver Galápagos a través de estos ojos frescos, ávidos de comerse al mundo y sus maravillas; compartir las islas con personitas que tienen la energía para nadar en la mañana, caminar 2 kilómetros, luego del almuerzo tirarse a la piscina, en la tarde ‘aretear’ otra vez, maniobrar un kayak y saltar al agua al finalizar el día.

Los saloneros preparan las aspiradoras, porque por más que se solicite orden, con hasta cuarenta niños en un barco, las migajas de galletas y papelitos de colores regados por la alfombra abundan.

La gente de cubierta debe andar superatenta controlando que no caminen en los corredores externos sin la compañía de un adulto, o no salten en el magistral, que hacen vibrar al barco entero. Durante las visitas los naturalistas saben que deben acelerar el paso, sin embargo, las explicaciones siguen siendo las mismas, y el mensaje de conservación igual. Qué mayor privilegio que poder enseñar historia natural a pequeños con cerebritos de esponja que retienen un alto porcentaje de lo que ven y escuchan.

Es estupendo informar a través del diálogo informal y divertido a gente tan joven. Estoy segura que la gran mayoría jamás olvidará el archipiélago encantado donde nadaron con lobos marinos, vieron su primer tiburón, con respeto, donde un polluelo de piquero los mirara sin miedos. Los guías y pangueros se convierten en sus héroes, y qué mejores modelos de vida que personas que aman la naturaleza y la comparten.

Muchos pequeños lloran cuando toca partir. Quieren hacer la última vuelta en la zodiac de Súper G, un marinero de carisma impresionante; o se reúnen alrededor de Pato o Juan Carlos, los guías que les mostrarán no solo las islas, pero también varias jugadas de fútbol. Las niñas adoran a Gaby, que con amor de mamá les ha enseñado a hacer pepitas de papel reciclado.

Hay favoritos en hotel también, como el salonero Walter, que conoce sus refrescos favoritos, o Mercy, la bartender, que les prepara Shirley Temples en las tardes de calor. Los niños que han pasado por el puente se encariñan con Benito, el oficial que les explica de navegación. Son casi setenta tripulantes que se dedican, semana tras semana a que el barco se convierta en un hogar flotante lleno de alegría y amor, más cuando hay niños.

Sí, es un montón de trabajo, y sí, nos vuelven locos, la bulla en exceso, la basura extra, las horas sin siesta para mantenerlos entretenidos con actividades extra. Pero es gratificante saber que estos niños se van con Galápagos en el corazón y que se convertirán, en su gran mayoría, en buenos embajadores de la naturaleza.

nalutagle@yahoo.com

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