No todo está perdido: Ecuatorianos unidos
“Los tiempos cambian, se recupera el equilibrio. Lo que no cambiará (y qué orgullo) son los generosos y solidarios corazones ecuatorianos”.
Intento escribir sobre Galápagos. Contemplo los islotes Bainbridge, dorados por el sol que ilumina su toba volcánica. Veo pingüinos, que finalmente parecen recobrarse de las altas temperaturas de los meses pasados. Y sin embargo, no puedo pensar más que en mi país y su gente. Mi corazón está a mil kilómetros de Galápagos.
Me hallaba en Las Encantadas cuando ocurrió el terremoto. Los primeros informes que nos llegaron, a través de redes sociales, eran bastante vagos y contradictorios. El capitán inmediatamente confirmó con la Capitanía de Puerto que no había alarma de tsunami, y por prevención se alejó de las costas de la isla. No imaginábamos el grado de dolor y terror que en esos momentos se vivía en nuestro país.
Carecíamos de señal de televisión, o teléfono, estábamos en el oeste de Galápagos, aislados de toda realidad por los volcanes de Isabela.
Los números de víctimas iban creciendo, y las historias eran cada vez más estremecedoras. El barco entero se sumió en la tristeza. Debíamos continuar con el trabajo, evitar que los huéspedes sintieran nuestra angustia. Pero el dolor igual estaba allí, silencioso, aunque cierto; nos desesperaba la incertidumbre y la impotencia de no poder ayudar en esos momentos en que cada mano cuenta.
El martes 19, la primera página del pequeño periódico que recibimos a bordo, un suplemento resumido del New York Times, se refería al terremoto de 7,8 grados en la escala de Richter, que para entonces había cobrado la vida de más de quinientas personas.
La ineludible realidad se exponía finalmente a detalle ante los noventa pasajeros y setenta y un tripulantes del barco. Se hicieron colectas. Los mismos huéspedes ofrecieron contribuir con donaciones, sin necesidad de que las pidiéramos.
A través de Facebook veo que en los poblados de Galápagos la gente está haciendo lo suyo. La Dirección del Parque Nacional Galápagos tuvo la iniciativa “Ecuador nadie se cansa”. Están colectando bicicletas, y la primera fue la del mismo director, Walter Bustos, quien dijo: “Una bicicleta en las zonas del desastre puede ser la diferencia incluso para salvar más vidas o recuperar su economía a través de una opción de movilidad”. Aspiran a reunir al menos 150 bicicletas.
En la isla San Cristóbal los niños de Puerto Baquerizo dibujan mensajes de aliento para los pequeños de Manabí y Esmeraldas.
El 30 de abril se realizó una carrera en la isla Santa Cruz (Galápagos 8K), la totalidad de lo recaudado será para los damnificados, y el Municipio de Puerto Ayora organiza bingos y rifas para lo mismo. La ayuda está en ebullición, nadie para, ni parará, porque como bien sabemos, tomará tiempo recuperarnos.
Me enorgullecen hasta las lágrimas las maravillosas historias de solidaridad de los ecuatorianos en el continente, pero también de los que viven fuera. Y las muestras de cariño de países amigos. Se ha escrito mucho, y tal vez lo que mejor describe los ánimos se lee en la letra de Fito Páez, “quién dijo que todo está perdido, yo vengo a ofrecer mi corazón”.
El Ecuador entrega su corazón. Y los vientos comienzan a cambiar, aquí en Galápagos incluso. El mar se enfría, una dulce neblina cubre las islas por la mañana. Las especies marinas se recuperan de los fatales efectos del evento Niño. En El Edén, docenas de piqueros patas azules se zambullen a altas velocidades en un mar que ofrece finalmente algo de alimento. Los tiempos cambian, se recupera el equilibrio. Lo que no cambiará (y qué orgullo) son los generosos y solidarios corazones ecuatorianos. (O)