Gran salto a la selva
Una expedición hacia la Cueva de los Tayos (Pastaza) estuvo acompañada por una experiencia cultural con comunidades shuar y kichwa.
Ecuador tiene tantos lugares hermosos por conocer y como ecuatorianos somos privilegiados de tenerlos a tan solo horas de distancia. El primer día de esta aventura comenzó muy temprano, a las 00:00 saliendo desde Guayaquil para llegar a Puyo a eso de las 07:00, por la vía Ambato-Baños.
Para avanzar al punto de entrada de la Cueva de los Tayos viajamos cerca de una hora por la carretera Puyo-Morona Santiago. Ahí nos esperaron tres guías shuar especializados en descenso y ascenso vertical. ¿Genera adrenalina descender y ascender 70 metros? Claro que sí; adrenalina, miedo y ansiedad, pero todo eso se disipaba al observar la seguridad de los equipos que nos dieron y la habilidad de nuestros guías.
Recibimos una charla introductoria e iniciamos la caminata de 15 minutos hacia este maravilloso punto de acceso a la Cueva de los Tayos. Lamentablemente, el caudal del agua estaba muy fuerte en la vía de ingreso usual, por lo que tuvimos que acceder por otro punto con un pequeño orificio de 80 cm de diámetro, que se dividía en tres tramos de descenso vertical por cuerdas: 15 m, 20 m y 35 m.
El descenso tomó cerca de 5 minutos por persona. Así pudimos apreciar lo que teníamos alrededor de este pequeño espacio mientras luchábamos contra el agua que caía a nuestro costado. Piedras un poco resbalosas por el agua y el barro nos acompañaron hasta ingresar a túneles más espaciosos.
Una vez en el piso, si levantabas la cabeza, veías gran cantidad de murciélagos, arañas y unos cuantos grillos. El sonido en el interior era la impactante caída de la cascada y en la piel sentías el viento helado. Por eso agradecimos inmensamente cuando nuestros guías nos brindaron un té caliente de guayusa, energizante natural que nos ayudó a reanimarnos para seguir observando ese panorama de cámaras subterráneas que bien pudieron haber albergado una cultura del pasado, tal como sugieren algunas teorías.
De regreso al Puyo conversábamos esas historias llenos de entusiasmo.
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El segundo día nos llevó por la selva hacia la cascada Hola Vida, visita a una comunidad kichwa y el mirador Intichuris. Salimos nuevamente en el bus por la vía Puyo-Macas, pero esta vez el recorrido duró unos 40 minutos. En el trayecto, nuestro guía local, David, nos contó historias de la comunidad kichwa y sobre el respeto que debemos de tener al acceder en una zona tan protegida por ellos.
Para preparar nuestros espíritus para la cascada inhalamos santku, una infusión preparada con hojas de tabaco de monte, que hoy suele ser usada para curar gripe, migraña y sinusitis. Cuando llegamos, recorrimos un sendero de unos 3,5 km para quedarnos con la boca abierta al estar frente a la cascada Hola Vida, una caída impactante que forma una pequeña laguna. Sí, el agua estaba helada, pero de la emoción no nos importó. No tengo palabras para explicar la sensación de felicidad, libertad, conexión con la naturaleza, complicidad y unión que sentimos al bañarnos todos allí.
Luego nos dirigimos hacia la comunidad kichwa Cotococha. Para llegar tomamos la carretera vía Macas hasta el km 14, ingresando por un camino vía a la comunidad Pomona. Tras cruzar un puente colgante metálico sobre el río nos recibieron niños con su ropa tradicional.
Cotactocha (Coto: Mono, Cocha: Laguna) es una amable comunidad kichwa que sigue la religión católica. Habitan un aproximado de 100 personas entre adultos, niños y jóvenes. También habitan individuos shuar casados con mujeres kichwa.
La chicha se brinda como símbolo de reciprocidad, como un vínculo entre quienes la beben y quienes la ofrecen. En ocasiones ceremoniales las mujeres de la comunidad la preparan mediante la masticación de la yuca; un proceso que puede tomar alrededor de 6 horas. En nuestro caso al ser turistas, la bebida no fue masticada, sino que nos ofrecieron su preparación alternativa: pisada.
Rumbo a las alturas
Participamos de su baile y nos pintaron la cara como parte del ritual. Después tomamos una canoa por el río Puyo en un paseo de 40 minutos, para luego regresar al vehículo que nos acercó al mirador Intichuris, que significa “Hijos del Sol”.
El mirador es propiedad de la cultura kichwa amazónica, la cual está involucrada con la comunidad shuar, quienes hace más de 15 años han desarrollado este complejo turístico. En la parte baja, un restaurante nos esperaba con maitos de pollo y un caldo caliente que nos abrigó del frío de la lluvia. Después subimos durante unos 20 minutos para llegar al mirador y ver el atardecer desde unas hamacas. Hay miradores espectaculares en el mundo, pero este es uno de los mejores. En días poco nublados se puede observar la cordillera, el inicio de la región Amazónica y la formación del río Pastaza.
Y para los más arriesgados, en la parte alta encontramos la llamada “Liana de Tarzán”, una cuerda natural que pone al límite las emociones. Allí parecíamos volar sobre la inmensa selva amazónica. Esa fue otra vivencia que resultó inolvidable.
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