Mezquitas en Estambul
Santa Sofía, la mezquita Azul y Ortaköy son tres de los magníficos templos a los que acuden musulmanes y cristianos en la cosmopolita Estambul.
Lo primero que pienso es: ‘Dios está en todas partes’, tal como dice la Biblia; ¿cómo es posible que varios cristianos logren sensibilizarse tanto en una mezquita?.
No siento que este sea un templo exclusivo de la fe musulmana. De repente quien no cree en la fidelidad piensa en sus pecados y se interroga si puede ser perdonado, otro analiza cómo hacer las paces con su familia, y un tercer periodista cuestiona si todos quienes ingresamos a la mezquita de Ortaköy oramos como él. ¿Te conmoviste? ¿sentiste paz?, me pregunta.
Siento un poco de vergüenza, pero debo contestar con un ‘no’. En realidad me cuestiono en qué creo. Estoy segura de que Dios existe, pero no siento que sea exclusivo de una religión. Sin embargo, es un hecho que tanto en la mezquita de Ortaköy, ubicada a un costado del estrecho del Bósforo en Estambul, como en el museo Santa Sofía, y en la mezquita Azul, que se hallan en la zona de Sultanahmet, los nueve periodistas latinoamericanos invitados por el Gobierno de Turquía estamos fascinados por el privilegio de conocer estos tres de los más de 3.000 templos de Estambul.
No solo la infraestructura impacta, sino su manera de adorar a Dios. Si bien Turquía se define como un estado laico, el 90% de la población practica el islam. Sin embargo no todos oran en el mismo lugar del templo. Es muy común que existan dos áreas distintas. Una para hombres y otra para mujeres.
En la mezquita de Ortaköy, el área más iluminada y ornamentada es para los hombres, mientras que las mujeres tienen un lugar mucho más sencillo y casi a oscuras. Además están obligadas a entrar con velo. El requisito de usarlo ocurre solo en las mezquitas, porque tanto en Estambul como en Ankara, la capital de Turquía, es común ver a mujeres sin esa indumentaria.
Muchos años antes, esa escena era similar en la basílica de Santa Sofía, llamada también Aya Sofía, que significa “sabiduría sagrada”. Construida en el centro de la antigua Constantinopla, Sultanahmet, en la actualidad es la obra más grande de la época Bizantina. Primero se la utilizó como iglesia en el año 537, después de la conquista de Estambul se convirtió en mezquita, para finalmente, cuando Turquía nace como república en 1935, fue transformada en un museo.
Si bien su exterior no es tan impresionante como la mezquita Azul, lo que sí deslumbra es cómo se refleja la luz en su interior a través de sus vitrales de colores intensos.
Todos juntos en la fe
Justo al frente de Santa Sofía se levanta la mezquita Azul. A su alrededor lo primero que sobresale son las largas columnas en forma de cohetes, conocidas como los seis minaretes. Es la mezquita más grande y fastuosa de Estambul. Debe su nombre a los más de 21.043 azulejos de Iznik, de tonos azules y verdosos, que decoran la parte superior y las cúpulas.
El lugar fue antes antiguo emplazamiento de un hipódromo romano, pero en 1616, después de siete años de construcción, nace la mezquita Azul. El templo también lleva el nombre de Sultán Ahmet, porque durante su reinado se edificó. El paisaje es emotivo este 17 de septiembre, día de mi visita, porque no solo llegan musulmanes, sino también cristianos, y todos juntos oran en el mismo lugar. Parece contradictorio, pero es posible. Antes, en noviembre de 2014, el papa Francisco estuvo allí y meditó en silencio junto a Rahmi Yaran, el Gran Muftí de Estambul.
Desconozco si le ocurrió algo igual al papa, pero luego de visitar las mezquitas los periodistas latinoamericanos nos sentimos algo aturdidos. Nos cuesta reaccionar. Debo reconocer que nunca vi tanta belleza e inmensidad en una sola ciudad. El tiempo para ver las mezquitas fue muy poco. Al salir de Estambul lo único que atinamos a decir los periodistas fue “es imposible conocer Estambul en solo cinco días”. Nos faltó una semana más para emocionarnos en Turquía. (I)