Quilotoa: El cráter espejo
La laguna del Quilotoa presenta, muy probablemente, uno de los escenarios más encantadores de la cordillera de los Andes. Todo ecuatoriano debería llegar a verla.
Quizás nunca haya meditado en esto. Cada vez que nos asomamos a un balcón, lo hacemos (quizás de manera inconsciente) en búsqueda de una sensación de bienestar y tranquilidad.
Contemplamos el horizonte que se presenta frente a nosotros, el cielo, el viento, el sentir que estamos por encima de la realidad y que, por esos minutos, simplemente podemos observarla en silencio, sin que nadie nos obligue a intervenir.
¿Reconoce la sensación? Asomarse a cualquiera de los miradores de la laguna de Quilotoa, en la provincia de Cotopaxi, es experimentar estas mismas emociones, multiplicadas.
“¿Nunca ha venido alguien con intenciones suicidas?”, le pregunto a nuestro guía, recordando que las cataratas de Iguazú (localizadas entre Argentina y Brasil) sí tienen historias muy tristes de este tipo. Darío Jaramillo, de 34 años, me mira con sorpresa. “No conozco de ningún caso, pero creo que este lugar es tan maravilloso que si tienes ideas de ese tipo, simplemente podrías venir aquí, sentarte, pensar y te sentirás mejor”, responde. Levanto la mirada hacia el paisaje y cada elemento argumenta a su favor.
Estamos en el mirador de la comunidad Shalala, que en 2015 fue escogido como la segunda mejor obra arquitectónica del año, en países de habla hispana. Se trata de una estructura de acero, recubierta de madera de teca, cuyas barandillas, en ambos niveles, son de vidrio. Esta transparencia crea el efecto visual de que no existe una división física entre el turista y el paisaje.
El instinto de supervivencia me hace dar cada paso con precaución y asomarme con cuidado. Y más al bajar al segundo nivel, el cual obliga al turista a descender algunos escalones que culminan en otra barandilla de vidrio. A través de ella se observa la continuación de la vegetación de la montaña y la laguna. (Y en las escenas mentales más hollywoodenses, a uno mismo cayendo o resbalando). Nada de esto ocurre, el sitio ofrece gran seguridad a sus visitantes y la sensación de paz llega una vez superado el vértigo de la primera visita. Los viajeros más aventureros tal vez ni lo sientan.
Llegar al cráter
Esta fue la tercera parada de nuestro recorrido que se inició a las 07:30, cuando Darío me recogió en el hotel donde me hospedaba en Quito. Aunque mi llegada a la laguna fue un viaje directo y privado, hay varias opciones para llegar al sitio desde Guayaquil. Si conduce su propio auto puede avanzar por Babahoyo, Quevedo, tomar la vía a La Maná y continuar subiendo por la cordillera hasta llegar a la parroquia Zumbahua (Pujilí), en donde encontrará las señales que lo dirigirán hasta la laguna. Si decide ir en transporte interprovincial, su primer bus será desde Guayaquil hasta Quevedo y allí deberá tomar otra unidad hasta La Maná. En este sitio, tomar los buses con la ruta La Maná-Latacunga, pero debe quedarse en la entrada de la comunidad Zumbahua. Allí hay camionetas que le cobrarán $ 1 por persona para trasladarlo hasta la laguna, en un recorrido de aproximadamente 16 kilómetros.
El trayecto en Quilotoa arranca en el mirador de la comunidad Lago Verde (entrada principal de la laguna), ubicado a 3.850 metros de altura y que entró en funcionamiento hace cinco años. La entrada cuesta $ 2 y toda la actividad turística del sitio es administrada por esa misma comunidad.
Sin importar cuántas fotos haya encontrado en internet, el agua color azul esmeralda de la laguna lo sorprenderá a primera vista. Ahora sé que su tonalidad puede definirse bajo ese nombre, pero no se sorprenda si al observar este paisaje, su cerebro empieza a luchar por precisar el color. Esta tonalidad es posible gracias al reflejo de la luz del sol y la gran concentración de azufre y material piroclástico en el agua. No hay que olvidar que estamos frente a un volcán activo (incluso se llegan a observar burbujas por la emisión de gases). “Su última erupción fue en el siglo XII”, me cuenta Darío. Y su actividad volcánica se mantiene entre baja y moderada gracias a la temperatura de agua.
Ver este paisaje desde lo alto es estremecedor, pero su belleza se incrementa mientras se sigue el sendero (una caminata de 2 kilómetros y 800 metros) que desciende hasta la laguna. Mientras más nos acercamos, el color del agua se vuelve más brillante e intenso y el filo del cráter se agranda a nuestro alrededor. El tiempo promedio para la bajada es de entre 30 y 45 minutos. Yo me tomo unos minutos más, pues hay que detenerse para dar paso a los caballos (o mulas o burros) que llevan a los turistas de vuelta arriba al mirador.
Aquí entran en juego las recomendaciones de vestimenta que había recibido: bufanda (el camino es arenoso y el paso de los caballos levanta el polvo), gorra, protector solar, ropa térmica (la temperatura oscila entre 15 y 5 °C) y zapatos de trekking (para no resbalar en el sendero).
Abajo, un muelle construido hace pocos meses le permite acercarse más aún a la laguna, y al acercarse a la orilla, ¿por qué no sumergir la mano para sentir su temperatura? Otros turistas van más allá y se preparan para sumergirse completamente en la laguna. “Una vez vine con un grupo de europeas y se quitaron toda la ropa para bañarse”, recuerda el guía con un tono de sorpresa.
También es posible alquilar un bote ($ 3 por persona, la media hora) y dar un paseo a remo (en pareja o en grupo) en la laguna. Los servicios para el turista incluyen además un restaurante donde comprar bebidas, snacks y algo más casero: choclo con queso.
Salir del cráter
“En una ocasión vine con una turista española de unos 55 años y me contó que corría, hacía natación, bicicleta y tenía, en general, un buen estado físico, y por eso no quiso alquilar un caballo para subir el sendero”, recuerda Darío. “Me ofrecí a ayudarle a cargar parte de su equipaje, porque llevaba canguro, mochila y su equipo de fotografía, pero se rehusó… Al llegar arriba yo cargaba todo”, dice entre risas. “Es distinto hacer esfuerzo físico a esta altura”, aclara nuestro acompañante.
Yo decido no arriesgarme a perder el aliento y en pocos minutos ya estoy arriba de un caballo. Al ir subiendo me siento como conquistadora observando orgullosa su nuevo territorio luego de enarbolar su bandera. Los caballos cuestan $ 10 por persona y en promedio, el tiempo es entre 50 minutos y hora y media a pie. Darío se ahorra este valor gracias a su envidiable estado físico.
La laguna recibe semanalmente un promedio de 150 y 200 visitantes, de los cuales el 40% son extranjeros. Los turistas nacionales son en su mayoría de Quito, Latacunga, Ambato, y en fin de semana se incrementa la presencia de gente de la Costa, de ciudades como Guayaquil y Santo Domingo.
Todos terminamos hipnotizados por sus aguas azul esmeralda, felices de contemplar este escenario y sumergidos en aquella sensación de serenidad de estar frente al gran espejo del volcán que lo refleja todo a su alrededor, incluso a nosotros mismos. (I)
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