Edward Hopper :El pintor de la soledad

08 de Julio de 2012
  • Nighthawks (Noctámbulos), 1942. “Probablemente de forma inconsciente, estaba pintando la soledad de una gran ciudad”, dijo el propio Hopper de esta obra.
  • People in the Sun (Gente en el sol), 1960. ¿Hopper quiso ilustrar la rutina que fomenta el sistema?
  • House by the Railroad (Casa junto a las rieles del tren), 1925. Este cuadro inspiró a Alfred Hitchcock en su película Psicosis (1960).
  • Western Motel (Motel en el oeste), 1957. El capó del Buick más bien luce como un pez abisal emergido de una fosa marina.
  • Gas, 1940. En la época en que Hopper pintó este cuadro, padecía un severo proceso de depresión y había sido operado quirurgicamente.
  • Autorretrato de Edward Hopper pintado entre 1925-30.
Fernando Balseca, especial para La Revista

El museo Thyssen-Bornemisza de Madrid alberga hasta el 15 de septiembre la muestra más importante jamás realizada en Europa sobre el artista estadounidense.

En este verano europeo, los visitantes en Madrid ya admiran en el Museo Thyssen-Bornemisza la exposición retrospectiva de 73 obras de Edward Hopper, el pintor norteamericano que retrató el silencio, el pensamiento y la soledad. En el otoño, los cuadros se irán a París, ciudad en la que ensanchó su visión del mundo.

Existe algo supremamente literario en las pinturas de Edward Hopper (1882-1967): lo que él pinta está supeditado a un relato que, en los espectadores, produce desazón, suspenso, piedad, tristeza, sobresalto, desaliento. Así procede el arte valedero que nos obliga a profundizar en nuestros sentimientos más íntimos, más desconocidos, más silenciados, y que nos enfrenta a nuestras carencias como personas, como sociedad y como especie.

En Hopper vemos calles solitarias y amenazadoras; edificios que parecerían animarse como si fueran gente; mujeres al pie de las puertas de sus casas, sin razón aparente; mujeres desnudas que, por las ventanas de las habitaciones, miran no se sabe qué en la distancia; parejas apáticas que se acompañan sin mostrarse expresiones cariñosas; estaciones de tren o rieles vacías que producen resquemor; mansiones victorianas que generan miedo (Casa junto a las rieles del tren sirvió de modelo a la que habitaban Norman Bates y su madre en la película Psicosis, de Alfred Hitchcock).

Pintar pensamientos, no hechos

Interrogado por su arte, Hopper confesó no pintar hechos sino pensamientos. Esta idea enigmática tal vez en algo ayude a comprender la pintura en Hopper y explique por qué en sus cuadros –con escenas aparentemente “normales” y conocidas– casi siempre hay algo extraño y fuera de lugar que hace que el espectador se quede hipnotizado en busca de una aclaración.

La mano del pintor nos llama a entender que el plano de la realidad –idealmente inscrito en el marco de un cuadro– conserva muchos detalles que son harto significativos para entender el conjunto de lo que observamos.

En Primeras horas de una mañana de domingo y en Mediodía, las sombras de unos objetos son inconsistentes con otras que expresan claramente la fuente de la luz.

En Gente en el sol, varias personas se asolean vestidas con corbata, tacos, bufandas y zapatos, mientras uno lee. En Máquina automática, en pleno invierno neoyorquino, hay fruta tropical fresca en abundancia.

En Tiempo de verano, el viento empuja una cortina, pero, extrañamente, no toca a la mujer que está a pocos pasos de allí. En Primera fila en la orquesta, una mujer forma disimuladamente con la mano izquierda unos cachos diabólicos. En Sol en una habitación vacía, las barrederas que están en la luz se esfuman en las sombras. En Motel en el oeste, el capó del Buick más bien luce como un pez abisal emergido de una fosa marina.

Así, la sensación es que, de pronto, algo que está al margen de nuestra comprensión va a suceder en las pinturas; o, a lo mejor, ya ha ocurrido un acontecimiento decisivo. Pero nos toca a nosotros reconstruir la narrativa que sostiene las escenas aparentemente corrientes que atestiguamos y de las que, muchas veces, no somos capaces de completar su significado. Como en la gran literatura, el sentido de la obra en Hopper debe continuar en el interior de la mente del “lector”.

La pintura solo volverá a ser grande cuando trate sobre la vida con mayor detalle y menos oblicuamente“, Edward Hopper

Todos somos noctámbulos

Acaso uno de los cuadros más emblemáticos y más difundidos de Hopper sea Nighthawks, de 1942 (que unos traducen como Noctámbulos y otros como Aves nocturnas). En la pintura, extrañamente marcada por una luz de tonalidades verdes, están tres personas sentadas en una cafetería abierta las 24 horas. El local es esquinero. El camarero está atareado pero observa a uno de los clientes, quien, a su vez, le devuelve la mirada; este cliente está junto con una mujer vestida de rojo que, con actitud distraída, se mira las uñas y que, con la otra mano, toca al hombre en un gesto que los relaciona amorosamente.

La cafetería que vemos retratada existió realmente en el Bajo Manhattan; estaba en la calle Greenwich que fue cerrada, a fines de  1960, para construir las Torres Gemelas. Lo literario prima en esta obra, pues casi nada está completamente dicho: la ambigüedad de la escena nos recuerda la emoción que Hopper sintió por la literatura, el teatro y el cine. De hecho, en varios puntos, dos relatos de Ernest Hemingway resuenan en ese cuadro: Los asesinos, de 1927, y Un lugar limpio y bien iluminado, de 1933.

Cuando Hopper leyó el primero de esos cuentos en la revista Scribner’s, se dirigió con entusiasmo a los editores y alabó la honradez y la libertad de un narrador que no doraba la píldora de las duras verdades de la vida; en el segundo relato, de una conversación entre un camarero viejo y otro joven, aprendemos que un lugar limpio, placentero y bien iluminado le hace bien a cualquiera que, por la madrugada, necesite un poco de tranquilidad para calmarse a sí mismo. Los años tristes de la segunda gran guerra también resuenan en esta pintura.

Es muy duro decidir qué quiero pintar. Tardo meses en encontrar el tema. Todo llega muy lento",  Edward Hopper

Además, para Hopper, todos somos noctámbulos, en la medida en que estamos atrapados por deseos inconfesos, en relaciones que funcionan a medias, pero que no nos atrevemos a terminar por temor a la soledad. Todos vivimos deambulando por una vida “nocturna” que nos resulta difícil revelar incluso a nuestros seres queridos. No en balde, el pintor se sintió atraído por las teorías psicoanalíticas del inconsciente.

Incluso hay una temprana caricatura del artista como un chico que carga libros de Freud y Jung que testimonia su interés por dar cuenta del lado oculto de las personas.

Inspiración de poetas

Varios poetas y escritores se han sentido atraídos por la obra de Hopper y se han inspirado en ella. La crítica de arte Gail Levin publicó en 1995 la antología La poesía de la soledad, que recogía poemas inspirados en Hopper desde 1951. Es notable también el libro Hopper, de 1994, de Mark Strand, autor de origen canadiense, una de las voces más sobresalientes de la poesía en lengua inglesa de hoy.

Es una interpretación poética de varios cuadros con la que Strand trata de explicar “por qué gente tan distinta entre sí se siente conmovida de manera similar cuando se enfrenta a la obra de este pintor”.

La comprensión de Strand niega que los cuadros funcionen solamente en documentos sociales de una época de auge y de crisis en la cultura estadounidense; más bien, “los cuadros de Hopper trascienden el mero parecido con la realidad de una época y transportan al espectador a un espacio virtual en el que la influencia de los sentimientos y la disposición de entregarse a ellos predominan”. Para Strand, hay un más allá en las pinturas que posibilita que los espectadores se sientan turbados e implicados en las escenas de los cuadros.

Otros experimentos poéticos recientes son los del catalán Ernest Farrés con su libro Edward Hopper: cincuenta poemas sobre su obra pictórica, del 2006; y el del norteamericano James Hoggard, Triángulos de luz: los poemas de Edward Hopper, del 2009.

El teatro del silencio

La publicación que mejor explora la relación de la vida y la pintura de Edward Hopper es El teatro silente: el arte de Edward Hopper, de Walter Wells, del 2007, en el que propone que esa obra puede ser mejor entendida si se la comprende como un rompecabezas que se arma como literatura visual. No en vano en sus cuadros hay mucha gente retratada en el acto de leer.

Hopper era, también hay que decirlo, un tipo raro y lleno de manías, algunas de las cuales podrían no calzar con los valores de hoy. Casado a los 42 años con la también pintora Josephine Nivison, un poco menor que Edward, nunca apoyó el trabajo de ella; antes bien, una vez establecido el matrimonio, no cesó de hablar de la mediocridad de Jo como artista. Sin embargo, ella fue, toda la vida, la única modelo desnuda o vestida de Hooper, quien decidió vivir dos tercios de sus días en Manhattan.

A Hopper le molestaban los rascacielos; le disgustaban las flores como tema (pensaba que carecían de cualidades estéticas); consideraba que las mujeres no eran capaces de manejar con seguridad los carros. Educado en estrictos valores religiosos, Hopper pudo ampliar sus horizontes mentales cuando, recién graduado, estudió en París y se empapó de la liberal cultura francesa. Desde entonces sus grabados y acuarelas despertaron reconocimiento temprano por su obra, antes que sus famosos óleos.

Es conmovedora la forma en que los hombres y las mujeres de sus cuadros, casados o no, están juntos y separados a la vez, cortados por el silencio o por algo teatral que anuncia algo desastroso, que instala la imposibilidad de la comunicación. Si están retratados juntos un hombre y una mujer, ellos no están implicados unos con otros, o algo está a punto de ocurrir que presagia una ruptura.

La soledad y la distancia abarcan todas las escenas. Por todo esto, Edward Hopper es considerado como el artista que captó la desolación real de nuestra edad contemporánea.

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