La magia de Wagner

Por Hernán Pérez Loose
08 de Diciembre de 2013

El año que está por irse marcó el centenario del nacimiento de dos titanes de la ópera: Giuseppe Verdi y Richard Wagner. En varias partes del mundo se han celebrado sendos festivales en memoria de tan importantes como diferentes compositores. A partir de ellos puede decirse que la ópera logró su completa maduración como una suerte de síntesis de la música y el teatro, pero que a su vez los trasciende.

No es fácil encontrar reflexiones literarias sobre la música que logren revelarnos más de lo que llega a nuestros sentidos directamente. Parecería hasta un ejercicio superfluo. ¿Qué podría escribirse sobre la música que no podamos sentirlo escuchándola?

Hay como siempre excepciones. Una de ellas es probablemente una breve obra del célebre escritor alemán y Premio Nobel de literatura Thomas Mann que lleva por título Richard Wagner y la música y que recientemente ha sido traducida al español (Editorial Debolsillo. Barcelona, 2013). Bajo la dirección de Erika Mann, la hija del Premio Nobel, en esta obra se recoge todo lo que Mann escribió sobre Wagner ya sea en cartas, ensayos o conferencias.

No se encuentran allí las únicas reflexiones literarias de Mann sobre Wagner. En Los Buddenbrook, Tristán y Sangre de Welsa, la presencia de Wagner es inescapable pero como trasfondo, no como protagonista. Dice Mann: “Realmente, no es difícil advertir un hálito del espíritu que anima El anillo de los Nibelungos en mis Buddenbrook, en esa procesión épica de generaciones unidas y entrelazadas gracias a un conjunto de motivos centrales”.

Y es que una de las primeras calificaciones que Mann hace de la obra de Wagner es precisamente la de ubicarla en el terreno de la epopeya, más que en el drama. Una música que nos va seduciendo hasta que parece apoderarse de todo lo nuestro. Wagner logra convertir a la música hasta a las personas menos musicales. Mann nos recuerda la famosa confesión que le hizo Baudelaire luego de asistir a una de sus representaciones en París. Para este encuentro con Wagner fue el encuentro con la música. En una carta le decía que él de música apenas conocía algo de Weber y Beethoven, pero que luego de escucharlo se apoderó de él un arrebato, una irresistible fuerza que parecía empujarlo a “hacer música con la palabra”. A imitarlo a Wagner pero con la palabra.

Mann acierta al decir que “en general, el carácter de la música de Wagner tiene una gravidez pesimista, una morbosidad nostálgica, un algo que se quiebra en el ritmo y que brota de un oscuro laberinto, pugnando por hallar la redención en la hermosura; es la música de un alma pesarosa que no habla…”.

Su famosa amistad con Friedrich Nietzsche sufrió una feroz ruptura cuando este último encontró ciertas tendencias religiosas en Parsifal, su última y gran obra, así como algunas actitudes chauvinistas de Wagner hacia el imperio alemán. Reparos algo exagerados por cierto.

Invito al lector a saborear este librito de Mann, y escuchar, por ejemplo, Tristán e Isolda, especialmente su preludio. Será una experiencia inolvidable.

hernanperezloose@gmail.com

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