El dilema de los omnívoros
Los seres humanos somos “comelotodo”. Eso a veces nos empuja a aceptar el sustento de la comida industrial.
Para el antropólogo estadounidense Claude Lévi-Strauss, cocinar fue el inicio de la cultura. Sin embargo, hoy va desapareciendo la experiencia familiar de compartir una comida, espacio donde los niños aprenden con sus padres el arte de conversar, escuchar, polemizar y argumentar sin ofender.
Michael Pollan, en su libro El dilema de los omnívoros, historia natural de transformación, comenta que las comidas que escogemos están relacionadas con la sobrevivencia de nuestra especie.
La caída del cocinar doméstico ha traído contradicciones en la modernidad de hoy, donde el mundo de la industria alimenticia se ha introducido. Hoy en día vemos más gente obesa que hace 10 años atrás. Esto es en parte por el contenido de sal, grasa, azúcar y preservantes que tienen las comidas industrializadas.
Para Pollan, la comida chatarra debe ser prohibida en su totalidad porque son un asalto a nuestra salud y el medio ambiente. Es un dilema porque el deseo de comer más carne ha hecho que el 50% de lo que produce la agricultura vaya para engordar más animales productores de carne. Adicionalmente, el gas metano que producen estos animales termina en nuestra atmósfera como otro ingrediente importante en el cambio climático, el cual nadie lo puede cuantificar.
Alimentos orgánicos
La crítica de Pollan a los agronegocios modernos se centra en lo que él describe como el uso excesivo de maíz para fines que van desde el engorde del ganado hasta la producción masiva de aceite de maíz, jarabe de maíz con alto contenido de fructosa y otros derivados del maíz.
Según Pollan, la humanidad debe solo alimentarse de manera orgánica; es decir, con alimentos que se cultivan sin fertilizantes químicos o pesticidas y se venden al consumidor sin agregar conservantes y potenciadores sintéticos. Los defensores de la salud alternativa creen que los alimentos cultivados orgánicamente son más seguros y más nutritivos; además de que no contaminan el ambiente.
Es importante notar también que los hábitos alimenticios de las sociedades reflejan conexiones interesantes con el entorno; por ejemplo, podemos apreciar que los niños suelen desconocer cuáles son los procesos que tienen los alimentos, ya que solo mediante la escolarización aprenden cómo se producen los alimentos. En otras palabras, las sociedades urbanas preferimos lo procesado, rápido y grasoso, aunque eso nos lleva a desconectarnos del campo y su realidad.
El sociólogo francés Pierre Bordeu se centra en los hábitos de las personas en diferentes contextos económicos, políticos y sociales. Afirma que las grandes ciudades actuales tienen hábitos alimenticios que parecen responder a necesidades laborales y a las distancias que hay que recorrer en las urbes.
Esta forma de vivir hace que nos relacionemos con nuestro entorno de una manera particular. El hábito común es ubicar puestos de comida con bajos costos y pocos nutrientes. El resultado de esta ingesta diaria somete al cuerpo a estrés y enfermedades, reduciendo nuestra calidad de vida. ¡Es importante preguntarnos porqué seguimos alimentándonos así!
La antropóloga inglesa Jane Goodall, naturalista y activista de los animales, responde a esta cuestión en su libro The Ethics of Coexistence (La ética de la coexistencia). Ella describe la responsabilidad que tenemos los humanos frente a otras especies y las estadísticas alarmantes en el declive o extinción de animales. Todo esto por consecuencia a los hábitos alimenticios del hombre contemporáneo.
Si bien las investigaciones de Pollan y Goodall se desarrollan en ambientes diferentes, el uno en las ciudades y la otra en la selva, muestran la misma problemática entre la alimentación y la degradación del ambiente. Las soluciones también son diferentes, pero contribuyen a enriquecer las comidas familiares y comprar con conocimiento.