Gracias a la vergüenza no son sinvergüenzas

Por Ángela Marulanda
28 de Junio de 2015

El remordimiento y la vergüenza son dos sentimientos esenciales para obrar bien, porque la incomodidad que sentimos cuando estos nos muerden y remuerden la conciencia nos avisa que estamos obrando mal, haciendo daño u ofendiendo a alguien.

Pero temo que estos sentimientos están pasando a ser una ‘especie en vía de extinción’. Hoy hay más niños y también más adultos que dicen groserías porque sí y porque no; más jóvenes y no tan jóvenes, que se visten en forma indecente y que actúan tan mal como se ven; y mucha gente que no paga lo que debe, que no cumple las citas, que no responde por sus deudas ni honra su palabra de honor… ¡Pero tal parece que no sienten ningún remordimiento!

Asimismo, no es nada raro ver que ahora los niños les gritan a sus padres cuando se enojan, los adolescentes insultan a sus mayores por cualquier motivo… o sin motivo; y tantos menores de edad (y también mayores) que usan palabras soeces a todas horas, ¡y no se les dé nada! A esos se les debe llamar sin-vergüenzas, pero es evidente que la vergüenza y el remordimiento ya no son parte de sus virtudes.

En este estado de cosas, no es raro que algunos niños insulten a sus mayores y ellos no los reprendan sino que los justifiquen; que tantas mujeres se vistan exhibiendo más de lo que deben y hagan lo que no deben; y que muchos atropellen a todo el que se interponga en su camino y poco les importe a quién perjudiquen.

La raíz del problema es de falta de formación. Formar a los hijos es un deber desagradable porque nos duele verlos contrariados cuando no les permitimos hacer lo que se les antoja; es tenaz porque mantenernos firmes requiere mucha valentía para decir ¡no!, aunque se nos parta el corazón; es una tarea ingrata porque lejos de agradecer nuestros esfuerzos por orientarlos, los hijos nos resienten cuando los reprendemos. Pero también es una labor muy satisfactoria cuando, gracias a las enseñanzas, ejemplo y solidez moral, logramos verlos convertidos en personas bondadosas, íntegras y cumplidoras de su deber. Esto es, en última instancia, lo que nos libera de remordimientos porque cuando logramos que se avergüencen de obrar mal los encaminamos a rectificar y obrar bien. (O)

www.angelamarulanda.com

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