No más misterios: Alarmas de las iguanas
“A pesar de que las iguanas no pueden comunicarse entre ellas, porque no emiten sonido alguno, tal vez se sirven de las llamadas de alarma que los cucuves producen...”.
Hoy es uno de aquellos días en que me parece que cada criatura y cosa de esta tierra está interconectada por algún secreto vínculo. Conceptos como zoosemiótica, criptografía, pragmatismo, reaparecen en mi memoria y cobran sentido.
Camino por Fernandina y encuentro a un gavilán juvenil desayunando iguana. Una hembra, flaca, yace bajo sus garras, inerte. La arena está poblada de agujeros, porque es la época caliente, la mejor para anidar. Docenas de hembras trabajan diligentes escavando hasta 60 centímetros bajo la superficie, para depositar un promedio de 5 huevos. No deben alejarse del nido porque otras iguanas podrían robárselos.
No hay tiempo para alimentarse, así que con horas bajo el sol de febrero, sin comida, una hembra puede perder hasta el 10% de su peso. Cuando por fin termina la tarea de anidar, permanece un par de días extra protegiendo el hueco de posibles usurpadoras. Las iguanas lucen exhaustas y flacas. Es cuando los gavilanes aprovechan para cazarlas.
En el año 2007 un grupo de científicos de la Universidad de Princeton, liderado por Maren Vitousek, descubrió que a pesar de que las iguanas no pueden comunicarse entre ellas, porque no emiten sonido alguno, tal vez se sirven de las llamadas de alarma que los cucuves de Galápagos producen al acercarse un depredador.
Me parece sorprendente que un reptil reconozca las voces de un ave para prevenirse contra el peligro. Esto en inglés se conoce con el término de eavesdropping, que viene de eaves (cornisa) y dropping (caída de agua), un eavesdropper es aquel que se para bajo la cornisa para escuchar lo que se dice dentro de casa. En español se traduciría como “escuchar secretamente”, es jerga habitual en criptografía y se refiere a ataque de escuchas, espionaje, tanto sobre medios con información cifrada, como no cifrada.
Los científicos han hecho experimentos en la isla Santa Fe, donde pusieron una grabación con la llamada de alerta de cucuves ante un grupo de 224 iguanas marinas, y del 48% hasta el 70% reaccionó con comportamiento vigilante o corriendo a buscar refugio.
Los humanos creemos que somos los únicos capaces de entender e interpretar signos y señales de nuestros compañeros de especie, e incluso de otros animales, o de la naturaleza misma.
Durante siglos hemos creado dioses, basándonos en mensajes aparentemente ocultos y cifrados que vienen del sol, de las mareas, de las estrellas. Los interpretamos a nuestro antojo o conveniencia (para manipulación política o religiosa, por ejemplo). O tal vez simplemente reaccionamos ante ellos como cualquier otra criatura terrestre, ya que después de todo compartimos símiles genes, y el pensamiento emerge naturalmente de procesos primitivos de nuestro intrínseco “saber” animal.
Tenemos incluso una ciencia, la semiótica, que estudia la teoría filosófica de signos y símbolos, analizamos su significado, interpretación, su sintaxis, la relación entre signos y quienes los usan.
Pero los animales también reconocen signos y códigos; ni en eso somos únicos, y aparentemente los reconocen entre especies distintas; se entienden y alertan, como la iguana marina y el cucuve de Galápagos.
Y el misterio pasa a ser parte de cada ser viviente, y ya no es más misterio. (O)